De tal princesa, tal príncipe

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Parte II: Desconsuelo

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Parte II: Desconsuelo

De tal princesa, tal príncipe

La época del año que Severus menos disfrutaba, era vacaciones.

Bueno, en verdad detestaba verles las caras a Potter y a Black; pero se compensaba con poder tener la compañía de Evans. Sin embargo, en La Hilandera, si bien su casa no quedaba muy lejos de la de Lily, ahora que ya estaban más grandes, su padre apenas y lo dejaba salir a menos que sea para trabajar. Severus había conseguido uno en el centro de Londres, en las cocinas de una pastelería muggle. ¡Ah, no le agradaba los muggles! Su jefe era una versión más arrogante de su padre cuando no estaba ebrio y sus compañeros eran una tira de venenosos lamebotas interesados y pasarsela en casa tampoco era un deleite.

Eileen Snape —de soltera Prince— no era ninguna santa; la bruja había sido de las mujeres más problemáticas en sus tiempos, un dolor de cabeza para su padre ya que arrasó con cualquier regla familiar que se le impuso. Incluso su casa en Hogwarts, fue la primera Prince que no estuvo en Ravenclaw sino en Slytherin. Por un altercado secreto, ahora estaba ahí, en esa casa vieja y sin vida.

Tobías Snape era un hombre abusivo, de joven el típico muchacho que conquistaba a diestra y siniestra, un muggle de la peor calaña.

Severus odiaba a los muggles porque su padre le había dejado en claro, que ellos también los despreciaban a ellos, la gente mágica, incluso los habían quemado en la antigüedad. Sumándose a ello la ideología reinante en Slytherin y las promesas de poder y hogar que Lucius Malfoy había prometido a cambio de unirse a las filas de un hombre muy poderoso.
Y Snape estaba tan tentado...

Su madre siempre le había dicho que la única manera de conseguir la gloria, la paz y la igualdad, era a travez del poder.
Aquel que tiene el poder hace lo que quiere, la cuestión es... si el poder estaba en las manos correctas.

El pálido chico entró en esa destartalada casa de paredes opacas con el semblante frívolo y desanimado. Allí sobre un gastado y sucio sillón, Eileen leía un libro de cocina. La mujer que le había enseñado a ser egoísta y a aferrarse con el alma a lo poco que tenía estaba ahí, tranquila y pálida como él. Ella era poseedora de una belleza tan absortante que si alguno de sus compañeros de escuela la viera ahora, no la reconocería; la mujer ahora tenía ojeras y estaba más delgada de lo necesario.

—Ya llegué.

Antes de subir las escaleras hacia su habitación, dejó sobre la mesa del comedor la mitad de su paga de ese mes.

—¿Cuánto has dejado esta vez? —preguntó ella.

—Lo necesario.

—Nunca es suficiente, tu padre se bebió la mitad la vez pasada.

Severus no dijo nada, y subió a su habitación para no mantener una conversación más prolongada con su madre.

...

La Luz del Príncipe [Cancelada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora