CAPÍTULO I: LA VIDA EN LA VILLA

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Aleksa Lohgerbers tenía 26 años y pertenecía a la clase más humilde de la próspera ciudad de Leipzig. Era hija de un hábil y humilde artesano, su madre había muerto cuando ella era apenas una niña. Vivía con Moses, su padre, en una pequeña cabaña en un caserío situado en las afueras de la ciudad, colindando con un arroyuelo donde le gustaba pasar su poco tiempo libre. No tenía muchos amigos, de hecho su vida era muy solitaria, ya que en la villa las demás muchachas la consideraban alguien poco deseable, pues siempre solía decir lo que pensaba sin ningún reparo o sutileza, y por si fuera poco, tenía ideas raras en su cabeza relacionadas con la libertad, con algo que llamaba "igualdad" y cientos de tonterías más que ellas no lograban entender ni aceptar.

Su único amigo era un campesino mayor que ella llamado Otto Riemann, quien era viudo y sin hijos, razón por la cual todos en la villa especulaban que lo que él quería en realidad era convertirla en su nueva esposa. Pero no había nada más falso, él la veía como la hija que nunca tuvo: la aconsejaba, la cuidaba y espantaba a cualquier hombre que se acercara a su niña con alguna oscura intención. Cuando Otto terminaba con su agotadora jornada en el cultivo de cereales que le pertenecía a un poderoso hacendado de la región, acompañaba a Aleksa al arroyo y tocaba ágilmente la mandolina mientras ella bailaba, luego escuchaba sus historias y las quejas sobre lo poco que podía compartir con su padre por culpa del trabajo que cada día era más agotador.

La oía hablar y sabía que a pesar de todo su amigo había hecho un excelente trabajo al educarla de manera diferente a las demás niñas del pueblo, Aleksa era inteligente y se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor perfectamente, no se desvivía por tonterías superficiales como los finos vestidos y joyas ni se obsesionaba con hallar un marido a pesar que hace tiempo había alcanzado edad casamentera. La miraba y veía a la dulce Anna, su madre fallecida: era de estatura media, piel blanca, largos cabellos del color del chocolate que los ricos comían como golosina, grandes ojos marrones con largas pestañas que venían de su ascendencia mediterránea, y que cambiaban de color dependiendo de la intensidad de la luz que los iluminara, además una boca de labios delgados que decían la verdad aunque a la gente no le agradara.

Corrían tiempos extraños, las ideas y costumbres que durante tanto tiempo habían regido la vida del país poco a poco estaban siendo desplazadas por postulados que hablaban de libertad, igualdad y búsqueda de la felicidad personal. Un nutrido grupo de hombres proclamaban que la gente era libre, que la única forma de conquistar la felicidad y el pleno conocimiento del mundo era a través de la razón; atacaban abiertamente la autoridad de la Iglesia, sus amplios privilegios y su intromisión en cada aspecto de la vida y el gobierno.

Los padres de Aleksa fueron testigos del inicio de aquella sigilosa revolución, y si bien era cierto que en la práctica todas esas cosas bellas que se decían aún no eran parte de su diario vivir, consideraron sumamente importante que su hija supiera que no había nacido sólo para ser la esposa de alguien, que ante sí estaba un mundo lleno de posibilidades y experiencias nuevas y que podía vivir su vida como mejor le pareciera. Tal vez su educación había sido demasiado idealista, pero poco le importaba ser solo la hija de un pobre artesano, para ella vivir era un regalo y estaba dispuesta a disfrutarlo hasta el final.

Moses trabajaba en casa diariamente para un hombre muy rico quien llegaba a su casa a darle a su padre la materia prima para elaborar los elementos de cuero que él magistralmente creaba, después de cierto tiempo regresaba a recogerlos y le pagaba una suma irrisoria comparada con el enorme esfuerzo que su padre invertía en la tarea; en los últimos años esas visitas aumentaron considerablemente al igual que el trabajo, sin embargo ya su padre no era tan joven y constantemente se atrasaba en las entregas, así que finalmente Aleksa aprendió el oficio y ayudaba en lo que podía.

Una noche después de trabajar intensamente, le dijo a su padre:

- Estoy cansada de ese hombre, ¡te exprime como una naranja y no te paga lo que es justo! ¿Hasta cuándo lo vas a permitir?

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora