CAPITULO XXIV: UNA NOTICIA INESPERADA

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Thillbert llegó a su casa cuando ya casi amanecía, estaba con el rostro trasfigurado por la tristeza y lloraba sin importarle que alguien más pudiera verlo; se sentó en el sillón que estaba en la sala frente a la chimenea que a esas horas estaba apagada... igual que sus esperanzas. Ocultó su rostro entre sus grandes manos y volvió a llorar con todo el dolor que plagaba su corazón, ¡la había perdido, ahora sí la había perdido para siempre! Después de unos momentos se levantó y fue a su habitación a recoger solo un poco de ropa, dinero y unos documentos: no pensaba quedarse un minuto más en ese lugar, ya no había nada para él ahí, nada que lo retuviera. Estaba aún empacando cuando Christer entró y le dijo:

- Thillbert, hace poco un emisario trajo esto para ti, dijo que tenía carácter de urgente.- y le extendió una carta cuidadosamente sellada

Lo último que necesitaba eran más problemas, tomó la carta de mala gana y la leyó, al terminar una expresión de preocupación se anidó en su ya mortificada cara. Christer lo observó y en voz baja preguntó:

- ¿Malas noticias?

- Así es, debo ir a Brandeburgo a la mayor brevedad posible. Mi familia está en un grave apuro y necesita de mi ayuda. Tal vez esta carta es lo que necesitaba para convencerme que no es parte de mi destino estar aquí.- respondió Thillbert con voz ahogada

Christer lo miró interrogante, pero por su aspecto supo de inmediato que las cosas habían salido terriblemente mal. Le dolió ver a su amigo del alma sufrir de esa manera tan desmesurada, lo vio terminar de empacar sus efectos personales en un baúl de madera de pino: sus movimientos eran lentos, como si su cuerpo pesara el triple y aun salían pequeñas lágrimas de sus ojos. Fue a su habitación para guardar sus pocas pertenencias y acompañarlo en el largo viaje a Brandeburgo, ya estaba decidido: se irían y nunca regresarían a aquella villa donde habían empezado las penas y sufrimientos para su amigo, era lo mejor para todos... mientras miraba a su alrededor Thillbert seguía sintiéndose muy mal por haber dudado de ella, sentía que no la merecía y creía que él no era más que un pobre vasallo que nunca podría defenderla de nada ni nadie... como si podría hacerlo Riven van der Grimm.

Antes de irse Thillbert entró a su despacho y en una hoja escribió una carta que iba dirigida a Aleksa, dejó instrucciones a su fiel mayordomo para que se la hiciera llegar junto con el libro de poemas que llevaba consigo a todas partes y que nunca había mostrado a nadie. Salieron de la hacienda con las primeras luces de la mañana, el coche se desplazaba rápidamente por el camino y ambos hombres se despedían silenciosamente de la villa, vieron las humildes cabañas que contrastaban con las opulentas mansiones de los aristócratas y las pocas personas que había en la calle que los veían con expresión de sorpresa; Thillbert alcanzó a divisar el sendero que llevaba al arroyo y algo dentro de sí volvió a dolerle intensamente: una marejada de recuerdos lo golpeó con fuerza y lo hundió en un océano de tristeza, otra vez.

En casa de Otto Riven observaba a Aleksa e intentaba sin éxito calmar la rabia que llevaba dentro, la joven estaba muy inquieta y no paraba de llorar y pedirle perdón "por lo que le había hecho", el archiduque se limitaba a mirarla, respiraba agitadamente delatando su estado de ánimo y aunque no quiso sonar resentido le fue imposible evitar decirle en tono airado:

- No puedo creerlo, ¿Cómo pudiste? ¿Cómo fuiste capaz de traicionarme de esta manera? ¡Yo habría dado hasta la vida por ti Aleksa, y ahora eres tú precisamente quien me la quita con lo que me hiciste!

La joven lo miró muy apenada, sabía que él tenía razón al decirle todas esas cosas, reparó en sus ojos turquesa que tantas veces la habían mirado con amor y en los que ahora se anidaba una frialdad que le era desconocida; el hombre tenía los puños apretados y la tensión en cada uno de sus músculos era evidente, Aleksa tuvo deseos de salir corriendo pero era consciente que la hora de aclarar todo había llegado, sin embargo al abrir la boca fue Riven quien dijo secamente:

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora