CAPITULO XI: LAS LECCIONES

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Dos semanas después de su llegada a "Dunkelschloss" Aleksa fue sorprendida nuevamente por Riven: estaba empeñado en convertirla en una culta y refinada dama de sociedad, le dijo que a partir de la próxima semana sus clases de etiqueta empezarían, al igual que las de música e historia. La joven se sintió algo ansiosa por el anuncio de su benefactor, pero decidió no protestar no solo por no parecer malagradecida sino porque aunque no lo admitiera, la idea de aprender todas esas cosas importantes la emocionaba. Al enterarse Otto la felicitó y le comentó:

- Ya es hora que aprendas a comportarte como una dama mi niña, de vez en cuando es bueno demostrar algo de educación, me alegro que el señor van der Grimm esté tan interesado en ayudarte.

Aleksa lo miró de reojo y con tono burlón le dijo:

- Y eso que al conocerlo lo trataste tan mal, ahora eres su más ferviente admirador, me parece bien que hayas cambiado tu actitud hacia él.

- ¿Cómo no hacerlo después de tanta generosidad brindada? Es un hombre honorable y con buen corazón, no es perfecto, pero al menos se esfuerza en hacer bien las cosas, no como el dichoso señor von Steinmeier que va por el mundo destrozando vidas.- le respondió Otto.

Al oír su nombre la chica no pudo evitar sentirse extraña, hacía unos cuantos días lo había tratado con desprecio y hasta lo responsabilizó de la muerte de su padre, recordó la tristeza reflejada en su rostro al oírla y la resignación con la que abandonó el cortejo fúnebre. Se preguntaba como estaba, e incluso tuvo ganas de salir a buscarlo y disculparse. Mientras se perdía en esos pensamientos vio que Otto seguía hablando, pero no supo que le decía, solo se disculpó con él y le dijo que debía ir a la villa por algo que le urgía, y salió corriendo del castillo como una loca.

Corrió y corrió hasta que finalmente llegó a la villa, notó que las personas la veían como si hubieran visto un fantasma, la mayoría de los aldeanos la miraban con lástima porque suponían que tal vez ella había enloquecido de dolor al perder a su familia y ahora se dedicaba a recorrer las calles como una desquiciada. Se sintió incómoda en medio de tantos ojos, comentarios y hasta burlas por lo bajo; lo único que se le ocurrió fue correr al arroyo para esconderse, de repente, alguien llegó por casualidad al lugar. Al verla exclamó en tono irónico:

- ¿¡Pero qué tenemos aquí!? Si es nada más y nada menos que la "señora van der Grimm" ¡qué honor veros mi honorable señora!

¡Era él, Thillbert! Pero por sus palabras pudo asumir que ya estaba al tanto de su nueva situación y, por supuesto, lo había interpretado todo de la peor manera posible. Se levantó enojada y le contestó:

- ¡Si venís en pos de lastimarme e insultarme, podéis iros por donde vinisteis! Me doy cuenta que tenéis la mente sucia y ni siquiera os molestáis en averiguar cómo pasaron las cosas en realidad.

Con tono irónico Thillbert le respondió:

- ¿Es que acaso hace falta otra explicación? ¡Vuestros actos hablan más que mil palabras! El pobre artesano ha de estar revolcándose en su tumba.

- ¡No os permito que mencionéis a mi padre! Él sería el primero en apoyarme y alentarme a seguir haciendo lo que me hace feliz.- dijo Aleksa enojadísima

- ¿Vuestro padre la apoyaría para que fuerais una vulgar meretriz?- le preguntó indignado

Al oírlo la joven se acercó a él y con furia le propinó una tremenda bofetada, Thillbert la miró con rabia, esas ponzoñosas palabras eran fruto de los celos que lo consumían a fuego lento desde el momento que se enteró de la noticia. Pensó incluso en devolverle el golpe, pero su pensamiento y movimientos no coordinaban: apretó los puños pero en lugar de pegarle rodeó su cintura con sus brazos, la estrechó con fuerza bruta, acercó sus labios a los de ella y la besó con un arrebato que hasta él mismo desconocía.

Al principio Aleksa trató de rechazarlo, pero lentamente su voluntad se doblegó y le correspondió, sintió algo mucho más intenso y vibrante que cuando Riven la besó: ahora no sólo había energía dentro de sí, sintió que su sangre hervía y quemaba cada rincón de su cuerpo, su piel estaba totalmente erizada y sus piernas temblaban. Los labios de ese hombre eran suaves y ardientes, sus brazos fuertes y delicados a la vez y su lengua, esa misma que decía cosas horribles, acariciaba con suavidad la suya... todo él era una dulce paradoja que empezaba a calar hondo en su mente y sobre todo, en su corazón.

Al separarse se miraron con estupor, él intentó explicarse pero las palabras se amotinaron en sus labios, y ella, bueno, ella huyó a todo lo que dieron sus pies sintiendo una hoguera ardiente en su boca. Quiso seguirla, pero ¿Qué le diría? Era consciente que la había perdido para siempre y resignado ante su destino, regresó a su hogar sintiéndose el más estúpido de los hombres...

Mientras tanto la chica corría en dirección al castillo, mil pensamientos se arremolinaban en su cabeza y sentía que su corazón estaba a punto de estallar. Sencillamente no podía creer lo acababa de pasar: ¡la besó, él la besó! todo lo que jamás creyó posible estaba ocurriendo en una rápida y turbulenta sucesión y no se sentía preparada para enfrentarlo. Casi anochecía cuando por fin llegó a las puertas del castillo, fue recibida por el mayordomo y fue directamente a esconderse en su habitación; se bañó, se cambió de ropa y salió al balcón a contemplar la fría noche, pensaba en él y su alma se derretía. Quería hablarle pero sabía que esa sería la última vez que sus destinos coincidirían, aunque se le quebrara el alma tenía que hacerse a la idea de que lo perdió incluso antes de que fuera realmente suyo.

El inicio de sus clases llegó antes de lo esperado, ese día descubrió que su tutor sería el mismísimo Riven van der Grimm, porque después de todo, ¿Quién mejor que un miembro de la familia real para instruirla? Ese día empezaron con las lecciones de etiqueta y protocolo, él intentaba enseñarle cómo comportarse en la mesa y ella daba su mejor esfuerzo para no confundirse con tantas normas. Le parecía frustrante que para comer tuvieran que usarse tantos cubiertos, los confundía repetidamente y no lograba aprender el orden en que se utilizaban; llevaban más de una hora en el intento y ya empezaba a desesperarse, hasta que finalmente no aguantó más y se levantó de la mesa furiosa. Riven la siguió hasta la sala de estar y le dijo:

- No te sientas mal si al primer intento no lo logras, eres una jovencita muy inteligente y estoy seguro que vas a superar este y mil obstáculos más. Ahora vamos, regresemos a la mesa.

El tiempo pasaba rápidamente, el archiduque era realmente paciente y amable con ella y poco a poco su esfuerzo estaba dando frutos; Aleksa progresaba a pasos agigantados y él se sentía orgulloso de verla aprender y convertirse en una dama elegante y civilizada. Cada vez que tenía oportunidad viajaba a Berlín y le compraba hermosos vestidos y joyas que ella aceptaba casi que con renuencia: a la joven aún le avergonzaba recibir tantas cosas pues sentía que no las merecía, pero el terco Riven no aceptaba un no por respuesta y la colmaba de costosos regalos. Otto la veía transformarse y se sentía contento por su niña, pero notaba que algo se escondía en esa mirada que él conocía tan bien, una mañana se encontraron en las caballerizas y aprovechó para preguntarle qué le sucedía, la chica le contestó:

- Ay amigo mío, ni yo misma sé que me está pasando. Siento que cada día enloquezco un poco más y no puedo evitarlo, ¡estoy tan confundida!

- ¿A qué te refieres? ¿Es que hay algo que no me has contado Aleksa?- le preguntó él.

Sin aguantar más la presión la chica le contó lo sucedido con Riven y Thillbert, y de cómo sus sentimientos estaban divididos entre ellos: por un lado sentía que el archiduque y ella tenían gran afinidad y compartían intereses, además se sentía supremamente agradecida por lo generoso que había sido con ellos; pero por otra parte el aristócrata a pesar de todo el daño que le hizo, había empezado a ganarse un lugar en su corazón incluso desde antes que su padre muriera, le dijo que se dio cuenta que detrás de esa mirada fría yacía un alma dulce que sin querer la cautivó. Otto la miraba y no sabía que decir, lo único sensato que se le ocurrió fue:

- Hay que dejar que el tiempo pase, solo él puede traer orden a tu mente y claridad a tus sentimientos. Por ahora, procura no amargarte y disfruta la oportunidad tan grande que la vida te ha regalado.

Aleksa supo que él tenía razón, como siempre. Lo abrazó con cariño y le dijo:

- ¡Sabía que podía contar contigo, segundo papá! Gracias por tus consejos y tu ayuda, ¡te quiero!

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora