CAPITULO V: EL ARCHIDUQUE

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Riven van der Grimm lo pensó mucho antes de volver a Leipzig, después de todo, esa ciudad no se parecía en lo más mínimo a su amada París, no había nada que hacer allí ni con qué divertirse. Era el epicentro de su aburrimiento y el blanco de sus más encarnizadas críticas: que si no había buenos caminos para recorrerla, que si sus habitantes eran unos incivilizados, que si sus mujeres no eran tan bellas como las francesas, en fin. Todo lo malo venía y volvía allí. Sin embargo, fuerzas ajenas a su voluntad lo hacían volver, el deber lo llamaba: su padre había fallecido hace poco, y aunque nunca se llevaron bien, él ahora era el único heredero de hectáreas y hectáreas de tierra, mucho dinero y un título nobiliario que lo hacía más poderoso si es que eso era posible: archiduque.

El viaje de regreso fue insufrible, tal como lo recordaba los caminos eran el infierno en la Tierra, barrosos y traicioneros. Era un hombre joven, muy alto, con cuerpo atlético, rostro hermoso y con expresión traviesa. Sus ojos eran azul turquesa y su cabello negro como el ala de un cuervo. 

Era un sibarita confeso, amaba la vida y sus placeres, vestía muy elegantemente y cada centímetro de su cuerpo olía maravilloso. Era inteligente y con alma de artista, tenía energía de sobra y cada vez que emprendía un nuevo proyecto no lo dejaba hasta obtener justo lo que quería, perfeccionista a morir y abierto a nuevas experiencias y emociones; por eso amaba el estilo de vida parisino, donde sentía que podía mostrar sin temor su verdadero yo. En lo sentimental amó a muchas mujeres, o al menos eso creía él, le aterraba la soledad y por eso buscaba el amor casi con desesperación pero al final todo se volvía humo entre las manos. 

No se sentía afanado por hallar esposa pero su familia lo presionaba constantemente para casarse y extender el linaje, cosa que a él lo tenía sin cuidado.

Sentía que el mundo no lo comprendía, que se conformaban solo con su imagen de amante de las fiestas y mujeriego y que ni siquiera se tomaban la molestia de conocerlo mejor. Aunque contradictoriamente tampoco hacía mucho caso del qué dirán... era un hombre enigmático, tratar con él era como arrojar una moneda al aire: nunca se sabía qué cara iba salir. Al llegar a esa humildísima villa observó el paisaje casi que con lástima, ¡cómo extrañaba París! Vio casas muy humildes y a punto de caerse, el carruaje tomó rumbo hacia el castillo que era parte de su enorme herencia y el cual colindaba con unas fértiles tierras con un arroyuelo que le pertenecían a un hacendado o al menos eso era lo que sabía.

Al llegar a su nuevo hogar le dolían los huesos y sus grandes y redondas posaderas, pensó que una de las primeras cosas que debía hacer una vez se instalara era mandar arreglar la vía de acceso que era un caos. Miró detenidamente el lugar, habían muchos cuadros y estatuas antiquísimas, muebles elegantes y cómodos e incluso vio en un rincón un par de viejas armaduras. Suspiró hondamente y dijo:

- Este sitio necesita una manita de gato, no es un hogar sino un mausoleo.

La primera noche en el castillo fue horrible, estaba solo pues los empleados dormían en otra dependencia y llovía a cántaros. Los truenos retumbaban por todo el lugar con fuerza ensordecedora, deseó tener cerca de sí el tibio cuerpo de alguna mujer, pero tuvo que conformarse con los blandos almohadones rellenos de plumas de ganso; a la mañana siguiente se levantó temprano, desayunó y luego montó uno de los hermosos corceles y salió a explorar su propiedad y la villa entera, después de todo, era tan chica que no le tomaría ni medio día. Cabalgó y conoció toda esa tierra que ahora le pertenecía: era un paisaje hermoso, no lo podía negar, "si tan solo no fuera tan aburrido..." pensó.

Después salió a la villa para ver una vez más el decepcionante panorama, fue hasta las afueras de la misma y tomó un sendero estrecho que llegaba hasta el arroyo, dejó que el caballo bebiera y comiera hasta hartarse mientras él exploraba el sitio. Vio que cerca de allí había una cabaña pero estaba deshabitada, aunque era evidente que hacía relativamente poco tiempo hubo personas en ella. Regresó por su caballo y al seguir por el sendero vio a una joven que estaba ayudando a un anciano que supuso era su padre, la observó con atención desde lejos, era una chica muy linda y trabaja con ahínco. Riven sintió curiosidad, bueno, siempre sentía curiosidad, pero la tierna escena lo conmovió hasta el tuétano y decidió acercarse. Al estar frente a ellos dijo:

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora