CAPITULO IX: EL GRAN CAMBIO

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Al llegar a la cabaña entró corriendo a la pequeña habitación, el cuerpo de su padre yacía sobre su litera, una sábana blanca lo cubría totalmente y Aleksa destapó su rostro lleno de arrugas, besó sus mejillas por un largo rato y por un momento creyó que él en cualquier momento despertaría y le diría que la amaba y que todo estaba bien. Por más que lo intentaba no podía dejar de llorar, adoraba a su padre y perderlo era el golpe más bajo que le había dado la vida después de arrebatarle a su madre. Se sintió sola, como nunca en su vida, quiso morirse para reencontrarse con sus amados progenitores una vez más, pero al mismo tiempo, se sentía tranquila porque sabía que ya ellos estaban juntos, esta vez para no separarse jamás.

Otto la abrazó con fuerza y le dijo:

- Sabes que no estás sola, cuentas con mi apoyo siempre.

- Gracias amigo, eres todo lo que me queda en la vida. Sin ti estaría absolutamente sola.

Riven se acercó a ella, la abrazó y exclamó:

- Sabes que conmigo también cuentas, permíteme ayudarte con los gastos del funeral, tu padre era un buen hombre y merece que lo despidan como tal.

Otto miró a Riven con gran admiración: sea cual fuere su motivación, era un gesto sumamente bondadoso ofrecerse a pagar por todo. Aleksa ni siquiera pudo negarse a la propuesta, estaba tan abatida por el dolor que ni fuerzas para discutir tenía; deseó estar viviendo una pesadilla y despertar en cualquier momento, pero sabía que aquella era su negra realidad. Ahora estaba sola contra el mundo, a pesar de que Otto le reiteró su apoyo, era consciente que no podía pasar el resto de su existencia dependiendo de su caridad. Sintió miedo como pocas veces lo hacía, su futuro estaba en tinieblas al igual que su corazón. Rogó al cielo por el alma de su padre y porque lo que le esperara en el camino no fuera tan nefasto como lo imaginaba.

Otto y Riven empezaron a hacerse cargo de los detalles del funeral; Aleksa estaba en la salita llorando cuando el padre Charles apareció e intentó consolarla, la joven derramaba lágrimas casi sin pausa pero recibió de buena manera las palabras del sacerdote. Unas horas después el cuerpo del anciano reposaba en un fino y pulido ataúd de madera de pino mientras que el padre dedicaba una sentida misa a la memoria y por el eterno descanso de Moses, el artesano. Thillbert llegó a la iglesia antes que la ceremonia terminara, se sentó en una de las últimas bancas del templo y vio a la chica llorando desconsolada su pérdida; cada lágrima que derramaba le dolía, pero no se atrevía a acercársele.

En cambio el archiduque no perdía oportunidad para consolarla y acercarse a ella: estaba sentado a su lado en la banca y la abrazaba constantemente; sospechaba que ese hombre tenía otras intenciones con Aleksa además de una amistad, la sangre le hervía de rabia al imaginar que ella le pudiera corresponder. Cuando la misa terminó y el cortejo se disponía a ir al cementerio, Thillbert se animó y se acercó a la chica para darle el pésame; ella lo miró con ojos nublados y de expresión inerte, él le dijo:

- Quiero que sepáis que lamento lo ocurrido desde el fondo de mi corazón, y no me refiero únicamente a la muerte de vuestro padre.

- Señor, me quedé sola y vuestra merced contribuyó mucho a que eso sucediera, pero ya nada de eso importa, ya estoy en paz conmigo misma y con el mundo y eso lo incluye aunque no lo merezca.- dijo Aleksa en voz baja, recordando la forma en la que fueron echados a la calle por él.

Riven vio la escena y no pudo evitar intervenir:

- Por el momento creo que vuestra merced ha hecho bastante, lo más conveniente para todos es que os alejéis de Aleksa mientras supera este trance tan difícil.

Thillbert quiso cerrarle la boca de un puñetazo, pero no olvidaba que ese hombre tenía un título que lo blindaba, así que a pesar de su ira no tuvo más remedio que irse por donde había venido. Aleksa lo vio alejarse: una vez más lo había tratado como algo que un gato trae a casa a rastras; sintió pena por él, hacía días que estaba arrepentida por haber sido tan grosera e irrespetuosa pero ahora no tenía ni tiempo ni ganas de disculparse por haberle dicho lo que después de todo, se merecía. Riven y Otto la acompañaron durante todo el sepelio, al finalizar el buen padre Charles la llamó aparte y le recordó que contaba con su ayuda incondicional ahora que era huérfana, la abrazó y le dio la bendición.

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora