EPÍLOGO: DULCE AMOR

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La boda de Otto fue sumamente romántica y llena de agradables sorpresas: ese día el archiduque se presentó para visitar a sus queridos amigos, desearles felicidad a los esposos y conocer a su pequeño tocayo. Aleksa y Thillbert estaban contentos de volver a ver a quien hizo posible su unión, hablaron durante todo lo que duró la fiesta y Riven se veía encantado cargando y mimando al bebé, diciendo que había salido hermoso a su mamá mientras Thillbert reía divertido. Aleksa fue hasta donde se encontraba su papá adoptivo y lo abrazó, miró a Laetitia y le dijo:

- Te llevas al hombre más bueno y amoroso del universo, cuídalo mucho y hazlo feliz por favor. Te garantizo que a su lado solo encontrarás amor y felicidad.

La joven esposa sonrió y abrazó a Aleksa emocionada, luego tomó a su marido de la mano y bailaron animadamente mientras los demás los observaban felices. Riven y Thillbert conversaban como dos buenos amigos: la rivalidad que los había enfrentado era cosa del pasado. Aleksa veía a su bebé que dormía en sus brazos, luego levantó la mirada y vio a los dos hombres con admiración y respeto, se acercó a ellos y se unió a su cordial charla. Entonces escuchó a su esposo decirle al archiduque:

- Gracias Riven, gracias por haber hecho tanto por nosotros; ahora no me queda la menor duda que eres un hombre honorable y valioso.

- No hay nada que agradecer, su felicidad es recompensa suficiente para mí.- contestó Riven.

Esa misma noche el archiduque se despidió de todos, pues asuntos muy importantes le esperaban en París y por desgracia no podía posponerlos; lo vieron marcharse como la última vez, pero la diferencia era que ahora ya no había tristeza alguna en la escena sino que por el contrario los lazos de fraternidad y cariño hacían de eso un hasta luego, no un adiós. Otto y Laetitia se retiraron a sus aposentos y los demás invitados hicieron lo propio, Thillbert y Aleksa llegaron a casa sintiéndose felices al ver que sus vidas bullían de alegría y amor; llevaron a su hijo al cuarto, lo arrullaron hasta que se quedó dormido y fueron hasta la sala donde se sentaron en el gran sofá; no hablaban, solo se miraban a los ojos con insistencia.

De repente Thillbert se acercó y acarició su rostro con sus grandes manos, Aleksa suspiró lentamente y sin pensarlo mucho besó su boca con ternura. La sensación de ese beso les recordó lo mucho que se extrañaban y cuanto deseaban estar juntos nuevamente, pues desde que se casaron no habían podido tener intimidad por las condiciones en que se desarrolló el embarazo, y después que el bebé nació debieron esperar hasta que el cuerpo de ella se recuperara del todo del parto.

Pero ahora no había impedimento y conscientes de ello, siguieron besándose apasionadamente mientras iban rumbo a su habitación, tropezando con uno que otro mueble; rieron divertidos pero sin perder de vista su objetivo principal, él empezó a desvestirla lentamente y con delicadeza, alargando la expectación que para ella ya empezaba a convertirse en una dulce tortura.

Sintió sus manos cálidas recorriendo su piel y sus labios que besaban los suyos frenéticamente; ella también lo despojaba de sus prendas y acariciaba su hermoso cuerpo sin el más mínimo asomo de pudor: hacer el amor con él se había convertido en una parte importante del intrincado laberinto que era su relación; desde aquella primera vez, en esa misma cama supo que sus cuerpos habían nacido el uno para el otro. Ya no podría entregarse jamás a otro hombre ni él a otra mujer, el vínculo que los unía iba más allá de una sortija y unos votos solemnes: era la entrega diaria, total e incondicional de un amor mutuo y eterno...

Cuando la última prenda cayó al suelo sus ojos se fusionaron en una mirada profunda y sus labios en otro beso arrebatado, él la tomó en sus brazos y la llevó hasta la cama, y ahí, entre suaves y cálidas sábanas empezó a amarla con toda la ternura y pasión que le cabía en el alma mientras ella le correspondía en igual medida; el roce de sus pieles, sus miradas y besos los llevaban a experimentar las más hermosas sensaciones. Hacer el amor representaba para ambos ir a un refugio cálido y bien conocido, ese lugar mágico donde los afanes del mundo se desvanecían y la felicidad era real y tangible.

Sus cuerpos se entrelazaron por lo que restó de la noche, grabando aún más en sus almas la huella indeleble del amor que nació sin que ellos mismos lo notaran, a la orilla de aquel arroyo, un amor que ahora los hacía ver con claridad lo hermosa que puede llegar a ser la vida... un amor que como las flores en el bosque era hermoso y frágil en apariencia, pero que contenía en su interior la fuerza de mil océanos y la infinitud del universo; el amor entre el lirio salvaje y el señor de Leipzig...

Fin.

LIRIO SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora