—Tu turno. —dijo Priscila, tomando un sorbo más de su malteada.
—De acuerdo, yo nunca, nunca he escapado de mi casa. —propuso Aaron Zabala, recargándose en la pequeña silla de Coffe MOT.
La rubia no lo dudó ni un segundo, tomó una de sus papas fritas y la depositó en el plato del pelinegro.
Habían pasado ya cuarenta minutos desde que habían llegado y todavía seguían allí. El lugar estaba solo, a las nueve de la mañana de un martes muchas personas se encontraban cumpliendo con su deber, ya sea asistiendo a la escuela o yendo a sus respectivos trabajos. Pero ambos chicos simplemente decidieron romper con la rutina, una vez al mes nunca hacía mal.
—Quien lo diría, nuestra chica de oro es una rebelde sin causa. —supuso, tomando una de sus papas y metiéndosela a la boca.
—No siempre es fácil ser la hija perfecta, troublemaker. —confesó. —Menos con una madre como la mía.
Aaron mantuvo la mirada sobre la rubia, quién diría que la chica modelo de la preparatoria se quejaba de su vida.
—Parece que quieres contarme más al respecto.
Priscila suspiró, nunca hablaba sobre sus sentimientos con nadie, tal vez esa fue la razón por la cual decidió hacerlo con él, necesitaba desahogarse.
—Mi madre fue la señorita popularidad cuando asistía a la preparatoria. —comenzó. —Dejó un puesto difícil de llenar; Sus notas eran las más altas, nunca se perdió de ninguna fiesta, sus amigas básicamente la idolatraban, todo eso al mismo tiempo que mantenía una relación con el capitán del equipo de futbol.
—Parece una versión adulta de ti.
—Ese es el problema. —continuó. —Cuando ella lo cuenta parece tan sencillo, pero no lo es, por supuesto que no lo es.
—Hey, tómalo con calma. —pidió el pelinegro. —No tienes que ser todo eso si no quieres.
Priscila se dio cuenta que había cerrado su mano en puño y que ejercía la fuerza suficiente como para romper el vaso de plástico que sostenía, así que disimuladamente dejó de hacerlo.
—Lo siento. —pidió. —Es que simplemente no puedo, ella nunca me ha pedido que yo haga lo que ella, pero de cierta manera siento la presión sobre mis hombros.
Aaron nunca había sido bueno dando consejos, su vida era un completo caos, padres trabajadores, sin tiempo para pasar momentos familiares con su hijo. Pasó gran parte de su infancia mudándose de casa a casa. Sus padres no tenían el tiempo ni el dinero para cuidarlo, así que sus tías y abuelas eran su única opción. A los cuatro años de edad se encontró bajo el cuidado de la hermana de su padre, su tía Julia, quien lo amaba como a un hijo más, le cumplía sus caprichos, lo ayudaba con sus disfraces en los festivales de la escuela, Aaron había crecido con la idea que en realidad ella era su madre. Sus padres biológicos lo visitaban cada que podían, generalmente los fines de semana, pero cuando alcanzó los doce años Julia fue diagnosticada con cáncer de páncreas en un estado tan avanzado que les fue imposible salvarla. A partir de ese momento el chico pasó a manos de su abuela materna, Rocío, con quien actualmente vivía.
Aaron solo esperaba cumplir la mayoría de edad para finalmente poder conseguir su propio departamento, un trabajo de medio tiempo, y ayudarle a su abuela en los gastos domésticos.
Nadie sabía sobre la vida secreta de Aaron Zabala, todos suponían que su familia era una más del montón, con rutinas tan aburridas que ya ni siquiera disfrutaban de ellas.
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Persiguiendo la popularidad
Novela JuvenilPriscila tenía la vida ganada, o al menos hasta que terminara la preparatoria. Físico envidiable, calificaciones perfectas y por novio al chico más deseado por todas sus compañeras. Camila, por otro lado, era la chica buena de la historia. Nunca sal...