Capítulo 32: Acuerdos y desacuerdos

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Estar en casa un domingo en la tarde era sinónimo de relajación y paz total, no obstante ese día era la excepción. El hogar de Priscila estaba en completo silencio, ni siquiera escuchaba el típico sonido de la televisión cuando su padre sintonizaba cualquier partido de la NFL como era costumbre. No comprendía por qué, pero aquello la hacía sentir extraña, como con una sensación de inestabilidad, de inquietud.

Priscila se levantó de su cama, eran ya las tres de la tarde y hacía un calor infernal. Se encontraban a finales de febrero y el frío que le calaba los huesos hace unos meses, finalmente había desaparecido. Así que sin encontrar otra manera de calmar sus nervios tomó su celular y abrió la puerta de su habitación, con el propósito de refrescarse aunque sea un poco en el patio trasero.

—¿A dónde vas? —interrogó Grecia Benzal, de pie frente a ella.

—Mamá, me espantaste —respondió la rubia, dando unos pasos hacia atrás—. Voy afuera, ¿hay algún problema?

—Ninguno, simplemente me gustaría hablar contigo.

Últimamente Priscila había escuchado mucho esa frase, y por experiencia sabía que no se podía avecinar nada bueno después. Así que respiró hondo y regresó al interior de su habitación, sabiendo que su madre iba detrás de ella.

—De acuerdo, ¿de qué quieres hablar? —comenzó la chica, tomando asiento en una de las orillas de su cama.

—Desde que tu padre y yo anunciamos el divorcio tú no has dicho nada, solo quería saber cómo estabas.

¿Era alguna clase de broma? ¿Cómo esperaba que se encontrara? ¿Rebozando de felicidad? Le habían puesto fin a su familia, le habían quitado lo único seguro que tenía en la vida. Sin embargo no se iba a hacer la víctima, y menos con su madre.

—Estoy bien, mamá.

—Priscila, si hay algo de lo que quieras hablar...

—Sabes, de todo esto salió algo bueno, finalmente te preocupas por lo que tus hijas sientan —la rubia no sabía exactamente por qué había dicho eso, las palabras solo habían salido de su boca y ya no podía hacer nada para cambiarlas.

—¿Qué has dicho? —Grecia se llevó las manos a su cadera, se veía imponente, a cualquiera le hubiera causado miedo verla así.

—Olvídalo, no fue nada.

—Priscila, ¿crees que no me doy cuenta que preferirían quedarse con su padre en lugar de conmigo? —reveló su madre, liberando la tensión de sus hombros y sentándose en la pequeña silla del tocador—. No soy tonta, sé que han convivido más con él, y que probablemente sea mejor padre de lo que yo soy.

La rubia no sabía que contestar a eso. Ella estaba en lo correcto, sin embargo no era tan cruel como para decírselo, prefería quedarse callada y escuchar todo lo que tenía que decir.

—Tu padre se va a quedar con la casa, no quiero que les falte nada ni que abandonen el lugar en donde crecieron —continuó Grecia, tomándola por sorpresa.

—Espera, ¿estás diciendo que nos quedaremos con papá? ¿Qué hay de ti?

Puede que Priscila y su madre llegaran a tener problemas, sin embargo aun así se amaban, eran familia, eran la misma sangre, nada podía cambiar eso. A la chica no le hacía mucha gracia saber que ahora la iba a ver menos de lo que generalmente lo hacía.

—Compré una casa cerca de aquí, no las vamos a forzar a nada, así que pueden visitarme cuando quieran —ofreció—. Y quiero pedirte perdón, Pris, porque me perdí de tanto, de tus festivales escolares, proyectos, amores, amistades. Quiero pedirte perdón por apenas darme cuenta de cuánto me necesitabas, lo siento.

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