Capítulo 2

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Me observó con aquella mirada fría a la que, aunque no había pasado mucho tiempo, estaba terriblemente acostumbrada. Simplemente no había visto nada diferente en ella, a pesar de que a veces se mostraba intrigada, porque sus ojos eran como espejos; no podía ver nada a través de ellos, solo mi reflejo. Caminó a mi alrededor, buscando a saber qué, y volvió a pararse frente a mí. Llevó una mano a su mentón y descansó su mirada en el suelo, pensativa.

-No entiendo cómo es que has nacido – dijo de repente-.

-Pues... cuando mamá y papá se quieren mucho, se dan besos y abrazos... – comencé a explicar-.

-No me refiero a eso – contestó ligeramente sonrojada-. Técnicamente, conozco el proceso – aclaró-.

- ¿Técnicamente? – sonreí y ella apartó la mirada completamente avergonzada-. Mira, si quieres pasa y, mientras que piensas, te doy un té o algo.

-No, debo buscar a los Hijos de Etro.

-Son como las tres de la mañana, ya no vas a encontrar nada hasta que amanezca.

- ¿Cómo lo sabes?

-Soy el espécimen raro de la ciudad, todo el mundo habla conmigo. Normalmente tiene sus desventajas, pero a ti parece que te puede ayudar. Aunque antes, tú también me tienes que aclarar algunas cosas.

-Está bien, parece justo.

Abrí la puerta de par en par y la dejé pasar primero y, cuando entré, cerré con llave. Durante meses, había oído cómo raptaban a chicas en sus propias casas, así que, en cierto modo, me había vuelto un poco paranoica al respecto. Por otro lado, en cierta manera me sentía un poco más segura teniéndola a ella a mi lado, ya que, a pesar de haberla conocido unas cuantas horas antes, tenía algo que desprendía confianza. Quizá, ese sería un poder de Redentor...

Ella se sentó en el sofá mientras preparaba una bebida caliente para ofrecerle. Cuando volví, estaba con una postura totalmente rígida y con la mirada puesta en mí, esperando algo, lo cual me ponía un poco tensa. Sin embargo, decidí sonreír para que el ambiente fuera más relajado y ocupé el otro asiento del sofá. Le ofrecí una de las tazas que tenía en las manos, y ella la cogió confiada con una mano, mientras que, en la otra, seguía empuñando la espada. Su cara era terriblemente seria.

- ¿Sabes? Puedes relajarte un poco si quieres. Como sigas así vas a tensar tus músculos tanto que vas a parecer un bégimo – ella hizo un sonido parecido a una risa ante el comentario-. Podrías empezar por soltar las armas.

-No lo he hecho literalmente en quinientos años.

-Pues ya es hora, ¿no? – ella me miró dando a entender que no lo iba a hacer-. ¡Oh, vamos! ¿Cómo pretendes que tengamos una conversación tranquila si tengo la sensación de que me vas a rebanar el cuello en cualquier momento?

-Está bien... - suspiró-.

Se levantó y fue a una mesa cercana, ya que, al parecer, no estaba dispuesta a perderlas de vista. Me di cuenta de que era extremadamente precavida y que debía haber pasado por mucho cuando no era capaz de relajarse. Llevó las manos a su espalda, de la cual desabrochó la vaina de la espada de la armadura y la colocó de manera ordenada sobre la mesa. En segundo lugar, se quitó uno de los guanteletes, pues éste tenía, al mismo tiempo, un escudo fusionado al metal. Con ello, dejó ver una mano fina y estilizada y una piel que parecía bastante tersa y cuidada. No era tan guerrera debajo de la armadura. Por último, desabrochó de su pierna un bolso y una pequeña daga y la colocó con el resto de cosas. Cuando volvió a recorrer la zona para sentarse, me di cuenta de que andaba de una forma más ligera.

Final Fantasy XIII: Mi RedentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora