Capítulo 11

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Ni siquiera fui consciente de cuándo me quedé dormida, pero, cuando comencé a recobrar mis sentidos, sentí un ligero dolor de espalda. Mi mano tocaba algo de tela, mientras que la otra estaba reposada en mi regazo. Estaba sentada. Abrí los ojos y, tal y como me temía, me había quedado dormida en la silla junto a la cama de Lightning, cuidándola. Miré en su dirección, pero solo pude encontrar las sábanas que, momentos antes, sentía ante mi tacto. Ella no estaba. Sin embargo, me di cuenta de que todas sus cosas permanecían allí; armas, ropa y un pequeño bolso. ¿Dónde había ido si no había salido de allí? Miré la hora; las ocho de la mañana. Ella me dijo que su día comenzaba a las seis. ¿Se habría ido sin mí? No, no podía ser, ella era una soldado, nunca dejaría atrás sus armas.

Me levanté y me dirigí a aquel rincón en el que las dejé ordenadamente junto a mis cosas, ya que, en cierta manera, sentía curiosidad por sus pertenencias. No eran como nada que hubiera visto anteriormente. Agarré la espada por el mango, llegando así a la conclusión de que no podía levantarla con una sola mano tal y como Lightning lo hacía. La punta estaba rota, pero, aun así, no se deshacía de ella. ¿Qué sentido tenía luchar con una espada destrozada? Ninguno, pero ella lo hacía. Lightning Farron era misteriosa en muchos sentidos. La volví a posar en el suelo, y lo siguiente que me llamó la atención fue el guantelete con el escudo. Lo ajusté a mi mano izquierda, y pude notar que, para ser una protección, era más ligera de lo normal. La golpeé ligeramente con mi otra mano; el material era bastante resistente. Quizás, el hecho de que pesara tan poco era para compensar la otra arma. Solo así, Lightning podría mantenerse tan ágil. ¿Cuál sería su velocidad sin llevar nada de eso?

Oí pasos detrás de mí y, cuando me giré, lo único que pude ver era algo viniendo hacia mí. Instintivamente, me cubrí con el escudo. Acto seguido, alcé el puño para intentar defenderme de mi atacante, pero, en un rápido movimiento, había agarrado mi muñeca y la había aprisionado en mi espalda, aunque no con fuerza. No quería atacarme y, pese a que no pude ver la cara de aquella persona, sí que fui capaz de reconocer su dulce aroma. Al fin y al cabo, habíamos estado varios días juntas.

-Te defiendes mejor de lo que atacas – me dijo al oído-. Aún te queda por aprender -me soltó, yo me di la vuelta para mirarla, sonreía ligeramente-.

-Nunca fui capaz de atacar a Lumina, es escurridiza, así que aprendí a que ella no me hiciese daño a mí. Aun así, lo hacía, ahora que lo pienso...

-Suerte que ese calcetín asesino no es Lumina – miré al suelo, donde la prenda yacía inocentemente-. Yo te enseñaré a luchar – tenía el rostro relajado, se la notaba descansada-. Y dime, ¿qué haces con mis cosas? – no sonaba molesta, pero aparté la mirada, avergonzada-. Eurielle, no pongas esa cara de cachorro regañado – añadió divertida-. No estoy enfadada.

-Es... Bueno, me pregunté dónde estabas, porque tú nunca dejarías tus armas atrás, y me acerqué a observarlas. Tenía algo de curiosidad, porque no se parece a nada que haya visto, ni siquiera aquí, en Yusnaan. Y también pensaba en... ¿por qué luchar con un arma rota? – pregunté para mí misma-.

-Nunca has visto nada así porque no es de origen mortal. Bhunivelze me las otorgó para cumplir mi misión. Lumina fue la que partió la espada, y ni la tocó para hacerlo. Si aún la uso es porque, aunque esté destrozada, sigue teniendo ese poder divino. No son armas corrientes; están especialmente diseñadas para seguir mi ritmo.

-Ya... Y tú quieres enseñarme a mí a luchar, por lo que tendré que pelear contigo. Me parece que voy a rechazar tu oferta por el bien de mi cuello.

-Sé controlarme – respondió simplemente-.

-Está bien – sonreí, ella solo me miraba-. ¿Dónde has estado?

Final Fantasy XIII: Mi RedentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora