Capítulo 24

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Extrañamente, me guio en silencio a través de los laberínticos pasillos, y me pude dar cuenta de que no había nadie allí. Con toda probabilidad y a pesar del tamaño de aquel lugar, Fang vivía sola. Sin embargo, al contrario que Vanille, ella no parecía echarla de menos, aunque decía que sí le importaba. Una parte de mí lo comprendía, pues era una mujer extremadamente autosuficiente, y era evidente que, si quería compañía, no tenía nada más que decirlo y pasaría un buen rato. Por algún motivo, eso me pareció demasiado superficial para venir de su parte. Yo la había visto como mujer mientras crecía a su lado, o, al menos, antes de que se fuese cuando yo tenía diez años y, a pesar de mantener esa actitud de Don Juan (o Doña Juana, en ese caso), era muy diferente cuando estábamos con Vanille. Llegó a mi mente una noche en la que, a mis seis años, decidí quedarme con ellas tras mis pruebas médicas en la Orden. Ese día solo lloraba, y Fang me cogió entre sus brazos y me cantó mientras que Vanille me acariciaba el pelo. Después de mucho insistir, ambas durmieron conmigo para consentirme. Recordé el calor maternal que sentí al acurrucarme contra el pecho de Fang y rodearme con sus abrazos, y me vino a la mente lo último que vi antes de dormirme; Vanille se apoyaba en su hombro, con los ojos cerrados y la respiración tranquila, y Fang la estrechaba contra sí y besaba su frente con cariño. ¿Cómo me pude creer que la abandonó a su suerte? Era más que imposible.

Llegamos a una sala que, de inmediato, reconocí como la cocina y Fang me ofreció asiento. Se empeñó en hacerme el desayuno y canturreaba una melodía bastante familiar para mí mientras servía dos cafés. Me lo ofreció y, antes de sentarse frente a mí, depositó algunos alimentos sobre la mesa. Después, sin ninguna delicadeza, dejó caer su peso sobre su silla y me miró con una sonrisa orgullosa, como una verdadera madre. Al fin y al cabo, tanto ella como Vanille habían formado parte de mi vida desde que nací y, en cierta manera, ellas me protegieron de lo que desconocían mis padres sobre la Orden dentro de sus posibilidades, sin mencionar que las dos se hicieron cargo de mí cuando ellos murieron. En realidad, sí que podría considerarlas a ambas como mi familia.

- ¿Q-qué tal has estado estos años? – preguntó escondiendo su boca tras la taza-.

-No me puedo quejar. Cuando tuve edad de decidir me fui de la Orden. Solo mantuve el contacto con Vanille. ¿Y tú?

-Buscando ese maldito chisme, sin resultado. Ella... ¿cómo ha estado ella?

-Bastante mal, al principio. Solía llorar cuando creía que ya me había ido – apartó la mirada sintiendo vergüenza de sí misma-. Pero, con el tiempo, sonreía más, como siempre, y me contaba muchas anécdotas sobre vosotras. Siempre hablaba de ti.

-Ah...

La conversación se enfrió. Fang no había sabido nada en absoluto de la sacerdotisa desde que dejó Luxerion, ni una sola nota o foto. Era normal, pues todo el correo que pudiese llegar al miembro más importante de la Orden podría ser interceptado, evitando así que Vanille tuviera deseos de irse. Conociendo las dos versiones de una misma historia, me di cuenta de que aquella organización era cruel eliminando la libertad y la felicidad de uno de sus miembros. Agradecí mentalmente a Etro cuando escuché tan características pisadas en el pasillo seguidas por la presencia en la cocina de una tercera persona. Cuando el sol se había alzado y brillaba, Claire había vuelto.

-Buenos días – dijo con una ligera sonrisa, se acercó a mí y, tomando mis mejillas, me besó-.

-Buenos días, Claire – me sonrojé-.

-Uh... Sí que empezáis temprano a darme envidia – intervino Fang con un repentino buen humor, Claire se sentó junto a mí-. ¿Y dónde está el mío, Claire? – hizo especial énfasis en su nombre en tono de burla-.

Final Fantasy XIII: Mi RedentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora