Capítulo 4

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Volví a casa durante un par de horas para poder comer y descansar y, cuando se hizo la hora oportuna, salí de nuevo a las ahora vacías calles de Luxerion. En ese momento, casi todo el mundo estaba en casa, por lo que era la ocasión perfecta. Toqué de puerta en puerta para recoger distintos alimentos y objetos esenciales y básicos para la población del Arrabal. Aunque, por un lado, los habitantes de la zona rica despreciaban a cualquiera que saliera de esa zona de la ciudad, por otro, eran muy generosos debido al canon establecido por la religión luxeroniana. Sin duda, yo me aprovechaba de aquello para así poder darles una ayuda que siempre se les había negado. En ese momento del día, siempre pensaba en lo irónico que era que los despreciaran y aislaran, pero que no les diesen ningún tipo de recurso para cambiar; simplemente los ignoraban como si no existieran.

Por suerte, la gente fue especialmente generosa ese día, por lo que podría darles una gran alegría a aquellas personas. Ellos lo merecían todo, pues siempre me habían ofrecido todo lo que no tenían y, cuando me veían, se alegraban realmente de que estuviera allí y no me trataban como a alguien especial o como algo que se podría romper en cualquier momento. Siempre miraban quién era yo realmente. Todo aquello era lo que me impulsaba a recorrer las calles todos los días y esperar frente a las puertas hasta las doce de la noche, cuando ya los caminos se vaciaban de la "gente buena" y se podía llenar de "escoria".

Como todas las noches, bajé las pronunciadas cuestas del Arrabal y, ordenadamente, la gente aguardó su turno para darles lo que les correspondía. En su mirada, podía ver el más puro agradecimiento, y algunos incluso me ofrecían parte de lo que les había dado, aunque yo siempre me negaba. Después, ofrecí atención médica básica a aquellos que lo necesitaban, ya que, entre mis deberes de instrucción en la Orden, figuraba estudiarla y, pese a que en un principio no quería aprender nada de ello, me di cuenta de que, con el tiempo, aquello me podría ser muy útil.

- ¡Eurielle! – me llamó una chica desarrapada-. ¡Son los Hijos de Etro!

- ¿Qué ha pasado? – dije levantándome ágilmente de mi puesto-.

-Una mujer descubrió su escondite y los enfrentó. Liberó a la víctima justo a tiempo, y esos fanáticos han sido encarcelados. Pero la chica está muy mal, necesita tratamiento.

- ¿Dónde? – comencé a recoger mis cosas-.

-En el cementerio, la iban a sacrificar como a las otras.

Sin mediar más palabra, cogí lo poco que me quedaba del suelo y salí corriendo. A pesar de que las cuestas eran inclementes y el esfuerzo al correr era mucho mayor, me negué a dejar de menear las piernas. Si la situación era tan grave como la chica me dijo, lo probable era que la víctima no tuviera mucho tiempo. Recorrí las calles bajo la atenta mirada de los pocos transeúntes que había, y, cuando llegué a las puertas del cementerio, busqué el único lugar en el que sería posible realizar un ritual que albergara a tanta gente. A cada paso, el número de figuras de autoridad se incrementaba. ¿Dónde habían estado todos para buscar a la chica? Cuando llegué al corazón del cementerio, reconocí a Lightning entre la multitud, cerca de la víctima, prestando declaración, mientras que la chica yacía inmóvil en el suelo. ¿Sería demasiado tarde?

- ¿Qué ha pasado? No importa...

-Eh, niña, este no es lugar para ti – dijo un guardia-.

-Tranquilo, yo me encargo de ella – se acercó a mí de la manera neutral que la caracterizaba y me agarró el brazo-. No puedes estar aquí, están investigando el caso y esperan a la persona que puede tratarla. Si sientes curiosidad, te lo contaré más tarde si eso te deja tranquila – algo en su tono me dijo que estaba intentando ser comprensiva conmigo-.

Final Fantasy XIII: Mi RedentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora