12. Sentimientos encontrados

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Temprano por la mañana, Thalía abrió la ventana y vio a Mateo sentado frente a un improvisado escritorio justo en el medio del jardín. Era ordenado, siempre lo era y eso era algo que siempre había valorado en los hombres. Había una fila de muchachos vestidos de vaqueros que esperaban ser atendidos. No tenía idea de lo que estaba pasando allá afuera, solo que la presencia de muchos hombres la ponía algo nerviosa, más bien ansiosa, pero confiaba en Mateo y su tío y sabía que iba a estar a salvo con ello a pesar de que hubiera muchos hombres más en el rancho.

Bueno, al menos eso era lo que creía.

—Están buscando algunos peones para ayudar en el rancho en la época invernal —dijo Leo a sus espaldas, mientras lentamente y sin asustarla, se acercaba a la ventana de la habitación—. No sé si eso se hace o no, pero parece que a muchos les interesa el puesto de trabajo.

A Thali le pareció un gasto innecesario para el rancho, ya que no había tanto trabajo en invierno y si más en primavera, pero el que daba las órdenes era su tío y ella no era nadie para opinar.

—Escuché que ayer Mateo habló contigo en la cocina, habló sobre When, la perrita de Deborah, la prometida de Benjamin Hurtman —dijo Leo metiéndose las manos en los bolsillos—. Pero creo que hubo algo más ¿no es así?

Thali asintió, había revisado a la canina y se encontraba perfecta. Le agradaba tener algo que hacer en el rancho y más si era relacionado con animales que era lo que más le gustaba.

—Siento mucho lo que pasó ayer, Thali. Lo siento de verdad.

Ella tomó la pizarra que tenía en el escritorio, escribió algo y se lo mostró con algo de vergüenza:

Sé que no fue tu culpa, hay muchas cosas que no sabes. Puedes contarme, Thali. Sabes que para eso estoy aquí. Estoy para ayudarte en todo lo que pueda.

Ella borró y volvió a escribir.

No quiero que te veas involucrado en mi pasado. Estoy sucia y siempre lo estaré. No, Thali no lo estas... tú —le dolió mucho que ella misma se dijera que estaba sucia. Dolió como si algo lo perforara desde adentro.

—¡Thali! —ese era Mateo, quien apareció por la puerta—. Disculpen que interrumpa pero te necesito afuera Leonardo tienes que comenzar con el test psicosocial o algo así...

—Bien. Nos vemos más tarde —cuando salió de la habitación Mateo se quitó el sombrero color hueso que traía puesto—. Quiero disculparme por ayer, fue todo muy rápido y no quise decir nada de lo que dije. Me refiero a que no fue mi intención ofender o asustarte.

No quisiste decirlo, pero lo dijiste —escribió ella—. Si lo dije... ¿Qué voy a hacer ahora? Desde ayer mi tío no me habla y yo lo necesito

Maldita sea, se dijo Mateo, de verdad parecía realmente herida, como si algo estuviera matándola lentamente. Se acercó a ella atraído por el color de sus ojos que estaban sometidos a un enorme dolor, pero ¿Qué clase de dolor era ese? Se preguntó a sí mismo. Ella era dolor, el dolor de las familias incompletas, de maridos destruidos, de padres infelices... de personas rotas y perdidas.

—Mira Thali —dijo tomando sus manos, unas manos increíblemente suaves—. A mí me duele lo que vi ¿me crees? Te vi ofrecerte a hombres, elegir a chicas para ser violadas por ellos... eso no tiene precio, eso está mal y tu... Thali estuvieron buscándote por meses y meses, luego te encontraron casi muerta. Me duele, me duele mucho todo esto y que nadie pueda explicarlo.

Ella bajó la mirada, dos lágrimas cayeron y mojaron sus manos unidas y algo parecido al dolor se instaló en el corazón de Mateo de una manera casi imposible de soportar.

—Sé lo que piensas, piensas qué hacía yo ahí... y es difícil de explicar, pero es difícil entender que hacías tú ahí, en ese sitio. No te juzgo, sé que hay mujeres que hacen lo que quieren con sus cuerpos y está bien, pero obligar... Thali eso no... eso no se hace, está mal.

Estaba mal, pero había hombres, hay hombres que disfrutan de mujeres que son obligadas, sometidas, vendidas. Mientras aquellos hombres estuvieran interesados en el servicio iba a haber mujeres que fueran sometidas a aquello. Era un círculo. Es un círculo que comienza en el más básico deseo de un hombre que necesita, quiere o alardea un derecho de posesión.

Jamás le haría daño a nadie Mateo —escribió ella con manos temblorosas—. Créeme lo que te estoy diciendo, por favor.

Había tanto dolor en sus ojos que por un momento, Mateo, lleno de pena por lo que había visto y por lo que Jonas Keegan le había contado, le creyó. No supo por qué, pero le creyó, aunque ahora otro dolor se instalaba en su pecho, el dolor de imaginarse que alguien la vendiera como vulgar prostituta. Y eso dolía mucho más de lo que le gustaría.

—Ay preciosa, duele mucho lo que estas diciéndome —dijo con la voz estrangulada mientras con sus enormes manos tomaba las delicadas mejillas.

Sin saber lo que hacía, deslizó los pulgares por las lagrimas para secarlas y el maquillaje se corrió dejando ver algo de los golpes, pero Mateo no los vio o simplemente no les prestó atención, solo se concentró en sus carnosos labios y en como encajarían si los unía a los de él, ¿qué pasaría se la besaba?

Pero esa pregunta murió cuando sintió la tibia boca de ella sobre la de él, que delicadamente fue recorriéndola, era suave, tibia, dulce. Su sabor era casi perfecto, como si una fresa se fundiera con el más fino de los chocolates. Los brazos de Mateo rodearon su cintura y la apretaron contra él haciendo que su delicada figura se acoplara a su duro cuerpo, presionando sus blandos pechos contra su tórax y sus muslos contra las fuertes piernas.

Las manos de Thalía estaban indecisas, no sabía qué hacer, si rodear su cintura o dejar que descansaran en su pecho. Sea lo que fuere, le encantaba esa sensación y no podía dejar de saborear su boca, picante, fresca y con toques de café. Por primera vez en mucho tiempo sentía que no valía le pena hablar, cuando los labios de Mateo recorrían su boca, su barbilla, su cuello, mostrándole increíbles formas de comunicarse.

—No podemos hacer esto —dijo Mateo con la voz torturada mientras depositaba besos en la unión de los hombros y el cuello—. Pero eres muy dulce, Thalía —se lamentó—. Eres como la más dulce de las frutas, fundida con el más fino de los chocolates, eres... prohibida.

Thalía tragó saliva, ya la habían besado, pero nunca así, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y quiso darse la vuelta, pero Mateo se lo impidió, acorralándola entre el escritorio y su cuerpo. Dejó las manos apoyadas en la madera y se inclinó sobre ella aspirando el perfume de su cuello, dejando vagar su aliento por las clavículas...

—Eres prohibida Thalía —susurró acariciando las suaves mejillas de la joven que tembló ante el dulce contacto.

Thali negó con la cabeza, pero sus movimientos quedaron estáticos por un nuevo y arrollador beso que acabó con el pulgar de Mateo acariciando el hinchado labio inferior.

Pero de pronto se alejó de ella, como si algo lo quemara, como si algo lo asqueara y produjo la misma sensación en ella. Asco y culpa y no soportaba sentirse así.

Recordó cuando la obligaban a prostituirse en ese lugar, recordó la ansiedad de volver a bañarse y quitarse el olor a sexo y perfume de hombre de la piel.

Automáticamente se llevó las manos a la cara para olérselas y busco las clásicas manchas se semen en la ropa, se limpió los inexistentes restos de saliva en sus labios al mismo tiempo que se alejaba de Mateo.

—¿Thalía? —preguntó este desconcertado al ver los frenéticos movimientos de esta—. ¿Thalía que sucede?

Thalía quiso gritar que la dejara en paz, quiso decirle, rogarle si era posible, que le creyera y que no la juzgara, que la ayudara , pero lo único que pudo hacer fue correr al baño antes de vomitar todolo que había desayunado esa mañana. 

Hermanos Hurtman #2 "Pecado de amor".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora