[DOS]

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Josh Hill.

Gruño cuando la alarma suena a las siete de la mañana. La apago, y durante unos segundos pienso en quedarme en la cama, con las sábanas envueltas en mi cuerpo, y la mente en blanco. Pero otra alarma me recuerda que eso no es posible.

Me levanto, coloco una de mis sudaderas, y bajo las escaleras hasta llegar a la especie de gimnasio que hay en el sótano, si es que se le podría llamar así. Simplemente son las máquinas que más uso.

Todo el mundo me tiene envidia por el dinero de mis padres, sin embargo, a veces pienso que sería mejor si no tuviera nada. Que tengo demasiados logros, y demasiadas puertas abiertas sin ni si quiera haberme molestado en picar a ellas.

Es decir, hay gente que se esfuerza mucho más que yo, y no tiene ni la mitad.

Por eso, sigo aguantando toda esta farsa. Por eso, me levanto a las siete cada día cuando en realidad debería ser a las ocho.

Estudio más de las horas que debería, para tener un promedio alto y poder ir a una buena universidad, aunque tal vez eso no es lo que me gustaría hacer.

También, estudio inglés, alemán y español, aunque odio los idiomas.

Después de hacer todos los ejercicios hago cada mañana, voy al baño y me doy una ducha, dejando que el agua se lleve mi sudor.

Sí, esa es mi rutina de cada mañana. Me levanto una hora, antes, hago algo de ejercicio, y bajo a desayunar.

— Josh, debes subir tus notas. Has bajado el promedio. — escucho a mi madre decir cuando pongo un pie en la cocina—. Acuérdate que esta tarde tienes clase de español, y el examen de alemán el viernes.

— No entiendo porque sigo estudiando alemán, si soy de allí. Puedo asegurarte que mi nivel de alemán es mejor que el de inglés.

— Pero no tiene que ser mejor. Tiene que ser perfecto.

Niego con la cabeza, mostrando desacuerdo con ella, pero a la vez sabiendo que no tengo nada que hacer. Mi madre es así, muy controladora. Siempre va muy arreglada, y con un rostro serio. Es abogada. Papá es empresario y no está ni la mitad de los días del año en casa. Cuando vuelve ninguno decimos nada, de hecho, sigue siendo lo mismo. Solo nos saludamos y él me dice que he bajado mis notas, o que he de mejorar en el equipo para conseguir una mejor beca. Nunca me preguntan qué es lo que quiero.

Y todos los días de mi vida son así.

— Tu padre vuelve dentro de dos días.

Pues muy bien. Como si algo fuera a ser distinto.

— El sábado tenemos una especie de reunión con gente muy importante. Algunos son clientes míos, otros son posibles beneficiarios de la empresa de tu padre.

Comprendo lo que va a decir justo antes de que lo haga. Me anticipo.

— No quiero ir. Siempre me decís que debo entrenar los sábados, así que debo entrenar. Y tengo mil exámenes para prepararme. Entre semana no tengo tiempo. Y, además, esas galas son aburridísimas, y la gente es super falsa.

— ¡Josh! No hables así. La reunión es por la noche, así que tienes toda la mañana. Y todo el domingo también. Vas a ir, fin de la discusión.

Suelto un bufido. No lo soporto. Esos sitios están llenos de gente que a mí me parece super falsa. Gente que te sonríe, pero por dentro está deseando matarte. Y mamá solo quiere que vaya para que los periodistas se piensen que somos una familia perfecta, y así los negocios de ambos vayan mejor. Eso significa que tendré que fingir más de lo que ya hago.

Me levanto de la mesa y salgo de casa. Sin decir nada. Mamá tampoco me dice nada, porque sé que no tengo escapatoria. Entro en mi coche y empiezo a conducir hacia el instituto.

Supongo que este es otro día más de mi patética vida.

(...)

El entrenador me deja usar el gimnasio aún más tarde de las ocho, que es la hora que cierran el instituto. Así que después de mi clase de español voy hacia el instituto. De hecho, siempre prefiero ir a cualquier sitio que nos sea a casa.

Practico una y otra vez los pases, doy mil vueltas al campo, y hago mil tipos de ejercicios disantos.

Debo mejorar en todo.

Ser un capitán mejor.

No mejor. Perfecto.

Debo hacer tantas cosas... Pero simplemente no puedo más. Esto es demasiado.

Me siento en el suelo, con la cabeza en las piernas. Está todo tan en silencio, que solo soy capaz de escuchar mi respiración agitada.

Tal vez debería exigirme menos. Esto es demasiado para mí, y soy consciente de ello. Soy consciente, de que no puedo sacar un sobresaliente en todas las asignaturas.

¿Entonces, por qué me exijo tanto?

¿Por qué doy todo de mí, incluso cuando no queda nada?

Estoy destrozado. Tanto emocional, como físicamente.

Hago un esfuerzo por levantarme, y como si fuera zombi, voy a las duchas del instituto.

Me encanta esto. La tranquilidad que hay en el instituto, es imposible de encontrar en ningún sitio.

Media hora después, salgo del gimnasio, cerrando la puerta. Voy a colocarme los cascos, pero entonces mis oídos perciben algo.

Sollozos.

¿Sollozos?

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Avanzo por el oscuro pasillo. Todo parece ser normal, pero yo sigo oyendo esos sollozos. Alguien está llorando.

Sigo andando, siguiendo el sonido de los sollozos y acabo encontrándome con una persona sentada en el suelo. Cuando me ve, se levanta de golpe, es una chica. Apenas puedo distinguir sus facciones, debido a que está muy oscuro, solo puedo ver que tiene el pelo a la altura de los hombros y una cara pálida. Y sus ojos. Puedo ver sus ojos de ese color marrón.

Ella tiene la intención de irse antes de que pueda siquiera preguntarlo cómo se llama, pero coloco la mano en su hombro para intentar detenerla. Es un contacto suave, apenas le rozo el hombro.

— ¿Te encuentras bien?

Sus ojos vuelven a conectarse con los míos. Siento como se me comprime el estómago.

— No.

Me fijo un poco más en ella, juraría que ese pelo y esos ojos son familiares. Tal vez vaya al mismo instituto que yo, pero debido a la poca iluminación soy incapaz de saber quién es.

— Tu cara me es muy familiar, ¿te conozco de algo?

— Vamos al mismo instituto.

Lo sabía.

— Tú tampoco luces muy bien. — me dice. — ¿Te encuentras bien?

Nada. Quiero decirle lo mismo que ella me ha dicho a mí: la verdad. Pero en lugar de eso digo otra cosa distinta.

— Aguantando. Había venido a entrenar para mejorar mi resistencia. ¿Quieres ir a tomar algo? Podemos ir a por un helado y hablar. O lo que tú quieras.

— Claro.

— Genial, solo déjame ir a buscar mis cosas, ¿sí?

Ella asiente, así que yo lo tomo por un sí. Voy corriendo al vestuario y cojo mi mochila, no obstante, cuando vuelvo ya no está. Y no es porque me haya confundido de sitio, porque hay una nota. Pone un "lo siento. "

Supongo que dos personas que están rotas pueden arreglarse mutuamente.

(...)

JOSH & LEAH [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora