7- WILLIAM - ¿QUIERES HACERLO AQUÍ?

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– ¡Salta, salta!– Le ordenaba a Laurel.

– ¡Estoy saltando!– Ella acataba mis órdenes.

– Así no ¡Más rápido!– Le grité.

– ¿Así? – Me preguntó para saber si lo hacía bien.

– Sí, así, sigue, no te detengas.

– ¡Me encanta esto!– Dijo ella riendo.

– Eres mejor de lo que pensé, ¡No te detengas!

– ¡Ay! ¿Qué es eso?– Gritó Laurel, asqueada.

– ¡Presiona ataque especial!

– ¿Cómo hago eso?

– ¡Así no, contraataca!– Le ordené. Esta vez no hizo caso.

– ¡Mierda! ¿Así?

– Ya no importa, te mataron.

– ¡Qué pena! ¿Puedo intentarlo otra vez? Te apuesto lo que sea a que ganaré esta vez. Y las apuestas para mí son muy importantes– Dijo al final la chiquitica con su carita de niña inocente.

Estaba un poco enojado porque no había escuchado todas mis indicaciones de manera correcta, pues había colocado el nivel más sencillo para que ella lo pasara sin problemas. Incluso me había tomado la tarea de entrar a mi cuenta y preparar un personaje femenino, equiparlo y ponerle nombre. Ella le puso «Schwarzer Engel». Yo le había puesto «Enana Cuatrojos» no entiendo por qué no le gustó.

En ese momento no me fijé en el personaje que eligió, que al final terminaría siendo su favorito: era una hechicera de ojos azules y vestido morado largo, de esos que utilizaban las mujeres en la antigüedad, llevaba alas negras en la espalda y sus ataques consistían en maleficios.

El juego consistía en un mapa dividido en tres carriles, superior, inferior y central, donde los personajes tenían que elegir en que carril ir antes del comienzo. Con ciertas habilidades –o trucos de magia– debían defenderse de los enemigos y ayudar a los aliados para hacerlos retroceder por los carriles mencionados. Era un juego de magia y a ella le gustó. Y a mí me gustó que a ella le gustara.

El día anterior, martes, me había sorprendido mucho que aceptara conocer mi casa, estaría libre y podía llegar un rato en la tarde. Cuando le pregunté si conocía la casa de Aníbal hizo una mueca, decidí no volver a hablar del Dientón mientras él no estuviera presente.

Mi casa, bueno, me gustaba llamarla así, era un apartamento un tanto pequeño, o eso me parecía pues había vivido casi toda mi vida en una enorme casa de dos pisos, pero los buenos tiempos habían acabado y mi familia se había mudado varias veces, cada vez a casas más pequeñas. Tenía unas rejas altas que protegían que nadie dañara el pequeño jardín que Nubia dejaba en la terraza; ella decía que era la presentación del hogar y esas cosas. La casa estaba dividida en dos, en una parte estaban la sala y la cocina, ésta última se encontraba al final y estaba dividida por un mesón, del otro lado estaban los cuartos. El primero de mi hermano, el segundo lo compartían Nubia y mi abuela, que todos le decíamos mami, y por supuesto el más pequeño al fondo, junto al patio trasero donde estaban las perras, era el mío.

Acordamos encontrarnos en la iglesia, porque era un punto central y los buses se detenían allí y sobra decir que estaba cerca de mi casa, tanto que se podía ir caminando y así fuimos hasta el apartamento. La llevé a mi cuarto en cuanto pude, no había nada de malo, aunque mi familia no estaba le había avisado a Nubia que traería a una amiga... o usé la palabra compañera de curso. Con la cama en una esquina, un pequeño closet del otro lado y un computador en la otra esquina me sentía orgulloso mostrando como era el rey de esas tierras. No había arreglado la cama, ni pensaba hacerlo, pero no me importó y a ella menos. Cuando me pregunté porque ella quería conocer mi casa, sólo pensé en una cosa, pero cuando estuvo en mi casa lo único que se me ocurrió fue mostrarle el juego en línea que compartía con Aníbal. Yo nada más tenía espacio para mi silla en aquella habitación, así ella tenía que ver sentada desde mi cama. Para mi sorpresa le gustó y me pidió que le enseñara, por lo cual le enseñé como usar el teclado de mi computador y otros trucos. Le repetí dos veces para asegurarme que entendiera y le di el teclado, y como ya conté, perdió aun cuando era el nivel más fácil.

Luego me percaté de algo, nunca había metido a una chica a mi habitación y pese a todo, no me sentía nervioso. Me sentí libre y empecé a hablar con ella de un tema que no me había atrevido antes.

– Laurel, he pensado en lo que hablamos...

– Dime, no seas penoso.

– Es que... – No me salían las palabras, ella aprovechó para adelantarse a lo que creyó que yo iba a decir.

– ¿Quieres hacerlo aquí?

Pensé que bromeaba, pero no. Su mirada seria se clavó en mí; mi corazón se aceleró y mi mente se desconectó por un segundo; me sentí incómodo y dije lo primero que se me ocurrió.

– ¿Cómo hacen Aníbal y tú?

– En su casa.

– Pero el Dientón no vive solo.

– A veces lo dejan solo, a veces no; sólo es cuestión de saber cómo hacer las cosas. El día que estuvimos por primera vez estaba en la casa de Aníbal y llovía, lo recuerdo bien. Mientras su abuela veía televisión en la sala yo lo ordeñaba en la habitación.

– Creo que no podré hacerlo – Solté de repente. Lau me miró como si le hablara en otro idioma – Aníbal es mi amigo, eres muy buena, pero no creo que sea capaz de hacerle eso.

– A él no le harás nada... –Su mirada se llenó de lujuria y apretó sus labios, como sabía provocarme.

– Engañarlo – Agregué rápidamente.

Ella no insistió, no dijo más nada, quedamos en silencio por un tiempo que debió ser cercano al minuto. Se despidió de mí con un beso en la mejilla, como lo haría con naturalidad.

Justo antes de que ella saliera de la casa mi celular sonó, esta vez desvié la inoportuna llamada.

– Tenías razón... – Dijo la chiquitica mientras se iba – mi casa está cerca la tuya.

Después de eso dejamos de hablar de sexo. Dejamos de intercambiar mensajes entre nosotros y básicamente no le hablé a no ser que Aníbal estuviera presente. Ella me trató todo el tiempo con una extraña normalidad, lo digo porque recibí el trato que sería normal recibir de ella, bromas e insultos por igual.

Y Aníbal terminaría su carrera con honores, y Laurel un año después, y serían novios, novios de verdad. Y se iban a querer y amar, mientras yo haría mis cosas y organizaría mi vida, me mudaría solo y crecería como persona.

Y entonces todos serían felices, fin.

Me gustaría que todo hubiera terminado así, pero no.

Tres Son MultitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora