Era un día lluvioso. Me gustaban mucho los días así. Recuerdo que caminábamos en dirección a mi casa, también recuerdo haberle dicho a William antes de que empezara a llover que fuéramos a mi casa. No me hizo caso y el agua nos tomó por sorpresa. Llegamos a su casa corriendo cuando las primeras gotas de agua cayeron. No fue tan malo como la vez que un carro nos arrojó agua cuando estaba con Aníbal.
Dejé mi maletín sobre una de las sillas. No nos habíamos mojado mucho, alcanzamos a correr así que llegamos con los corazones agitados. Ni él ni yo pensamos que estaríamos solos en su casa. Me di cuenta después de unos minutos cuando no escuché a nadie más.
Él estaba callado y yo no sabía que decir. Recordé la otra vez que estuvimos en la casa y al parecer él también, pues abrió la puerta del cuarto de su hermano para asegurarse de que esta vez estábamos solos. Me quedé sentada en una de las sillas del comedor y me dio un vaso con agua. Había un extraño olor en el ambiente, uno que no pude sentir la primera vez que estuve en esa casa, pero ahora era limpio. El aroma de mi perfume se había perdido por la lluvia y todo lo que percibía era ese extraño olor, que me encendía las ganas como si se tratara de un afrodisiaco.
Se acercó a mí, aun podía sentir que estaba un poco agitado, pero claramente ahora yo era la razón. Me besó y yo le respondí. Empezó a tocarme con miedo y curiosidad, como si no estuviera seguro si me gustaba o me hacía daño. Pasó su mano sobre mi ropa húmeda, lo hizo sobre el jean y sobre mi blusa. Tocó mi cara y besó mi cuello. Me puse de pie y él también lo hizo. Lo tomé de la mano y lo llevé a su habitación.
Sus manos estaban frías y su cuerpo caliente.
Nos besamos una y otra vez sin avanzar. Usaba mis labios con suavidad, tratando de mojar su piel, que había empezado a secarse. El frío y el olor que había sentido fueron reemplazados por su aroma. Él tocaba sobre mi ropa sin atreverse a quitarla. Estuvimos así un tiempo, me gustaba así. Era un juego sin violencia, sin desespero, no quería avanzar y al mismo tiempo quería hacerlo. Lo besé en el cuello y él hizo lo mismo. Besó mi ombligo y yo su nariz. No pude evitar reír al besarle la nariz. De un momento a otro su camisa y sus pantalones salieron volando y nos tiramos en la cama. El desabrochó el jean que llevaba puesto y yo me deshice de éste. Luego quitó mi blusa con cuidado mientras me besaba el ombligo. Intentó quitarme el sujetador mientras me besaba, luego lo intentó sin besarme, luego me volteó e intentó quitarlo mirando el sujetador, lo dejé intentar sin decir nada. Se rindió en menos de unos segundos.
– ¿Podrías? – Me pidió William con una voz susurrante.
Usé una sola mano y, con un solo movimiento, saqué el sujetador de mi pecho y lo tiré al piso junto a la cama, volteé para verlo a los ojos con una sonrisa. William se quedó mirándome un momento, no al pecho sino a los ojos y empezó a besarme más fuerte y con más pasión. Para entonces todo lo que me quedaba de ropa estaba húmedo y no precisamente de la lluvia.
Me coloqué sobre él y me deshice del resto de nuestras ropas. Empecé a bajar con lentitud. Jugué un rato y le hice rogarme que bajara. Me encargué de que disfrutara aquello que su hermano nos había quitado la última vez en este mismo cuarto.
Cuando lo sentí duro le pedí que se pusiera sobre mí, dentro de mí. Obedeció como lo habría hecho mi perrito.
El me besaba en la boca y en el cuello y yo le pedía que me penetrara, lo hizo con miedo, con lentitud, con calma. Una vez dentro de mí tenía sus manos bajo mis hombros apoyándose en los codos y pude sentir como sus brazos temblaban.
– ¿Tienes frío? – le pregunté suspirando.
– Me excitas mucho, estoy haciendo un esfuerzo por no venirme– contestó.
La idea de que no podía aguantarse dentro de mí me encendió. Rodeé su cintura con mis piernas y su espalda con mis brazos y empecé a moverme para que me penetrara. Ambos gemíamos a la par, con la misma intensidad, cada vez un poco más fuerte. Pude sentir como todo su cuerpo se calentaba junto al mío y solo unos cuantos minutos después pude sentir como su calor me llenaba. Yo estaba extasiada y pedía más, pero tuve que detenerme pues él no podía darme más en ese momento.
Ambos ventilábamos con fuerza, el reía y yo también, el me besaba y yo a él. Se quedó sobre mí, quieto. Solo así, sobre mí. No quería que se moviera, quería quedarme así todo el día.
Después de un rato no muy largo se acostó a mi lado, yo me acurruqué a su lado y empecé a acariciar su pecho, él rodeaba mi espalda con su brazo y acariciaba mi cintura.
Me sentía tranquila a su lado, no hambrienta, no deseada, tranquila. Una duda invadió mi cabeza como si fuera una idea loca y aquella pregunta salió de mis labios sin pensarlo.
– ¿Me amas?
Me sentí cómoda al preguntar, quería saberlo, quería escucharlo de sus labios. Era el momento perfecto para decirlo. William me acarició un poco la mejilla con su otra mano y me besó con ternura, pero fue un beso muy corto. Luego se quedó callado. El silencio me aceleró el corazón. Quité un mechón de cabello de mi cara y le volví a preguntar, esta vez un poco diferente.
– ¿Me amas o solo me quieres coger?
No respondió, así que le sacaría las palabras a la fuerza de ser necesario.
Me subí sobre él y empecé a besarlo y acariciarlo jugué con su lengua y le mordí el cuello y los pezones. Le metí las uñas en las nalgas y le mordí los genitales. Luego usé mis manos para jugar con mi nuevo juguete, lo tomaba con fuerza y lo movía con rapidez mientras lo miraba a los ojos con diablura. En sus ojos pude ver como casi me suplicaba que me lo llevara a la boca, pero no lo hice. En mis manos pude sentir como se endurecía otra vez. Sus ojos se voltearon.
– ¡Cógeme! – Me pidió con desespero
Lo monté y empecé a cabalgarlo. Lo llevé dentro de mí lo más que pude y ahí empecé suavemente. Pretendía hacerlo rogar que fuera más rápido, pero no lo hizo. Iba adentro y más adentro, adentro y más adentro, despacio y con un ritmo constante, yo estaba gimiendo despacio al principio por pura maldad, luego se convirtió en verdad y empezó a tocarme con más fuerza. Apretó mis pezones con fuerza justo como hace un momento hice con los de él y empecé a disfrutar. Seguí con calma, sin detenerme, sin ir más rápido, pero no quise contenerme, no quería detenerme y no lo habría hecho, aunque hubiese querido.
El calor aumentaba, estaba sudando y se sentía rico. Era como si la lascivia fuera un adulto y yo un bebé que se tira a sus brazos.
Empezó con sigilo, pero no tardó en acelerar la marcha, empujó con fuerza y me embestía como si su vida dependiera de ello. Me hacía gemir de una manera que no pensé, mi mente se nublaba y me daba vueltas. No quería que se detuviera. Pude escuchar un fuerte quejido que sentí hasta en mi estómago. Nos tiramos en la cama al terminar, exhaustos de placer.
Nos quedamos uno al lado del otro, acariciaba su pecho con suavidad.
– Quiero quedarme aquí todo el día– Le dijemientras me acurrucaba a su lado.
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Tres Son Multitud
DragosteWilliam es un joven desafortunado; Aníbal un muchacho intrépido; Laurel una chica atrevida. Los tres nos contarán su historia, cada uno a su manera, de cómo querían hacer un trío. Pero cada uno tiene algo más que contar que solo eso...