LAUREL - ¿ME QUIERES PONER A MAMAR?

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Un olor rancio, como de un perro muerto, entraba en mi nariz y me producía náuseas. Yo estaba sola en un cuarto oscuro, estaba descalza o eso creí, pues podía sentir el suelo frío. La sensación de tocar un líquido me hizo vacilar, no era agua, aún estaba caliente cuando la pisé. Seguí caminando, lentamente me acerqué y pude vislumbrar una sombra en el piso, debía haber algún resquicio que dejaba entrar la luz solo para hacerme saber que no estaba sola. Aprieto un puño y noté que tenía algo en la mano, estaba sujetando algo, pero no sabía qué era. De repente la sombra se levantó y me atacó, estaba sobre mí, sus manos sobre mí, parecía tener unas garras como las de un animal salvaje con las que me rasgaba la ropa, estaba lastimándome, me golpeaba... yo traté de defenderme... no sabía qué tenía en la mano, intento golpearlo con eso, tal parecía que era un portarretrato, pero parece que no podía dañarle.... no le hacía daño... solo podía escuchar ese tétrico sonido... ese que me acompañaba... el mismo que tanto le gustaba a mamá: su risa.

Desperté.

Esa vez no estaba gritando, pues mi mamá no estaba en el cuarto conmigo, estaba sola. Tenía un sabor amargo en la boca, era un sabor metálico horrible. De no ser por la luz que entraba por debajo de la puerta de mi cuarto éste habría estado en total oscuridad. Seguramente mamá preparaba el desayuno. Debía ser temprano y ella no quería que llegara tarde a mi primer día en la universidad. Me bastó un segundo para notar que las sábanas estaban empapadas de sudor.

Justo cuando creí que por fin me había desecho de él, vuelve en pesadillas. No me venció antes cuando las cosas eran más difíciles, no lo haría en ese momento.

Me miré en el espejo e intenté ser fuerte, sonreí. Pude ver como unas pequeñas bolsas negras bajo mis ojos se hacían más grandes. Tomé una ducha. Al ver a mi mamá sonreí para que no notara mi desencajo. Fui a la universidad y traté de olvidar aquello.

Una vez en la universidad compré un bombón en la tienda. Me gustaban de fresa. Me senté en una de las bancas de concreto de la universidad. Había dos canchas multiuso ambas estaban condicionadas para futbol, básquet, volibol e incluso tenis, pero yo solo me quedaba a mirar el volibol. Claro que sabía jugar, pero no estaba dispuesta a hacerlo en concreto, solo jugaba en la playa, pues tenía años que no jugaba.

Me metí el bombón a la boca y empecé a jugar como si chupara un pene, o al menos eso me decía Laura cada vez que empezábamos a jugar con los bombones. En mi defensa puedo decir que ella fue quien me enseñó a lamer el bombón de manera correcta, así que en cierta manera tenía toda la razón.

Ahí estaba él ¿Quién dijo que él estaría ese día? ¿Quién lo puso allí? ¿Dios o el diablo?

Creía que no me daba cuenta. Así que empecé a jugar con el caramelo de mi boca. Debo aceptar que se veía muy mal, sí, en serio, pero para ese entonces me gustaba provocar así a los hombres. No tardé mucho en darme cuenta de que no debía hacer esas cosas, aunque de no haberlo hecho no estaría contando esta historia.

Tomaba el bombón y lo pasaba por mis labios con suavidad, lo besaba y lo metía en mi boca rápidamente. Empecé a meterlo de manera que sobresaliera un pequeño bultito en mi mejilla justo del lado en el que aquel chico estaba mirando. Fijé mi mirada en él.

Fue una extraña sensación.

Naturalmente después de ese tipo de provocación un chico se acercaría, o se iría con cara de pervertido pensando lo que se le diera la gana de mí, o cualquier otra cosa en vez de quedarse idiotizado mirándome. Era muy alto, diría que medía un metro ochenta, tal vez un poco menos. Nada intimidante para mi orgulloso metro con cincuenta y cinco, que me colocaba unos cuantos centímetros más alto que mi mamá y como una de las mujeres más altas de la familia.

Tres Son MultitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora