Décimo Primer Vitae

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-Umm... enanito, parece que todo en tu embarazo va bien...-dijo una castaña-Aunque la verdad... han habido muchas complicaciones...

-¿Qué puedo hacer cuando nazca?-preguntó, sus palabras llenas de dolor-No lo quiero matar, pero...

-Yo podría quedármelo, siempre quise un hijo-dijo con una sonrisa melancólica-Pero nunca tuve la oportunidad...-pequeña pausa-Bueno, me voy. Ya sabes, no salgas de cama...

Salió de la habitación. Caminó hasta la puerta de entrada de la casa donde un rubio la esperaba.

-¿Y?

-Va de mal en peor... si sigue así, hay altas posibilidades de que ninguno de los dos soporte el parto...-dijo ella-Lo siento, Erwin.

Se fue, dejando a un rubio llorando.

-No, Levi no...-susurraba mientras lloraba.

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Mientras tanto, en un lugar un poco lejos de ahí, había una azabache que estaba frente a su castaño.

-Eren, tengo algo que decirte-dijo mientras se llevaba una mano al vientre.

-¿Qué cosa?-preguntó.

-Estoy encinta-dijo ella mientras agachaba la cabeza.

El castaño no respondió con palabras sino que abrazó a la azabache frente a él.

-No sabes lo feliz que me siento-dijo, y era verdad, siempre quiso tener un hijo.

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El tiempo pasaba rápido, en menos de lo que esperaban ya habían pasado dos meses.

Ahora el azabache tenía 9 meses de gestación, cosa que le preocupaba pues no quería conocer al ser en su interior.

Esperaba que pasase lo que pasase, nada malo le pasara a ninguno de los dos.

Era un bastardo no deseado, sí, pero, ¿él que culpa tenía?

Últimamente presentaba más malestares, entre ellos calambres, dolores en la espalda baja y en el vientre.

Estaba sentado en su cama junto al rubio.

-Ya deja de jugar con él-dijo molesto pues el rubio siempre que llegaba ahí se ponía a jugar con el bebé.

-Ya, ya, no te enojes-dijo sonriente, le alegraba ver que su cariño era correspondido.

-Es que no es a ti a quien patea-contraatacó el azabache, haciendo que el rubio soltara una pequeña risa nerviosa.

-No te enojes, sólo es un niño y está jugando conmigo-respondió, levantándose de la cama.

-Tch, ya lo sé-dijo mientras que con una mano se acariciaba el vientre. Le dolía pero no quería preocupar al rubio, odiaba verlo así y no porque lo amara (como la mayoría de las parejas dicen), no quería a alguien tras él, de un lado a otro, armando un escándalo y mucho menos quería ser el centro de atención.

Pero no era un dolor causado por sus movimientos, eso lo sabía muy bien.

-Bueno, te dejo. Mi esposa me necesita-el azabache sabía que el rubio estaba casado.

Cuando escuchó la puerta de entrada cerrarse, se botó en la cama mientras se sobaba el vientre.

-No dejas de dar problemas-dijo, estaba sudando y su respiración agitada, le dolía excesivamente demasiado.

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Los dolores del azabache aumentaban, no se detenían.

En cierto punto había perdido la movilidad de sus piernas, por lo que ahora estaba solo e inmóvil en esa mansión.

Gritaba de dolor, como si alguien pudiera escucharlo.

Pero nadie lo ayudaría, no hasta el día siguiente que llegue su madre, su amante no deseado o su doctora ya que no tenían vecinos.

Se sentía horrible, como si estuviera siendo partido en dos. Retorciéndose en la cama, finalmente sintió el peor dolor que puede invadir el cuerpo humano... o eso creía él.

Llevaba horas así, era medianoche y finalmente sintió como algo empezaba a salir de él.

Estaba llorando, ya no quería seguir, no quería saber nada más... sólo quería desaparecer.

Tarde se dio cuenta de que, efectivamente, estaba sacando a aquel ser de su interior y no había nadie que pudiera ayudarlo.

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"Ojos inocentes "TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora