Prólogo

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-Será otro paquete de medicinas-dijo el doctor sentado frente a sus pacientes favoritos.

-¿No puede hacer un descuento?-dijo una mujer de cabellera azabache-Ya perdí la cuenta de cuantas veces he comprado ese paquete, ¡sé que mi hijo está enfermo pero es muy caro!

-Es el precio justo por esos medicamentos, que no tenga el dinero no es nuestra culpa-respondió el doctor.

-Pero, si esto sigue así, ¡mi hijo morirá o yo moriré de hambre!

-Sólo puedo decirle una cosa, escoja y luego no se arrepienta de lo que hizo.

La mujer se fue con su hijo en brazos. El niño de cabellera tan oscura como la noche y ojos grises tan fríos como el hielo de tan sólo 5 años tenía sus defensas bajas gracias a que su sistema inmunológico era débil, cosa que heredó de su padre.

Llegaron a una casa hecha de madera, un piso, con ventanas rotas y un poco desgastada.

Entraron, la mujer dejó a su hijo en el sillón y al darse cuenta de que estaba temblando por el frío, decidió ponerle una cobija.

Estaban en pleno otoño, pero en niño sentía que estaban en el polo norte.

La madre se sentó junto a él y lo envolvió en sus brazos para transmitirle un poco de calor, acción que le causó que temblara un poco menos.

-Duerme hijo-le susurró dulcemente en el oído-Todo estará bien.

Para este momento, ella ya había tomado una decisión... una decisión que lamentará por el resto de su vida.

El azabache se durmió rápidamente, cuando volvió a abrir los ojos, estaba en los brazos de su madre, envuelto en un montón de cobijas, mientras ella caminaba por la calle.

-Mama, ¿a dónde vamos?-preguntó.

-A un lugar mejor...-respondió-Tú sólo regresa a dormir.

No dijo nada más, sólo obedeció a su madre y siguió durmiendo.

Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba solo, nadie a su alrededor. Estaba envuelto en unas cobijas y traía puesta la mejor ropa que tenía, lo suficiente como para abrigarlo del frío... por lo menos el de otoño.

Cuando escuchó su estómago rugir, se dio cuenta de que tenía hambre. Se levantó y buscó comida a su alrededor, pero lo único que logró fue tropezar y caer en la calle principal, frente a un grupo de señoritas.

-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?-dijo una de ellas-Un hermoso pequeño.

-L-lo siento-dijo él mientras se levantaba.

-¿Por qué te disculpas?-respondió-No tienes por qué hacerlo.

El azabache bajó la mirada con tristeza.

-¿Te abandonaron?-preguntó y el azabache no sabía que responder-Ven, te compraré algo de comer-dijo mientras estiraba la mano en dirección del azabache.

Quién sabe qué tenía la sonrisa de esa mujer pero lo impulsó a agarrar esa mano.

-¡Espera Lili! Apenas y tenemos dinero para nosotras, ¿cómo piensas pagar su comida?-preguntó la mujer de alado.

-La verdad es que traigo un poco extra, pero no se lo digas a nadie-dice mientras se pone un dedo en la boca y guiñaba el ojo; su amiga suspiró.

-Está bien, nada más porque es bonito-respondió.

Ese día, el pequeño conoció a dos mujeres, cuyos nombres no sabía, pero que se volvieron como unas hermanas mayores.

De vez en cuando le llevaban comida y otros días lo llevaban a comer con ellas. Cuando hacía mucho frío lo llevaban a dormir con ellas.

Así pasó el tiempo, descubrió que ellas se llamaban Lili y Adisa.

Cumplió seis años, celebrándolos junto a esas dos.

Pasaron las semanas, era invierno por lo que estaba nevando.

Estaba solo, ellas dos se fueron de viaje.

Había encontrado un perro días atrás que estaba en las mismas condiciones que él, o incluso peor.

Hacía tanto frío que ni siquiera abrazado al perro y cubiertos con la cobija sentía calor.

Tosió con ganas, muchas veces. En cierto punto empezó a toser con sangre.

Cada vez tosía más y más, sus defensas habían bajado.

Después de unos minutos, se detuvo pero quedó sin fuerzas, hacía rato que el perro salió corriendo por ayuda por lo que se quedó solo.

Solo... en ese callejón... Todo apuntaba a que iba morir ahí, y solo.

Sangre a su alrededor, sangre que había salido de sus mismísimos labios era la que manchaba su ropa, su cobija y hasta su piel.

Antes de cerrar los ojos, vio como una castaña llegaba corriendo al verlo ahí, después de ser guiada por el perro.

Creyó que iba a morir, lo creyó con todo su ser y hasta se preparó mentalmente para ello.

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Abrió los ojos nuevamente y se encontraba en un hospital. En una silla a su lado estaba la castaña que vio.

-¿Despertaste?-dijo con una cálida sonrisa-Estuviste a punto de morir... debió ser difícil sobrevivir ahí, si no fuera por ese perro ahora estarías en otro mundo.

-Lamento no haber muerto-dijo débilmente, con lágrimas en sus grisáceos ojos.

-No digas eso-dijo con cierto enfado-Todos tienen derecho a la vida. No sé tu pasado y tal vez no sea necesario saberlo, pero al ver tus ojos puedo saber que eres un buen niño, uno que no merecía morir-le sonrió-Me llamo Carla, ¿y tú?

-Levi-respondió.

-Es un bonito nombre para un niño tan bonito como tú-él se sonrojó.

-Gracias.

-Cuéntame de tu pasado-se sentó en la orilla de la cama.

El azabache no sabía si hacerlo o no, pero como ella lo había salvado de su muerte segura por lo que decidió hacerlo.

-Nací con mis defensas bajas por lo que me enfermo mucho, desde pequeño mi madre gastaba mucho en medicamentos hasta que hace unos meses se le acabó el dinero y...-salió otra lágrima-Me abandonó...

Él se llevó las manos a los ojos y sintió como alguien lo abrazaba, recargando su pequeño cuerpo en el pecho de la mujer.

-Tranquilo, todo va a estar bien-dijo ella-Debió ser difícil sobrevivir sin una madre, pero aquí estoy yo para cuidarte.

-Unas chicas me ayudaron por un tiempo, se llamaban Lili y Adisa.

-¿Una rubia y otra pelirroja?

El azabache movió ligeramente la cabeza, diciendo que si.

-Las conozco, viven cerca de mi casa.

-¿En serio?

-Si, ehm... ¿tú eres el niño que llevaron en navidad? Con razón me parecías conocido.

Hubo un rato de silencio, el azabache abrazaba a la castaña mientras ella acariciaba la cabellera contraria.

-Ya lo he decidido-dijo, aún sin separarse de él-Te voy a adoptar. Si tu madre no te quiso, yo sí y me gustaría mucho que vinieras conmigo.

-Pero sólo seré una carga-respondió mientras bajaba la cabeza.

-Para nada-dijo dulcemente, agarrando la cabeza contraria y levantándola para verlo a los ojos-Anda, muéstrame una sonrisa, así.

Sonrió, esperando a que él imitara ese gesto, cosa que sí hizo.

-Tú serás nuestro Sol-dijo, él sólo la abrazó fuertemente.

Finalmente conoció el amor de madre.

"Ojos inocentes "TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora