Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!

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—Sherlock —en voz baja llamó la niña, quien estaba al otro lado de la mesa—. Sherlock.

El detective trató de mantener su concentración en su microscopio, pero ese llamado lo hacía desenfocarse totalmente. Bell estaba hincada en el suelo, sosteniéndose del borde de la mesa y sus grandes ojos marrones observaban al detective trabajar.

—Sherlock —insistió.

Él suspiró amargamente.

—No, Isabelle.

—¡Por favor, Sherlock! —exclamó en suplico.

—No.

—¡Por favor!

—No. Y ya no insistas.

—¿Por qué no quieres ir a la cena de Navidad de tus papás? —preguntó mientras se alzaba de suelo.

—Porque no. Y fin de esta conversación.

Bell se extrañó, pero no se iba a dar por vencida.

—Yo quiero ir con ellos —dijo algo berrinchuda.

Sherlock lanzó un gran suspiró.

—Pero yo no.

La niña frunció el ceño con molestia y observó al detective que al sentir el peso de esa mirada rodó sus ojos y, sin más remedio, observó a la pequeña.

—Si tanto quieres ir, le diremos a Mycroft que te lleve. Él suele ir, de mala gana, pero va.

Esta vez Bell hizo un puchero y Sherlock suspiró desesperadamente.

—Quiero que tú vayas.

—¿Por qué tanta la insistencia? La casa de mis padres es aburrida, monótona, sin interés.

La niña deshizo su puchero y miró al detective con cierta tristeza.

—Es que... —se detuvo y sus ojitos marrones se cubrieron en una manta cristalina— Tú aún tienes papás.

Sherlock, al procesar aquellas palabras, se detuvo y percibió como un vacío se formaba en su estómago. Miró a la niña, se veía triste, a casi nada que las lágrimas recorrieran sus mejillas y el llanto se hiciera dueña del momento. Sherlock no pudo tolerar esa sensación en él, era horrible e incómoda pero, si no quería ver llorar a la niña, tenía que cumplir esa desesperada petición. 

—Isabelle —habló sonando lo más serio posible

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—Isabelle —habló sonando lo más serio posible. Ella le vio esperanzada—. Tú ganas, iremos con mis padres pero, si esto es alguna especie de chantaje, ten por seguro que...

—No es un chantaje Sherlock —interrumpió con una gran sonrisa—. Solo quiero ir con tus papás para darles mi regalo.

El detective cerró sus ojos y suspiró profundamente.

—De acuerdo —mencionó al expulsar el aire.

La pequeña cambio la tristeza por una enorme felicidad, y sin dudarlo, se acercó a Sherlock y lo abrazó con gran fuerza. Él solo pudo más que fruncir el ceño, volver a suspirar y proporcionar unas leves palmadas en la cabeza de la niña.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora