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El viernes llegó tan rápido como la desesperación de Andra. Aquel era su último día para ganar la apuesta y, según su experiencia, todo indicaba que no lograría hacerlo.

Italiano, lengua de señas, sueco y griego; su último intento sería el alemán y, para ser francos, no estaba para nada optimista.

—¡Último día! —canturreó Lorenzo en cuanto la vio. Eran las ocho de la mañana, la chica no estaba particularmente de buen humor y, para colmo de males, contaba con su inseparable jaqueca.

—¡Ya lo sé! ¡no me molestes! —ladró ella, sorprendiendo a su amigo. Su paciencia se había agotado en cuanto tuvo que levantarse de la cama en aquella fatídica mañana; estaba cansada, quería dormir, quería golpear su cabeza contra la pared o atajar una bala con su pecho (cualquier opción era válida) y las burlas de Lorenzo no hacían más que agudizar todos sus pensamientos negativos.

Marchó entonces, con el coraje hirviendo en sus entrañas, hacia donde estaba el coreano. No pretendía esperar más. ¡Si tenía que gritarle para que éste le hablara, lo haría! Tal vez incluso lo agarrara a golpes con tal de conseguir su cometido (no es cierto, temía estragar aquel rostro angelical).

—Hallo —murmuró en cuanto lo hubo alcanzado, el chico la miró y sonrió, desconcentrándola un poco —mein name ist Andra —continuó ella. El chico abrió la boca como si fuera a decir algo pero, luego de pensárselo un poco más, la volvió a cerrar, provocando que su interlocutora, que lo miraba como si se lo fuera a comer bufara y gruñera un poco.

—Por Dios, he intentado cada maldito idioma, ¿cuál es tu problema? ¿por qué no colaboras? ¿eres sordo? ¡Quiero ganar la apuesta pero por tu culpa no lograré hacerlo y tendré que correr en bragas por todo el instituto! —la torrente de palabras se escapó de su boca sin que ella pudiera evitarlo. Estaba tan frustrada, cansada, deprimida y agotada que ya no le importaba nada. Estaba hecha un desastre y lo sabía. Se volteó entonces, dándole la espalda a un coreano realmente sorprendido, con todas las intenciones de marcharse y golpear a Lorenzo por haber propuesto toda aquella payasada en primer lugar.

—Así que hablas español también... —la chica giró repentinamente sobre sus pies y observó al coreano que la miraba expectante —¿hola? —le dijo él con la voz más melodiosa y grave que Andra hubiera escuchado en toda su vida. Estaba completamente petrificada, intentando unir los hilos en su cabeza pero sin lograr creer lo que estaba sucediendo —¿hiciste una apuesta? ¿correrás en bragas por el instituto? Estoy un poco confuso, ¿sabes? —la chica continuaba sin emitir sonido alguno, lo que preocupó al ya-no-tan-silencioso coreano, pues todas las veces que él había, de alguna manera, interactuado con ella, lo que menos había hecho era estar en silencio —Andra, ¿verdad? —le animó él. Ella asintió con la cabeza, aliviando así la conciencia del coreano-yo soy Ízan —se presentó —es un gusto.

—El gusto es mío —logró pronunciar ella, haciendo un esfuerzo inhumano por no babear.

Definitivamente el gusto era suyo. Totalmente suyo.

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N/A

¡Hola hola!

¿Cómo están?

Espero que les guste el capítulo c: ¡Al fin habló el coreano! Pero... ¿por qué no tiene nombre de coreano? wtf

¡Llegamos a las trescientas lecturas y los 100 votos! ¡Muchísimas gracias!

xx

Iri



Un coreano para llevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora