Seis.

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Su cama se sentía tibia, y era cómoda, pero sus manos frías y su cuerpo enfermo no podían disfrutar de aquello

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Su cama se sentía tibia, y era cómoda, pero sus manos frías y su cuerpo enfermo no podían disfrutar de aquello. Las piernas, frágiles y pálidas, eran incapaces de moverse, al igual que sus brazos flacos. Esa almohada de plumas de ganso que le ayudaba a sostener su cabeza era el objeto más rígido e incómodo de toda la habitación; o así lo sentía ella.

A su lado, un niño de apenas ocho años yacía recostado sobre el borde de la cama. Su cabello castaño le hacía cosquillas en la mejilla por la forma en la que estaba acostado, y entre sonrisas vagas, sintió que una mano fría se colaba entre sus cabellos para acariciarlos de forma gentil.

– Basta mamá – gruñó el niño, riéndose entre su leve coraje.

– Nada de basta – contestó su madre –. Tu cabello siempre ha sido tan suave, que las ganas de acariciarlo nunca se van.

– Siempre dices eso – el menor arrugó la nariz al sentir que su madre le acariciaba las orejas –. Madre, es en serio – soltó una risa ante la caricia.

– Me gusta verte sonreír, Stiles – admitió de pronto la mujer, haciendo que su hijo dejara la risa en segundo plano –. Me hace creer que nada de esto está sucediendo...

De pronto, una tos seca y ensangrentada le impedió a la mujer que siguiera hablando más. Rápidamente Stiles se puso de pie, acercando un pañuelo a la boca de su madre para limpiar la sangre de sus labios.

– Estoy...bien – jadeó la mujer, sonriendo forzadamente.

– Mamá...– el castaño arqueó las cejas debido a la preocupación que sentía al ver a su madre tan enferma.

– No te preocupes, Stiles – ella dejó el pañuelo sobre la cama –. Ve a–

Un extraño sonido obligó a ambos a que miraran hacia el umbral. Allí, John Stilinski se mantenía de pie, con los ojos inyectados en sangre y la piel más pálida que una nube de un día soleado. En la mano del hombre, un cuchillo de hierro frío esperaba por hacer su labor de cortar algo, o en este caso, a alguien...

– ¿John? – cuestionó Claudia, levantando una mano –. ¿Estás bien?

Como la mujer no recibió ninguna respuesta por parte de su esposo, decidió usar todas sus fuerzas para sentarse en la cama y susurrarle a su hijo:

– Ve a tu habitación...ahora.

Dijo aquellas simples palabras al mismo tiempo en que John daba un paso al frente y entraba al lugar con un gruñido.
Stiles negó la órden de su madre, y sintiéndose asustado por el comportamiento de su padre, se acercó a Claudia para protegerla.

– Me encerraste – formuló John, con una voz gruesa –. Me dejaste en la oscuridad tanto tiempo que aprendí a ser la luz en ella.

– ¿John? – la mujer frunció el ceño –. No puede ser...

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