Dieciséis.

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– El tiempo se te acaba, John – expresó una voz lejana, teniendo odio, y teniendo rabia –

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– El tiempo se te acaba, John – expresó una voz lejana, teniendo odio, y teniendo rabia –. A ti, y a todos los de esta casa.

John, atontado por culpa de las largas horas que estuvo inconsciente en el sótano, abrió los ojos poco a poco, no sabiendo en dónde se encontraba...

O mejor dicho, a dónde iba.

Su cuerpo estaba siendo arrastrado sobre un terreno lleno de nieve, razón por la cual su cabeza se golpeaba con todos los obstáculos del camino, y eso lo hacía sentirse muy mareado.

– ¿A dónde me llevas? – logró preguntar, sintiendo dolor en el pecho al hablar.

El hombre no obtuvo una respuesta clara, solamente alcanzó a escuchar un gruñido de molestia por parte de aquella persona que lo llevaba.

La luz del Sol le golpeaba en la cara, por lo que abrir sus ojos le era ahora la cosa más difícil de hacer. Sin embargo, John trató de achicarlos, pero los párpados le dolían también.

Seguramente le habían dado una golpiza antes de raptarlo.

Quiso recordar cómo había llegado hasta allí; pero todo era oscuro. Su mente sólo tenía un pequeño fragmento de recuerdos, los cuales se basaban en una charla incómoda con Derek. Aunque esa charla no le servía de nada, pues John ni siquiera podía acordarse de qué carajos había sido la conversación que tuvo con el profesor. Es más, tampoco sabía si la charla era reciente o no.

– ¿A dónde me llevas? – insistió el hombre, rasgando sus cuerdas vocales con las palabras.

– Cállate – ordenó quien arrastraba al hombre, y ante su voz, John jadeó impresionado.

Podía reconocer esa voz en donde sea que fuera a pesar de no haberla escuchado tan seguido.

La garganta se le cerró por culpa de un nudo de tristeza que él mismo creó con su agonía. Le dolía saber que todo lo que quiso evitar tiempo atrás, ya estaba sucediendo y que seguramente ya no podría remediarlo. Tantos años rezando, ocultándose en las sombras, pidiéndole a Dios para que eso no sucediera, y ahora...

Sus rezos no le sirvieron de nada.

– ¡Suéltame! – alcanzó a gritar John, ignorando el dolor que le causaba su propia voz –. ¡No eres tú! ¡No lo eres! ¡Date cuenta!

No obtuvo respuesta, y su cuerpo sólo siguió arrastrándose.

– ¡Suéltame, por favor! ¡Perdóname! ¡Ya obtuviste demasiado de mí! ¡Déjame ir y jamás me volverás a ver! – comenzó a suplicar el mayor, pero no duró por mucho, pues las plegarias fueron reemplazadas por un enorme grito de dolor que él mismo dio al tiempo en que su cuerpo era lanzado hacia uno de los tantos árboles que andaban por el bosque.

– ¡Te dije que te callaras, maldita sea! – y ésta vez, esa voz conocida sonó con mucho más rabia de la que solía tener.

John sintió miedo, y trató de ponerse de pie para poder huir de allí porque sabía que toda esa rabia iba dirigida a él. Sus piernas temblaron al igual que sus manos, y al querer hincarse, su cuerpo no pudo con su propio peso, lo que obligó a John a caer de nuevo sobre la nieve y golpearse la cara.

¡Silencio!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora