Catorce.

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Derek se hizo a un lado para evitar que John le siguiera acariciando la mejilla, pues el hombre parecía hipnotizado al hacerlo, y eso incomodaba al profesor

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Derek se hizo a un lado para evitar que John le siguiera acariciando la mejilla, pues el hombre parecía hipnotizado al hacerlo, y eso incomodaba al profesor.

– La charla terminó – decretó Derek, decidido a irse del sótano en cuanto antes, pero todavía ni siquiera movía un dedo cuando John lo sostuvo del brazo con una fuerza más dura de la necesaria.

Quería que se quedara un rato más.

– ¿Crees que estoy loco? – preguntó el mayor, y Derek no hizo ninguna señal de que iba a responder eso, así que John añadió: –. Veo el reflejo de los ojos de Claudia en ti, y no tengo idea de por qué.

– Está enloqueciendo, quizá ése es el por qué – gruñó al deshacerse del agarre en su brazo.

– Nadie aquí está loco, creí que ya habías entendido eso.

– Aún no le puedo asegurar que lo he comprendido – contradijo el azabache, teniendo la necesidad de alejarse mucho de John, pero no podía hacerlo.

Mientras Derek más se alejaba, John más se acercaba.

– ¿A qué quiere llegar con esto? – cuestionó Derek, haciendo lo posible por mantener su voz firme a pesar del miedo que el hombre le estaba creando con su comportamiento extraño.

– Quiero saber qué pasa contigo – susurró John, frunciendo el ceño.

– Bueno, me pregunto lo mismo de usted...

– ¿Por qué estás asustado? – preguntó John, ignorando las palabras de Derek para acercarse a éste de una manera indiscreta.

Derek trató de retroceder, pero se quedó sin la opción de hacerlo, ya que su espalda chocó contra la pared del sótano, obligándolo a quedar acorralado entre el cuerpo de su jefe y la fría roca.

– ¿Por qué usted–

– ¿Qué le hiciste a Claudia? – interrumpió John, y ante su pregunta, sus ojos reflejaron una locura indescifrable.

– ¿Qué?

– ¿A dónde la llevaste? ¿Qué le hiciste? ¿Por qué tienes sus ojos? – empezó a balbucear el hombre, salpicando el rostro de Derek con gotas de saliva.

– ¿De qué rayos habla? – Derek trató de empujar al mayor, pero éste parecía ser otra pared más.

John siguió diciendo miles de palabras entre sus dientes. Golpeaba la pared con sus puños, cerraba los ojos y parecía estar discutiendo con alguien. Pero ese alguien ya no era Derek.

El profesor frunció el ceño, y trató de entender qué era lo que John tanto alegaba. Las palabras ya no eran claras, los gritos se volvieron susurros, y los golpes dejaron de ser dirigidos a la pared. Fue entonces cuando el hombre mayor empezó a golpearse a sí mismo, como si quisiera sacarse de un mal sueño que lo estaba torturando.

¡Silencio!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora