OCHO

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GLASSMOOTH, PRESENTE.

—Te presento al ilustrísimo, señor Gabriels, marqués de Sittingbourne —dijo madre.

—Aguardaba con suma expectativa este momento —bromeó él.

Después del encuentro con William, subí a mi habitación y me afiancé en una tina de agua caliente durante horas. Una doncella me ayudó a vestirme y a peinarme para la cena de aquella noche, en la que la familia Benworth le daríamos la bienvenida a nuestros invitados del verano.

Me senté cerca de los míos, con Lorrain a un lado y Kate al otro. Todo lleno de flores frescas y aromas increíblemente placenteros. El salón se asemejaba a un jardín primaveral con las nuevas decoraciones de madre y a Kate, la nueva señora de la casa parecía encantarle, pues lo observaba todo con deleite.

Morris se declaró indispuesto y bajó al salón de cenas solo para disculparse con Evangeline. Ella pasó toda la velada muy preocupada y mandando al ama de llaves a revisar que nuestro querido William no necesitase un doctor, comida, agua, lo que fuese.

Para mí era una buena noticia. Sabía que él no iba a aparecer en toda la noche y eso me daba un aliciente para relajarme un poco y disfrutar de la velada.

No pienso admitir que había un ronroneo en mi cabeza un tanto amargo. Algo me tenía al límite de una línea que separaba la total indiferencia en la que me forzaba a estar, de la preocupación.

¿Por qué seguía sintiendo aquello? No lo sabía. Supongo que William y yo pasamos por mucho, y cuando creas esa relación con alguien, es muy difícil ser indiferente a sus sentimientos. De todos modos, eso me lo haría entender, tiempo más tarde, ni más ni menos que el ilustrísimo señor Gabriels, marqués de Sittingbourne, quedase eso donde quedase.

De momento, aquella noche, parecía que tenía el equilibrio necesario para mantenerme al lado de la línea en el que solo sentía indiferencia. Estaba cómoda allí, un tanto tensa, pero al menos respiraba un poco más libre.

Cuando más tarde los caballeros se unieron a las damas en la sala de ocio, mi querida madre se colgó de mi brazo y me presentó a todos los varones sin esposa que encontró en el dominio de Glassmooth.

No hay que ser muy espabilada para adivinar el motivo.

Mis hermanos y sus esposas parecían de lo más entretenidos viéndome mostrar sonrisas cordiales y gestos afables a todo ser humano vivo o ebrio. Estaba siendo todo un ejemplo del recato.

—Señor Gabriels —dije con una media sonrisa e incliné mi cabeza para dedicarle una pequeña reverencia que él miró con diversión—, es un placer. Espero que su estancia en Glassmooth sea de lo más agradable.

Austin Gabriels tenía por lo menos cinco años más que yo. Su pelo era castaño, ni muy oscuro como el de Kenneth, ni rojizo como el de James ni, por qué no decirlo, muy claro como el de William.

Mas alto que aquellos tres, sin embargo. Ojos castaños, muy claros, ámbar, profundos, mentón fuerte y labios gruesos. Era atractivo. Mucho, de hecho. En Londres se hablaban maravillas de él y sus modales.

Estuvo casado, comentaban también, con una hermosa mujer que le dejó pocos años después. Murmuraban que eso fue devastador para el marqués, pues la amaba con toda su alma. Ese era también el motivo por el que se casó a tan temprana edad, porque se enamoró de verdad.

De todos modos, yo no sabía si un hombre con tal pasado luciría tan en paz como Austin Gabriels aparentaba. Tal vez eran todo chismorreos sin fundamento, pues él se mantenía estoico al respecto y jamás había mencionado nada con nadie. Un hombre misterioso, sin duda. O fiel a sus secretos.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora