VEINTISIETE

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GLASMOOTH. PRESENTE.

Ese fue el primer momento de mi vida en el que me di cuenta de lo indefensas que estamos las mujeres ante un hombre que quiere hacernos daño. Porque la triste realidad es que físicamente, en la mayoría de los casos, nos superan. No hay nada que pudiese yo hacer para quitármelo de encima.

Me temblaban las piernas y me sudaba la frente. Comencé a verlo todo borroso y además me costaba respirar. Aquel instante en el que me separó las piernas, fue aterrador. Todo fue horrible. Tenía muchísima fuerza, así de fácil fue para él.

Había sido una trampa, ahora comprendía. Por eso no se había ido de Glassmooth y por eso trató de besarme en la cocina a solas. Iba a obligarme a casarme con él, el muy canalla. Había comprometido mi honor con ese fin, y entonces caí en la cuenta de que, tal vez, eso era lo mismo que se propuso hacer al tratar de besarme en el jardín aquella tarde. Si no hubiese sido por el puñetazo de William, podría haber funcionado.

Y pensar que me había sentido mal por usarle en Kent y por informarle de mi reticencia al matrimonio. Me odié más a mí misma cuando recordé que aquel retorcido y miserable hombre me había hasta convencido de que yo era mentirosa y manipuladora. ¿Cómo podía ser tan necia? ¿Cómo me había dejado engañar de aquella manera?

Madre se enojaría por lo mal que quedaría el nombre de los Benworth después de un episodio así, pero no me importaba. No podía casarme. Y, aunque pudiese, no lo haría. Por nada del mundo me regalaría a tal monstruo insensible, pues acababa de experimentar lo que sería una vida casada con él. Me abofeteé mentalmente por haberlo siquiera considerado alguna vez.

Comencé a andar, no sabía hacia dónde. No, sí, sí sabía a dónde: a los aposentos de Austin. No podía quedarme allí donde me acababan de agredir. No me sentía segura y no sabía si mis piernas aguantarían mi peso por mucho tiempo. Entonces, en el mismo momento, William apareció al final del pasillo y Austin giró desde el otro final.

Ambos se miraron un instante antes de verme a mí. Jadeé. William, estaba más cerca, vio que iba a dejarme caer y me atrapó entre sus brazos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con la boca pegada a mi pelo.

Podía observar a Austin acercarse con paso ligero hasta donde estábamos, cuando llegó, puso ambas manos en mi rostro y secó mis lágrimas. Su contacto me rompió aún más.

—¿Ha sido Harding? —interrogó él.

William, que seguía abrazándome, le miró.

—¿Harding? ¿El hombre al que he golpeado? —Sus brazos hicieron más presión en mi espalda—. ¿A qué ha venido aquí ese bastardo?

Un par de pasos más comenzaron a acercarse. Sabía bien de quién debían ser.

—No quiero que mi hermano me vea así.

Austin abrió la puerta de mi dormitorio, William entró y me sentó en la cama. Le observé colocarse a mi lado, mientras Gabriels cerraba lentamente y se apoyaba en esta. Nos quedamos quietos un momento, intentando respirar pausadamente, hasta que James y Kate entraron en su habitación. Ambos hombres me miraban fijamente inspeccionando mi cuerpo, en busca de algo lastimado.

Entonces Austin se acercó y se arrodilló delante de mí, cogiendo una de mis manos temblorosas. Su cuerpo estaba muy cerca del mío, con una familiaridad y protección que inconscientemente me inclinó más cerca de él. Apoyé mi cara en su hombro y sus brazos me envolvieron con afecto.

—Cuéntame qué ha pasado, dime que no te ha tocado o lo destrozaré a puñetazos.

Los ojos ámbar de Austin estaban oscuros, jamás le había visto así antes. Y eso fue la gota que colmó el vaso y rompí a llorar. William me miraba boquiabierto, sin esperarse tal arrebato de sinceridad con alguien más que no fuese él. Pude ver como se tensaba primero y cómo se obligaba a respirar después.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora