VEINTIUNO

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GLASMOOTH. PRESENTE.

Pasaron un par de días en los que William y yo fuimos teniendo pequeños y educados encuentros. Era divertido y nunca volvió a sobrepasar el límite de hacerme sentir incómoda, tan solo nos mirábamos a través de salones llenos de gente. En ningún momento me permití pensar en Austin o recrear la escena del balcón. Sabía que sería un error andar por ese sendero.

Simultáneamente, con Will comenzó siendo bonito, pero, en algún momento, pasó a ser mucho más. Cada vez que ponía sus azules ojos en mí, me sentía desnuda y vibrante. La tensión era tan densa que se podía respirar en el ambiente. Estaba todo el día tensa y emocionada por volver a verle y hasta hubo una tarde que me dediqué a contar cuántas veces me miraba en una hora. Como si fuese una cría de nuevo.

Luego me di cuenta de que mi cuerpo reaccionaba igual al mirar a Austin Gabriels y comencé a buscar explicaciones disparatadas para no poner más atención a esos sentimientos encontrados.

No era que Will me hiciese vibrar. Era algo más. Era mi cuerpo que se sentía así ya de por sí, dejémoslo ahí. En fin, yo estaba eufórica, y aunque, a veces, tenía momentos de dolor y odio, estos fueron disminuyendo hasta ser una voz lejana en algún rincón de mi mente. Una voz que, valga decir, me ocupé de acallar también.

Sé que, teniendo en cuenta las circunstancias con Morris, lo mejor era tomarnos todo aquello lentamente, pero yo quería más y no pregunté por qué o me reprendí por ello. Quería aquello mismo, pero más seguido, más rápido y emocionante. Sentirme deseada y que valía las atenciones que estaba recibiendo. Podría decirse que estaba impaciente por sentirme viva, por hacer algo con toda aquella nueva emoción que corría por mis venas y que me empeñaba en no preguntarme de dónde había aparecido o quién, exactamente, la había despertado.

Ay, Sarah.

Aquella mañana, me levanté temprano y busqué a William en los establos. Si mis cálculos no fallaban, iría con mis hermanos a cabalgar, como siempre.

—Señor Morris —saludé cuando entró por las puertas ya abiertas.

—Buenos días, señorita Benworth. —Pareció realmente sorprendido—. No esperaba verla aquí. —Miró a nuestro alrededor—. Sus hermanos llegarán en cualquier momento.

Su pelo rubio estaba perfectamente peinado hacia atrás y húmedo. Le favorecía mucho. Sus ojos azules eran tan profundos que podía perderme en ellos para siempre, de hecho, mirarlos me dejaba perdida.

Era malditamente apuesto. Como Austin.

Y, fue precisamente porque pensé en el otro hombre en aquel momento que, en un intento desesperado por arrancarle de mi mente, no pensé ni dos veces en lo que estaba haciendo. Comencé a caminar con paso firme hacia él, llegué hasta donde estaba plantado, agarré el cuello de su chaleco y con un tirón puse sus labios a escasos centímetros de los míos.

—Tenía ganas de volver a verle —susurré. Mi cuerpo entero se sintió vivo. Sí, eso era lo que necesitaba.

—Ah, ¿sí? —Consiguió decir muy débilmente puesto que parecía que le había fallado la respiración unos segundos antes.

—Me encanta que me coma con los ojos indecentemente en un salón lleno de gente—proseguí y su respiración se hizo más intensa y profunda—, pero creo que eso ya no es suficiente.

Ahora William pasó sus brazos por mi cintura y me apretó contra su cuerpo que se sintió increíblemente bien. Mis puños se cerraron con más fuerza, me estaba incluso lastimando las uñas, pero no me di ni cuenta. Todo en lo que podía pensar era en aquel momento y en cuánto lo había necesitado. El momento. Y sé que lo que había necesitado era el momento. No a él.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora