TREINTA Y DOS

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GLASMOOTH. PRESENTE.

Dormí tanto que cuando varios golpes en la puerta me despertaron, no sabía si debía esperar que fuese de día o de noche.

Julius me pidió que me reuniese con mi familia en el despacho de madre. Y, aunque necesitaba un baño para arrastrar de mi piel tantos meses de dolor y sentir que comenzaba de nuevo, me vestí a toda prisa y bajé a su encuentro.

—Dinos, entonces —habló Kenneth—, ¿para qué nos has reunido?

Mis hermanos, sus esposas, Lorrain y madre, estaban distribuidos por la habitación. Cuando llegué al sillón de cuero desde donde padre leía y acompañaba a Evangeline, me senté y mis dos hermanos, como por instinto, dejaron sus asientos y se acomodaron en los reposabrazos. La mano de James aferrada a mi hombro me infundió un valor que no creía que necesitase.

—Como ya sabéis —comentó madre—, vuestro tío está enfermo y tía Lorrain se marcha de inmediato a Kent. —Miré cómo la observaba con serenidad—. No creímos que sería algo tan serio, pero ha llegado una misiva informándonos de un pésimo pronóstico. Va a morir en pocos días. —Mi tía me miró y asintió y percibí que estaba bien—. Al parecer esto es el final de una enfermedad que ha llevado en secreto.

—Lo siento mucho, tía —dijo James y ella le sonrió con ternura.

—Con lo cual —prosiguió madre—, por respeto a la tía vamos a notificar a nuestros invitados que deben dejar Glassmooth antes de tiempo y haremos dos días de luto. —Nos observó a todos con pesar.

Miré los ojos de James clavados en el suelo y los de Kenneth fruncidos. Vi a madre tragar despacio y de repente ya no estábamos allí, estábamos en la biblioteca de la casa, diez años atrás y madre nos daba la noticia del fallecimiento de padre.

De pronto debíamos despachar a los invitados y volver a vestir de negro. Y, aunque no teníamos relación con el duque de Berrington, el recuerdo cayó sobre la habitación como agua helada. Sin nadie decir nada al respecto, los cuatro Benworth estábamos rememorando el mismo momento.

Al buscar en la habitación, Will no estaba. Will, quien había sostenido mi pena y acariciado mis heridas para hacerlas más llevaderas, no estaba allí y eso fue bueno. Yo, sola, podía enfrentarme a aquello. No le necesitaba. Podía con ello.

—Te acompañaré a Kent, tía —insistí nuevamente. Esta vez, para mi sorpresa, ella asintió. Me giré a mirar a una de las sirvientas y le dije—: Preparadme un baúl para el viaje, por favor.

—¿Necesitarás ayuda organizando el funeral? —Se ofreció Kenneth.

—Sus hermanas lo harán por mí, seguramente. —La sala se quedó en silencio—. No os preocupéis demasiado, queridos. —Todos la observamos, James se levantó, llegó hasta ella, cogió sus manos y ella las estrechó con amor—. Estoy a punto de ser libre para siempre —dijo tía Lorrain mirándome—, y eso es lo mejor que me ha pasado en la vida. Después de Sarah, por supuesto.

Y entonces todo cobró sentido en mi mente. Un torrente de emociones se atoró en mi garganta y mis ojos se humedecieron.

Ella fue otro gran y sutil impulso que me ayudó a despertar. Por supuesto. Lorrain y su empeño en recordarme mi valía como mujer. Ella era quien repetía una y otra vez la jaula que era Berrington, lo innecesario que era ir a los bailes de la alta sociedad o bailar con Harding. Ella, quien se empeñaba en que volviese con mi familia y conmigo misma, que escuchó mi llanto por las noches y acarició mi cabello con paciencia en las mañanas sin hablar de ello jamás, ayudándome a sanar, esperando con amor a que decidiese volver a Glassmooth con los míos. Ella que me dio el espacio para crecer y respetarme.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora