TREINTA Y UNO

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GLASMOOTH. PRESENTE.

Los pasillos estaban alumbrados por la luz ambarina de las velas colgadas a ambos lados de estos. Mientras daba un paso seguido del otro, no pude evitar volver a pensar en Austin, en dónde estaría y si sus ojos brillarían así en las noches de verano.

Ese fue mi pensamiento salvavidas, a decir verdad, puesto que cuanto más cerca estaba de los aposentos de William Morris, más certero sentía mi presentimiento.

Aun hoy me pregunto, cuando pienso en este momento, por qué no fui más fiel a mí misma y a mis sentimientos con respecto a él o con respecto a nosotros. Me hubiese ahorrado mucho sufrimiento. Porque siempre acallé esa voz que susurraba una y mil veces que nuestra relación no iría bien, que había algo más ahí que estaba fuera de mi control y que siempre me golpearía como una ola en el momento más inesperado.

Una parte de mí seguía en calma, sí, pero era una falsa calma, entendí aquella noche. Era el tipo de sosiego al que entrenas a tu mente a mantener cuando ya has vivido una situación dolorosa en repetidas ocasiones. Mi reacción emocional, mental y física a un recuerdo, a eso que alguien te hace y se ha convertido en hábito. Ese mecanismo de defensa, para mí, era una profunda y hueca calma.

Cuanto más caminaba, más en paz estaba conmigo misma. Sí, así me sentía porque sabía que, después de esto, encontraría la fuerza y la salida de la realidad en la que estaba atrapada.

La puerta no estaba cerrada con llave, giré el pomo lentamente, sin hacer ningún ruido. La habitación era muy grande y la luz de la única vela encendida no llegaba hasta mí, dejándome así, bien camuflada. Me colé dentro y absorbí cada detalle de lo que tenía delante.

Will entró en la habitación desde la sala del baño, completamente desnudo y con el pelo húmedo por lo que adiviné sería el sudor.

—Ahora vete —ordenó mirando la cama.

Sheena estaba desnuda entre las sábanas blancas y su cuerpo quedaba expuesto a la luz que entraba también por la ventana. La mujer más hermosa que vería jamás.

—No seas desagradable —le contestó—. Deberías estar más agradecido conmigo, ya que te limo las frustraciones, señor marqués. —Ella se incorporó, dejando todo su cuerpo al descubierto. Alargó su mano hasta la mesita auxiliar, al lado de la cama de Will, y cogió algo. Él, a su vez, comenzaba a vestirse.

—Lo digo en serio —apremió—, debo ir a ver a Sarah, así que márchate.

—Deja de tratar a Sarah como a una tonta —contestó ella y, cuando se sentó contra el respaldo de la cama, vi lo que tenía en la mano: era la cajita La abrió lentamente y apreté mi espalda contra la puerta para aguantar la respiración.

—No la estoy tratando de tal manera —gruñó Will—. La amo.

Ella abrió mucho los ojos al ver lo que había dentro. Era el anillo. El anillo con el brillante azul, aquel que había comprado tanto tiempo atrás en Grosvenor Square.

—¿Vas a pedirle que se case contigo? —preguntó, sorprendida—. ¿La amas, pero haces esto? —Se señaló a sí misma.

—La respuesta es sí —afirmó. Se giró con enojo, le arrancó la caja de la mano, la cerró con un golpe seco y se la puso en el bolsillo de los pantalones—. A todo.

—No tienes corazón. —Se limitó ella a decir.

Yo seguía tranquila. Inexplicablemente calmada, casi adormecida; como si todo aquello fuese solo una de mis pesadillas y no la vida real.

—Deberías alegrarte de que cumpla tus deseos y cerrar la boca, Sheena. Ahora vete, por favor.

—Dinero para un apartamento y una visita ocasional no cumple mis deseos, Will —dijo ella tras soltar una risotada—; cumple solo con mis necesidades.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora