GLASMOOTH. PRESENTE.
Después de una mirada un tanto larga, Austin se levantó y nos dejó solos. William, con sus ojos azules, se acercó un poco más a mí.
—¿Te parece bien que le pida tu mano a tu familia? —preguntó.
Suspiré. Aquello no era exactamente lo que había planeado para mí misma, sin duda.
Bien, si soy completamente sincera, no lo había planeado en absoluto. Fui consciente, desde joven, que tendría que casarme tarde o temprano. Sabía que ese momento llegaría, pero no sabía qué significaba ni cómo afectaría mi vida.
Me presentaron en sociedad varios inviernos atrás, pero ni siquiera entonces entendí. Yo asistía a los bailes de Londres con la esperanza de encontrar a William y bailar y divertirnos. Mis ojos jamás estaban en nadie que no fuese él y, por descontado, tampoco mi interés. Crecí creyendo que ningún hombre se fijaba en mí, pero, siendo completamente sincera, si lo hacían, yo no lo veía. William era lo único que captaba mi atención.
Eternamente empeñada en ser la mujer que hiciese voltear las cabezas al entrar en un baile, pero a su vez, eternamente ciega a todas y cada una de esas atenciones si no venían del marqués de Swindon. Mi mejor amigo. Will.
A lo mejor, pensándolo ahora, sí que fui siempre la chica a la que los hombres miraban con anhelo. A lo mejor, sí que me deseaban, sí que querían conocerme y sacarme a bailar. A lo mejor lo hubiese visto si en mi lista de prioridades, el primer nombre hubiese sido el mío y no el de William Morris.
Luego admito, que al entregarle a William un pedazo de mí y darme cuenta de que la posibilidad de casarme ya no sería nunca más que eso, una posibilidad, no me dolió como tal.
Yo, Sarah Benworth, no lloré horas y horas por perder la opción de ponerme un vestido blanco y vivir un cuento de hadas. Solo lloré por él. Ni siquiera lloré por mí.
Y en aquel momento, sentada en aquella cama, me di cuenta, por vez primera, de que jamás había anhelado el matrimonio. Jamás lo busqué ni lo codicié y mucho menos me imaginé a mí misma casándome o viviendo un cuento de hadas. Otras chicas con las que compartí pequeñas amistades sí soñaban con ser novias. Que, cuidado, no es lo mismo que anhelar ser amada o encontrar a ese alguien especial.
Me había lamentado un año entero por perder la posibilidad de casarme. Pero no era por mí ese lamento, si no por lo que madre y mis hermanos pensarían si yo quedaba soltera para siempre. Es más, desde que casarme no era una opción, me sentía más libre que nunca.
Pero ¿en qué cabeza entraba algo así? Las mujeres nacemos para ser bonitas, emparejarnos y darle hijos a nuestro esposo. Era aburrido y tedioso, pero así estaba organizada la sociedad. Toda mujer que se precie debe querer y codiciar tal cosa desde que te enseñan los modales de las señoritas, como a coser brocados, a cantar, a tocar el pianoforte, a combinar flores con guantes y sombreros o a sujetar tu taza de té con delicadeza.
Una mujer que no quería casarse debía ser extravagantemente rica para poder mantenerse y siempre, absolutamente siempre, era marginada por la sociedad inglesa. Y yo no era extravagantemente rica.
William me observaba y vio cómo mi cabeza le daba vueltas a la pregunta. Entonces, me perdí en aquel precioso azul e imaginé, por primera vez en mi vida, como sería crear una familia con él. Me recordé divirtiéndome con William, bromeando, cogiéndonos un dedo el uno al otro, abrazándonos infinitas horas sin decir más nada cuando la tristeza o añoranza nos inundaba y sonreí ligeramente.
Sí que quería aquello, aquel tipo de amor. Pero el William de mi cabeza no era el William que tenía ante mí, ¿verdad?
La imagen, esa de una familia con él, se desdibujó en mi mente. Me vi llorando, con dolor, con sospechas cada vez que él trasnochaba y llegaba ebrio a casa. Me vi observando por la ventana, esperando a que él llegase a tirar las piedras. Dependiendo de él y esperándole. Él siendo el centro de mi existencia y, a la vez, el centro de mi dolor.
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Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic Ediciones
Ficción históricaAl darse cuenta de que se ha enamorado de William, el amigo de sus hermanos, Sarah intenta huir. En su viaje reconstruyéndose el corazón, encontrará la ayuda inesperada del Marqués de Sittingbourne. Y eso cambiará su vida para siempre. ...