DIECIOCHO

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GLASSMOOTH. PRESENTE.

—Gracias por venir —dijo William levantándose con cortesía mientras yo llegaba hasta él.

El sauce del lago necesitaba una buena podada, sus ramas caían sin orden ni lógica por todo el muelle, William me vio observándolo. Respiré profundamente.

—¿Prefieres ir a otro lugar? —preguntó.

—No —aseguré—, gracias.

Observé la postura de William para comprobar que estaba tenso e inquieto. Y allí estaba yo. Enfrentando la situación que tanto había temido y que, para ser sincera, nunca había imaginado que llegase a pasar de verdad.

—¿Nos dejamos de rodeos? —William me observaba cauteloso.

—Sí. —Me senté con las piernas colgando en el lago y esperé a que hiciese lo mismo. Pero tomó asiento a una distancia prudencial—. Primero —dije—, tenemos que recordar que debemos ser sinceros el uno con el otro para que esto tenga sentido.

—Estoy de acuerdo —asintió.

—Y que debemos preguntarnos absolutamente todo —añadí.

La noche anterior había dormido extrañamente bien. No tuve pesadillas, no lloré en mis sueños ni me desperté hecha un ovillo. No estaba alegre, pero tampoco derrotada anímicamente. Creo que eso fue debido al creciente deseo de tener aquella conversación con William.

Fue como despertarme dispuesta a afrontar una gran batalla bélica y ser la heroína.

Estaba muy nerviosa, mucho. Pero expectante y preparada para dar un paso hacia otro lugar que me alejase del pozo negro en el que me encontraba atrapada. Esperanzador, ¿no?

—Bien. —Carraspeé y miré mis manos juntas. Estaba temblando—. Ambos sabemos lo que pasó. —Él levantó su mirada del agua, pero no me miró—. Pero nunca lo dijiste en voz alta.

—¿Qué quieres decir? —preguntó después de un momento. Le vi tragar y mover los pies con nerviosismo. Esto estaba siendo doloroso para él también.

Y yo lo sentía, pero esta vez iba solo a pensar en mí y a obtener todas las respuestas que necesitaba sin importar si le hería o le hacía sentir incómodo o la peor persona del planeta.

Esta reunión iba sobre mí. Lo necesitaba.

—Quiero decir, que el primer paso para que pueda seguir hablando contigo es que digas en voz alta lo que hiciste. —William cogió aire y apretó sus manos contra la madera del muelle—. Solo di en voz alta lo que pasó.

Hubo un largo silencio. Creí que nunca hablaría de nuevo, que se levantaría y se iría, pero vi en su rostro la batalla interna por la que estaba pasando. Le estaba doliendo tener que decirlo y eso era bueno, supongo.

—Necesito escucharlo, William, por favor —susurré.

—Sarah —comenzó al fin—, me he acostado con otra mujer.

¿Sabéis esa sensación de cuando caes al agua a una poza de agua que te cubre el cuerpo entero y te mantiene suspendida en esta, así, sin poder respirar, ni escuchar nada más que tu propio corazón?

Pues ahí caí cuando pronunció aquellas palabras. Y, ¿sabéis qué más? Dolía endemoniadamente, pero ahora sí que no había ninguna duda.

Aquello que adiviné pero que nunca me dijo, aquello que a veces fantaseaba con que fuera mentira o un malentendido; era ahora una verdad. No había vuelta atrás. Ni excusa, ni modo de redimirle.

Comprendí que había estado demasiado tiempo sin saber. Sin tener las respuestas exactas a las preguntas que se arremolinaban en mi cabeza. Esas preguntas, acababa por contestármelas yo misma y eso era comida para hoy y hambre para mañana. Me dije en el pasado que no quería saber los detalles, que no necesitaba más dolor en mi vida y que no quería saber nunca más nada de William.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora