VEINTICINCO

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GLASMOOTH. PRESENTE.

—Lamento lo que ha ocurrido, señor Harding —me disculpé con el recién llegado. Harding estaba sentado con un pañuelo blanco empapado de sangre presionado contra su nariz.

—No lo lamente. —Con su mano tocó la mía ligeramente—. Usted no ha sido quien me ha golpeado, señorita Benworth.

Henry Harding tenía la nariz hinchada y su camisa estaba arruinada. Su frente estaba cubierta en sudor y sus ojos eran más oscuros que nunca. Estábamos en la cocina, con varias doncellas alrededor, además de Julius, el mayordomo, que también estaba allí. Una curaba su herida y otra preparaba una infusión para el dolor. Will no le había roto la nariz, pero el golpe le dejaría matices de colores violetas en el rostro varias semanas. Suspiré.

Esperaba que William Morris, marqués de Swindon, estuviese dándole explicaciones a todos los ojos presentes en el maldito jardín de mi hermano. Resoplé.

—¿Podría explicarme, ahora que estamos solos, qué diablos ha ocurrido para que ese hombre me golpease? —Su tono, después de todo, era afable—. Aunque, sinceramente, puedo imaginarlo. Me miró con una mueca, que sé que trató de ser una sonrisa, y prosiguió—: Ese hombre está enamorado de usted.

Una de las doncellas se marchó para buscar ropa limpia y más paños.

—William Morris es amigo de la familia de toda la vida —expliqué.

—¿Y la está cortejando? —preguntó sin sorpresa—. Debería decírmelo y aclararme sus intenciones con él, así puedo retirarme con dignidad o luchar si es que usted me corresponde.

Le observé un momento, un poco sorprendida por lo que acababa de decir. Muy melodramático todo. Las doncellas entraron y volvieron a salir y alguien llamó a Julius y salió tras ellas. Apreté mis puños sobre la falda y separé mi silla de la de Harding.

—Es un poco protector —aclaré.

—Ese puñetazo que me ha propinado no me ha parecido solo un poco protector.

—Voy a serle completamente sincera, señor Harding —indiqué—. Ese hombre sí tiene algún interés en mí. —Él estrechó sus ojos. Lo que iba a hacer era una completa locura—. Pero yo no tengo intención de casarme. Ni con él, ni con nadie.

Harding no supo cómo reaccionar. El pañuelo se cayó de entre sus manos y yo lo cogí y volví a colocarlo en su nariz. Mis dedos temblaban, sintiéndome mucho más nerviosa, como si, por ser sincera con él y rechazar sus intenciones de una vez por todas y para siempre, estuviese haciendo algo de lo que me iba a arrepentir.

Ay, Sarah...

—¿Cómo dice?

—Siento que todo esto ha sido un enorme malentendido y siento que haya usted venido hasta aquí con una intención que no se va a poder cumplir, por desgracia. —Cogí aire un momento, estudiando su rostro, y miré hacia la puerta, deseando que alguna doncella llegase al fin.

—Pero —dijo despacio, tratando de entender y asimilar todo el embrollo en el que se había visto envuelto— en Kent parecía usted encantada de pasar ratos conmigo. ¿Malentendí sus intenciones, señorita? —Me pareció preocupado y sentí vergüenza.

—No lo hizo, señor —contesté sincera. Escondí mis manos de nuevo en los pliegues de la falda—. Me gustó mucho conocerle y disfruté de su compañía, pero volver aquí me ha ayudado a darme cuenta de que no quiero casarme. No tengo interés en hacerlo. —Siguió mirándome, tratando de entenderme—. Con nadie. —Quise ser clara de nuevo—. No es nada personal con usted.

Eso no era mentira. No iba a casarme porque no podía. Me había deshonrado y no podía ser entregada a otro hombre. Dejé escapar otro suspiro.

Él asintió lentamente.

Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora