XXIII

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No te asustes, ríete al menos.

Te confienso que tuve un fetiche por ti, tus ojos negros profundos y brillantes, ¡diablos! Si me cruzaba con ellos, me arrastraban a otros planos terrenales.

Y tu lo sabías, pero no vengo a hablarte de eso.

La primera vez que me enamoré, supe que una sola mirada te parte el corazón en mil pedazos.

Pero evoco ese día, ese día especial, donde me percaté de mis sentimientos, allí sobre el puente de la  plaza, justo frente a la estatua del héroe del país, tu estabas caminando con tus  amigos, a penas y te ví, y sonreíste como nunca, y tu sonrisa brilló como mil estrellas.

Tu no me viste, el destino fue benevolente, no querías ver a una treceañera boquear ¿Cierto? y sonrojarse de mil colores con el cabello despeinado pegandose a sus sienes. No...Defínitivamente no querías ver eso.

Hiciste una broma que cualquier chico de quince haría, escondiste el bolso de tu amigo, lo colgaste en un tubo que sobresalía de la pared, y corriste, y como dije, tus ojos cerrados, tu sonrisa gatuna, parecían estar allí solo para mi.

Dios sabe que te llevaste mi corazón ese día.

Drayos y Centenas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora