XLII

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No estés triste.

Gritaban mis ojos. Pude ver los tuyos cristalizarse, más que lágrimas, era un dolor inigualable.

Háblalo.

Supliqué.

Pero te negaste a ceder.

Me mirabas como si estuviera demente, porque no puedo ver el mismo matíz que han de ver tus ojos.

Y suspiraste.

Hablaste de pecados.

Y por primera vez logré entender un poco a dios.

No puede odiar cuando ve los trasfondos.

Drayos y Centenas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora