T R E S.

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Capítulo tres: La invitación.

Pov Kate.

26 de abril del 2011, Miami.

Ya se le hacía tarde para ir al trabajo y no podía permitirse una falta como esa. La joven se encontraba a toda prisa mientras recorría toda la casa hasta la cocina. Metió una tostada en su boca y salió de su casa en dirección al auto que había comprado en varias cuotas. 

Había tardado más de dos años en completar el pago del vehículo, y aunque no era grande, elegante o ostentoso, ella se sentía feliz con tener un medio de transporte en lugar de tener que esperar todos los días en la parada del autobús y soportar los olores de gente sudorosa o los apretones cuando subían más personas. Se subió y lo encendió para ir a su trabajo sin más demora.

...

—Doctora Hayes —escuchó la joven y se volteó para ver a la persona que la había llamado. Al mirar a la pelirroja sintió que debía ponerse alerta por si algún paciente se había alterado, pero decidió calmarse. Con lo que había sucedido el día anterior, las demás enfermeras debían estar atentas a no ponerles nada a los pacientes, a menos que ella lo asignara.

—¿Qué sucede ahora, Pierce? —cuestionó la pelinegra, caminando hacia la habitación de un hombre que tenía cáncer de pulmón. No le gustaba que la molestaran durante su trabajo, y aunque había tratado varias veces con la pelirroja, no se sentía bien con su presencia.

—La hija mayor de la señora Amstrong te invitó al funeral. Después de todo, hiciste todo lo que estuvo a tu alcance para intentar salvarla, y la señora te tenía mucho cariño —le informó y la joven asintió, sin mirar a la pelirroja. Por supuesto que no iría a ese funeral. La hija de la señora Amstrong era una regalada de pies a cabeza.

La mujer tenía dos hijos de distintos hombres, y estaba embarazada de una niña, de otro hombre más. Además de que anhelaba lo que la pelinegra tenía, hasta le quitó a su ex novio. Estaba loca, para rematar, ya que a veces estaba de buen humor, y otras veces, quería matarla.

La joven se negaba a ir a ese funeral, y si llegaba a cambiar de idea, tendría que ser por un instante breve. Y como sabía que era prácticamente imposible que cambiara de idea, no se detuvo a pensarlo.

—¿Cómo se siente, señor Stone? —preguntó la pelinegra al entrar en la habitación del canoso hombre que se encontraba en cama, dedicándole una cálida sonrisa. El sonrió, y en su mirada se podía notar la angustia que sentía, y la preocupación por la que pasaba. Llevaba más de dos semanas desde que lo habían ingresado, y aunque había mejorado, aún seguía luchando contra la enfermedad.

—Me siento mejor. El doctor dijo que si seguía así, podrán hacerme la última quimioterapia —respondió el hombre, y una chispa de esperanza pasó por sus ojos marrones.

—Estoy muy orgullosa de ti, Harold. Si sigues así, podrás ser dado de alta muy pronto. — Aseguró la pelinegra, sonriendo con orgullo. El hombre asintió repetidas veces, con emoción. —¿Aún no hay donante? —preguntó la joven, al ver que en la carpeta no aparecía nada más que el estado del hombre en creciente mejoría.

—No, aún no hay nadie —respondió el hombre, y su voz se apagó un poco. Si la quimioterapia salía mal o no se podía hacer, podían hacerle un trasplante de pulmón. Pero no había donante aún, lo cual era una opción menos.

—Ten fe, Harold. De seguro alguien saldrá —lo animó la pelinegra y puso una mano en la piel morena descubierta de su hombro, para que él supiese que ella lo apoyaba.

She is the FriendDonde viven las historias. Descúbrelo ahora