1822, Londres.
Nunca fue muy dada a las conversaciones, su capacidad para hablar en público era casi nula, su única amiga era su doncella y, por ende, sin necesidad de que la adivina se lo dijera, sabía que era una fracasada total.
En ese momento se sentía al borde de un ataque nervioso, necesitaba calmarse si pensaba hablar con la adivina, su voz no parecía tener fuerza para subir por sus cuerdas vocales.
Jasson se hizo a un lado y dijo:
—Berliz, una señorita quiere ser atendida.
El silencio los acompañó por unos segundos.
—Pasad —Se escuchó una firme voz del otro lado de la tienda, y ellas así lo hicieron—. Os estaba esperando.
Una hermosa mujer, de unos treinta años, llegó a su campo de visión. En el lugar había una esfera de cristal, unos collares extraños, muchas cartas, y artefactos que Ginger desconocía. Los mismo colores que adornaban la estancia le parecían extravagantes; naranja, rosa, celeste y un verde algo grotesco y de muy mal gusto desde su perspectiva.
La mujer tenía la melena oscura totalmente en libertad, era larga y de su coronilla colgaban cadenas de oro decorando su frente y nuca. Sus manos también tenían joyas costosas, y...
—Apuraos, no tengo tiempo —dijo la mujer con molestia y las dos se sentaron en los almohadones azules con bordados dorados.
—Verá, mi señora —inició Emma en un español no muy bien definido—, mi acom... —La mujer alzó la mano para que guardara silencio.
—Vos —señaló a Ginger—, si tú eres la del problema debes ser vos quien hable.
Por suerte, entendía muy bien el español —al igual de que lo hablaba de maravilla—. Contestó sin problema alguno.
—Deseo saber la suerte de mi destino.
La mujer enarcó una ceja.
—Levanta una carta —Extendió unas cartas frente a ella, cara abajo.
Así lo hizo, tomó una del medio.
—Ahora sacad otra del medio y sigue con cuatro, dos de arriba y dos de abajo —indicó.
Siguió las órdenes y le entregó las seis cartas. Berliz las sujetó y despejando el espacio de la mesa, empezó a posarlas boca arriba, una por una, dejando tres boca abajo.
Ginger se petrificó al no identificar en lo más mínimo las imágenes de las cartas, ¿qué eran esas figuras?, ¿cuáles eran sus significados?
—Decidme, muchacha, tu padre te golpea, ¿no es así? —Se estremeció.
—Así es, mi señora —musitó, con la piel erizada y el labio palpitante. Lo tenía partido por la paliza que recibió el día de ayer.
—Existe una confusión —soltó ella, señalando otra carta—. Muéstrame tu collar.
—¿Cuál?
—Ese que escondes bajo tu ropaje, el zafiro tiene una historia.
Conmocionada, abrió los primeros botones de su vestido y se lo mostró, ¿cómo...?
—Lo supuse —dijo con solo verlo—. No me lo des, es más, de ser posible, jamás te lo quites —notificó, zanjando el tema, y ella asintió.
—Quisiera saber si seré feliz en mi matrimonio —soltó un poco más esperanzada, Berliz le daría respuesta a todas sus preguntas.
La mujer carcajeó con descaro.
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Este siglo no es mío
Romance¿Qué sucede cuando un acto de rebeldía provoca un cambio de ciento ochenta grados en tu vida? Kenny Ginger sólo quería conocer la suerte de su desgraciado destino y Kenny Grace sólo quería escaparse de su fiesta de compromiso. Y por eso, ahora el Du...