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1822, Londres.

—¿Por qué tengo que cambiarme tantas veces al día? —refunfuñó, molesta por los horrendos vestidos que tenía que usar.

—Porque uno es de día, otro para salir de paseo y el último es de noche.

—Todos son igual de horrendos, ¿por qué catalogarlos si son la misma porquería?

—¡Señorita! —jadeó, indignada—. No puede hablar tan vulgarmente, usted es...

—Tengo hambre —le cortó dramáticamente —. Este corsé está agotando mis energías y siento que mis pulmones se contraen, creo que moriré si no como algo.

—Le apretará más si lo hace —aclaró—. Piense en su figura.

—Ya soy delgada, ¿para qué me pones esta mierda? —Emma abrió los ojos de par en par lista para atravesar un soponcio, ¡¿Qué diantres tenía esa mujer en la cabeza?! No sabía nada de etiqueta y de su boca solo salían vulgaridades y palabras extrañas.

—Señorita Grace, ya le expliqué que debe expresarse con recato y elegancia.

—Pero aquí entre nos, no es necesario —hizo un gesto con la mano para zanjar el tema—. Y dime, doble de Emmy, ¿ya hiciste lo que te pedí?

El calor asaltó las mejillas de la rubia y negó inmediatamente.

—Usted debe usar sus pololos, no esa tela que me mostró.

—No me haces las tangas, juro por los santos que caminaré desnuda por toda la casa  —advirtió, entrecerrando los ojos. Ella no iba a usar esas horribles telas, estaba segura que Emma podría cocer unas cuantas prendas.

—¿Quiere matarme de un ataque de histeria? —vociferó, azorada.

—Eres muy joven para morir, además, si algún día usas una de esas, te darás cuenta que llevas varias telas de más.

Emma casi se va hacia atrás por el descaro de la señorita que también era Bellamy.

—Hoy debemos ir al teatro, ya escuchó lo que dijeron en Hyde Park.

—En realidad sólo escuché que Lady Cambridge dará una fiesta esta noche; si no mal entendí una mascarada —comentó Kenny, buscando lo que se compró para ese día.

—A esa fiesta no entra nadie sin invitación, si tuviera una madrina sería más sencillo, pero nadie se inmiscuiría con la hija de Matthew Bellamy, no si ama su reputación.

—Ahí el punto a mi favor —canturreó ella, sacando una máscara dorada con plumas rojas al lateral derecho—. Combina con el vestido que me llegó hoy, pienso ir, nadie me reconocerá con esto puesto.

—¡¿Está usted loca?! —chilló—. No la invitaron. La Duquesa viuda es una mujer respetable, su familia está libre de escándalos y el que usted asista sería una vergüenza para ella.

—¿Respetable? —bufó—. Eso quiere decir que seré el alma de la fiesta —bromeó, sacando de quicio a Emma—. Entrar es lo de menos, puedo treparme la reja o ingresar por una ventana, en eso consiste la adrenalina de colarse a una fiesta.

—No sé cómo son las cosas en su año, señorita, pero no permitiré que arruine la reputación de Ginger.

—¿Más de lo que está? —Enarcó una ceja. Emma continuó con su monólogo, ignorándola.

—Ella no lo merece, si mal no recuerdo, usted dijo que la ayudaría, sin embargo, dudo que algo bueno salga de lo que pretende hacer hoy. —Emma rezó para que sus palabras tuvieran efecto.

Este siglo no es míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora