1822, Londres.
—Señorita... Señorita... Señorita...
Kenny de repente sintió esas feroces ganas de sujetar su celular y lanzarlo hacia la frente de la idiota que se atrevía a irrumpir sus sueños. ¡A ella nadie la despertaba! Independientemente del día que fuera, todos respetaban sus horas de sueño.
—Por favor, despierte, el señor Bellamy no parece estar tan molesto, la está llamando, debe ir a verlo.
Su padre...
Resignada separó los párpados y frunció el ceño al ver las espantosas cortinas de terciopelo azul real. ¿Qué carajos le hicieron a su cama? Un olor a lavanda se infiltró por sus fosas nasales y arrugó aún más el entrecejo. Esa no era su alcoba.
Las cortinas se abrieron y rió con descaro. No entendía por qué si fue ella quien se desplomó por las gradas, Emmy usaba esa horrible tela en la cabeza.
—Muy bien... —le dijo ella, temerosa—. Puede tener su rostro, pero sé que no es ella —garantizó con la voz quebrada y Kenny se consternó.
—¿Qué estupideces dices, Emmy? —Prosiguió a salir de la cama. Cuando tuvo un panorama exacto de todo lo que estaba a su alrededor, sus músculos perdieron la flexibilidad, entumeciéndose como una firme barra.
—Soy Emma, y...
—¿Dónde estoy? —clavó sus ojos color ámbar en ella, y luego en su aterrador vestido de dormir—. Por los Santos, ni mi bisabuela se pondría uno de estos —comunicó con el rostro desfigurado por el disgusto que su atuendo le generaba.
—Creo... Creo...
—¿Qué año es? —indagó, sujetando el candelabro que soportaba tres velas lo bastante consumidas para sopesar que estuvieron prendidas toda la noche.
—Mil ochocientos veintidós.
Sus movimientos cesaron. No podía ser verdad... oh no, no, no, ¿Un sueño? Sí, un mal sueño. Se pellizcó con disimulo y se declaró una idiota.
«Siglo XIX. Este siglo no es mío. Viajé en el tiempo. ¡Jo-der! Debí haber visto más películas sobre el tema!».
Muy bien, Kenny sabía que lo mejor sería mantener la calma, el primero en asustarse siempre moría primero.
«Eso es en las películas de terror». Se recordó más tranquila.
Pensaría con parsimonia... Era un hecho que la mujer de pésimo gusto —que bien podría ser la culpable de varios suicidios de reconocidos diseñadores—, sería su as bajo la manga. Ella era ese personaje que estaba ahí para ayudarla.
—¿Qué sucedió, cómo terminé aquí? —Su voz pretendió quebrarse, pero Kenny no le dio el gusto.
—No hay tiempo para eso, su padre quiere verla.
—Mi padre está en el dos mil dieciocho, cariño —ironizó con voz queda y la mujer abrió los ojos de par en par, no obstante las circunstancias la llevaron a pensar con rapidez.
—Tienen el mismo rostro, sus ojos son de una tonalidad distinta pero estoy segura que el señor ni lo tomará en cuenta, necesito que se haga pasar por la joven Ginger, sólo será unos segundos, Matthew Bellamy no parece estar enojado el día de hoy.
Estuvo a punto de discrepar, pero se vio prontamente atacada por una incómoda tela, que presionó sus pulmones hasta más no poder, y un horrible vestido de corte imperial con unas mangas de muy mal gusto.
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Este siglo no es mío
Romance¿Qué sucede cuando un acto de rebeldía provoca un cambio de ciento ochenta grados en tu vida? Kenny Ginger sólo quería conocer la suerte de su desgraciado destino y Kenny Grace sólo quería escaparse de su fiesta de compromiso. Y por eso, ahora el Du...