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#sineditar


—¿A quién debe pedirle permiso el señor Nathaniel si quiere cenar conmigo?

Aún abrazada al extraño aparato por el que habló con su prometido, Ginger miró con fijeza al mayordomo de la casa, quien parpadeaba una y otra vez totalmente ofuscado.

—Bueno, señorita Kenny, a usted por supuesto, es su decisión.

—¿En serio? —abrió los ojos de par en par.

—¿Sí...? —le contestó no muy seguro, pues le parecía extraña la actitud de Kenny.

—De acuerdo —asintió, y levantando el teléfono, se lo llevó al oído—. ¿Señor Nat...? —su voz murió al oír un «Piii». Miró el aparato—. ¿Hola?

Extraño... ¿Acaso Nathaniel se fue y ella no lo vio?

—¿Desea que le marque al señor? —preguntó el hombre y ella, no muy segura, aceptó—. ¿Y su celular?

Se sonrojó. Hubo un momento donde el aparato empezó a sonar tanto que el susto pudo con ella y terminó lanzándolo dentro a lo que Emmy denominaba retrete. El único lugar dónde guardó silencio.

—Él me llamó aquí —trató de sonar tranquila, Emmy le dijo que actuara con normalidad.

—De acuerdo, permítame un segundo e iré a ver el registro de números.

—Lo esperaré en mi alcoba. —Se sentía agotada y adolorida, prefería esperarlo en su alcoba.

—Claro, le diré a Renata que se lo lleve.

Kenny se retiró y frotó sus ojos con delicadeza mientras llegaba a su habitación.

Andreas entró al despacho del señor Joseph y rápidamente empezó a buscar el número del señor Nathaniel. Le parecía extraña la actitud tan delicada, tierna y educada de la señorita Kenny, pero tenía que admitir que nada se comparaba a la sorpresa que le causó la idea de que quiera hablar con su futuro esposo.

Por más que llamó y llamó, el señor Shepard no contestó, por lo que mandó a Renata a decirle a la señorita Kenny que le fue imposible contactarse con el señor; no obstante, nada pasó porque ella ya estaba totalmente dormida.

El teléfono empezó a sonar y rápidamente contestó.

—Casa de la familia Bellamy.

—¡¿Qué tal, Andreas?!

Curvó los labios.

—Señorita Emmy, ¿en qué la puedo ayudar?

—Pásame con Kenny, por favoooor.

—La señorita está dormida.

—Recién son las diez.

Para él eso era bastante tarde.

—No importa, dígale que mañana se preparé con la ropa deportiva que compramos, ¡iremos al Gym! —se regocijó sólita y él se mantuvo sereno, con una sonrisa en el rostro por el entusiasmos de la joven.

—Yo se lo diré, usted sabe que la señorita Kenny adora ir al gimnasio.

—Lo sé —su voz sonó chillona—, esto será tan emocionante.

Confundido por tanta efusividad, Andreas se despidió de la joven y prosiguió a llamarle al señor Joseph, su deber era contarle como marchaba la situación y el estado de su hija.

—¿Y esto no me causará algún daño? —preguntó Kenny, mirándose al espejo.

—No, son solo lentes de contacto, créeme que los necesitas —indicó Emmy viendo el retrete, ¿en serio se tragó el celular sin pena alguna?

Este siglo no es míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora