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1822, Londres.

—¿Qué haremos? Su padre llegará en dos días y no conseguimos nada, debimos ir al teatro y no a la fiesta de la duquesa.

Kenny bebió de su copa de whisky. ¿Qué culpa tenía ella que no supieran apreciar su belleza? La gente de ese siglo no solo estaba ciega para vestirse, sino para escoger pareja.

—Hice buenas amigas.

Calabaza, jirafa, insecto y criatura divina eran encantadoras.

Se mintió.

—Dudo que ellas le consigan un esposo, señorita.

—Tal vez no —hizo un mohín—. Es una señal, no estoy lista, soy muy joven.

—Está vieja —escupió Emma, sin humor alguno—. Nadie la querrá así.

—Vieja la cofia que está en tu cabeza, ser sin gracia —chilló histérica y Emma rodó los ojos, Kenny siempre se exaltaba cuando criticaba su belleza.

—No me discuta, ahora debemos preveer y huir, el señor Bellamy podría matarla si a su regreso no ve progresos.

Hizo una mueca. Le creía, el doble de Joseph no parecía tan buena onda.

—No soy una cobarde. —Elevó el mentón, altanera. Se haría a la valiente por unos segundos hasta tener un nuevo plan.

—De acuerdo, entonces esperaremos a que...

—Deja que termine —le señaló con el abanico—: pero dadas las circunstancias, podríamos ir de viaje por unos días lejos del señor Bellamy.

No tenía un solo plan. ¿Y a quién quería engañar? No deseaba enfrentarse al maniático ese.

Emma escondió una cálida sonrisa al percatarse que Kenny realmente estaba asustada y se prometió ayudarla a como dé lugar. No podía permitir que Matthew dañara a la joven.

—Mañana iremos con los gitanos.

—Ay sí, hoy estoy rendida y este cuerpecito necesita ir a la camita.

Con poca elegancia, se quitó el vestido y se lanzó a la cama. Huir sería agotador.

—¿Tú crees que debimos ir hoy a caminar por Hyde Park? —inquirió, pérdida en la nada, esa tarde ninguna quiso salir.

—No lo sé, hoy noté algo de movimiento por lo que creo que no. Sin ganas de que se ofenda, no conseguiremos en un día lo que no obtuvimos en años.

«Perra, ojalá engordez». En definitiva, esa mujer adoraba humillarla.

—Puedes irte, quiero dormir.

Emma asintió y sin hacer mucho ruido, le permitió quedarse en su soledad. Lo mejor sería regresar a su siglo, pero su antiguo yo —fracasado—, requería de su ayuda. No podía darle la espalda, no ahora que tenía como reto demostrarle a Emmydos que ella se casaría a como dé lugar.

Pensando en su futura boda, cayó en una oscuridad profunda que le permitió roncar por más de cinco horas.

***

—¡¿Cómo es posible?!

Benedict, fuera de sí, lanzó la revista más cortillera de Reino Unido y fulminó con la mirada a su mayordomo, quien pronto se desplomaria por el susto.

—¿Quién es la dama? Dime su nombre, ¿Cómo se atreve a mentir de tal manera? ¡Es una cazafortunas!

Cambridge rebuscó en sus cajones y sujetó su pistola sin compasión alguna.

—¿Qué te sucede, Cambridge? Debes hacerte responsable, no puedes jugar con el honor de una dama —espetó la duquesa con frialdad, empuñando sus manos. A pesar de que su hijo era muy modesto con sus amoríos, algún día tendría que caer.

—Mi honor es el que pienso recuperar retando a duelo a su tutor. ¡No pienso casarme con esa mujer! Vete a saber si no es una confabulación.

Sheila jadeó, sorprendida, y el mayordomo lo miró ojiplático. No era muy común que lord Cambridge renunciara a sus responsabilidades.

—Denme el nombre —exigió saber y ambos intercambiaron miradas—. Ahora. No pienso repetir la orden.

—Bellamy —contestó el mayordomo y la duquesa cerró los ojos con fuerza—. Es la señorita Ginger Kenny Bellamy.

—Genial —bufó él—. Hoy mataré a la paria de su padre y ella aprenderá a que conmigo, nadie se mete.

No conocía a la dama, pero sabía que era un fracaso total. Jamás caería en la trampa de aquella mujer.

ADMITO QUE SÍ ME GUSTA NATHANIEL, PERO ESTE HOMBRE ME DERRITE.

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Este siglo no es míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora