Tus ojos, dos luceros que alumbran mi camino
Tu sonrisa, la curva que desvía mi desdicha
Y tus gestos, las mil y un razones para quererte en mi vida.Extracto del libro: En la época que eras para mí.
Anónimo.
2018, Londres
Nunca antes la había observado dormir, pero había que admitir que la hija de Joseph era preciosa. La vulnerabilidad era parte importante del cuadro que ella mostraba; con las manos abrazadas a la almohada y los labios formando un tierno mohín. Nathaniel empuñó sus manos, indignado.
¿Qué fue lo que le hizo para que reaccionara así? No negaría que siempre tuvo enfrentamientos con Kenny, pero ella jamás había reaccionado así, sino todo lo contrario.
Le tomó todo un día convencer a Joseph para que le permitiera cuidar de ella, y si no hubiera sido por la reunión que le surgió en Italia, él no se lo habría permitido. Si había algo que ese hombre jamás descuidaría, sería a su hija, si no fuera por los años de confianza, tal vez y él ya estaría cien años luz lejos de la castaña.
Sonrió con cinismo. Ella se quedaría bajo su cuidado por una semana, una semana en la que tendría que seducirla. Por alguna extraña razón, algo le decía que eso sería mucho más sencillo de lo imaginado. Pudo ver en ella debilidad, miedo y sumisión; tres cosas que Nathaniel adoraba captar en sus rivales.
Un ronroneo lo sacó de su letargo y tensó la columna vertebral. Se veía muy distinta, no sabía si era cosa suya pero ella... estaba más rellenita de lo que la recordaba.
«Tal vez no te fijaste» se dijo en silencio, no era un hombre que reparara mucho en la caprichosa hija de Bellamy, era el único ser sensato que no caía en su simple belleza y audaz mirada. Porque eso era lo que era: una mujer corriente cargada en maquillaje.
—¿Podrías cerrar los ojos? Siento que estás violando a mi amiga con la mirada.
Rodó los ojos al recordar que la pesada amiga de Kenny no pensaba marcharse.
—Aprovecharé de observarla ahora, porque cuando despierte, dudo que ella me lo permita —se encogió de hombros, con notorio aburrimiento.
—Busca otro pez, Nathaniel, Grace no te aceptará —aseveró y él la ignoró. No buscaría en el mar, cuando tenía el pez más gordo a su merced.
Él no quería casarse con una heredera: él quería ser dueño de todo lo que debería ser de una estúpida hereda. Su plan era fácil: cuando Joseph partiera, haría que Kenny firmara un poder entregándole toda su fortuna, ya de ahí sería generoso con ella y le asignaría una manutención después del divorcio.
Lo merecía... él trabajó junto a Joseph por años, merecía ser dueño de todo ese imperio.
—Se ve muy preciosa —acarició la fría mejilla, poniendo alerta a la rubia.
—Vete. Yo me quedaré con ella. —Se preocupó, él jamás trataba así a Kenny.
—Joseph dijo que podía quedarme. Es su casa.
—¡Ella te echará!
—Guarda silencio —siseó, viendo a Kenny con inquietud, no quería otro ataque de nerviosismo.
Emmy se mordió la lengua y observó el cuerpo que yacía en la cama. Tal vez eran ideas suyas, pero... Esa mujer no era Kenny, era imposible, esos golpes que tenía en la cara no se los hizo en la caída, era absurdo. Además, cuando su hermano la ayudó a subirla a su habitación con su extraño atuendo —que por cierto apareció de la nada porque ella no tendría algo tan feo ni de disfraz—, pudo ver una serie de cicatrices en sus piernas, algo que su mejor amiga jamás tuvo.
Gracias a Dios, sus ruegos fueron escuchados y Joseph no llevó a su hija al hospital, se limitaron a llamar a un doctor, quien dijo que los golpes fueron producto de la caída.
«La familia Bellamy necesita un nuevo doctor» comentó para sí misma en cuanto al doctorcillo ese. Le urgía hablar con Ken... con Ella. No podía sacar conclusiones apresuradas, quien sabe y llegó el día de que su desequilibrio mental saliera a flote, quizás, y con suerte, estaría viendo orgías en una iglesia.
Carcajeó por lo bajo ante su pervertido pensamiento, no obstante, la mirada inquisidora del idiota castaño la llevó a carraspear y enderezar su espalda.
—¿Qué me ves? —ladró, malhumorada.
—Maldición, con razón son amigas —farfulló él, sentándose junto a la mujer que dormía plácidamente.
Había algo en su rostro, algo que le impedía retirar la vista, y no era exactamente el cardenal que bajaba por su linda piel, sino sus labios y suave respirar, no sabía que una mujer pudiera verse tan linda al dormir. Abrió los ojos horrorizado ante sus pensamientos y se levantó de sopetón —como si ella fuera un depredador a punto de devorarlo—, consiguiendo así, que Kenny despertara.
Contuvo el aire. ¿Celestes...? Él no era un hombre detallista, pero... podría jurar que Kenny los tenía color miel. Ella parpadeó varias veces, y pasó saliva. ¿Por qué se veía más... aceptable?
—Ken...
—¡Aaaaah! —Dio un salto en su lugar ante su reacción, ¿es qué pretendía dejarlo sordo? Retrocedió, desconcertado y se limitó a ver como Emmy se acercaba a ella.
—¿Emma? —dijo atropelladamente, con una voz encantadora —algo que ella no tenía porque siempre solía destilar veneno—. Frunció el ceño al darse cuenta que ese no era el nombre de la rubia—. Por favor, sácalo de aquí —imploró, espantada—. Dile que se vaya —sollozó y él se consternó, ¿por qué lloraba?
En definitiva, odiaba que lo hiciera.
Si Emmy tenía algunas dudas ante su teoría, ahora podía descartarlas; y es que los ojos de su amiga no eran celestes, sino color miel. ¿Quién era? La escudriñó con la mirada, y percibió los kilos de más. Kenny jamás pesaría más de cincuenta kilos, ella al menos rondaba los cincuenta y cinco.
—No me iré —aseveró Nathaniel, empeorando la situación, y Ginger tiritó con violencia, viendo cómo se acercaba—. No te dejaré, Kenny.
¿Cómo la conocía? ¿Dónde estaba? ¿Por qué la ropa de Emma y ese hombre era tan extraña? No... ella no era Emma. Su visión se empañó completamente y enterró el rostro en las manos, tenía miedo, no sabía quiénes eran y podrían lastimarla.
—Ve por un doctor —le ordenó el hombre a la rubia, estremeciéndola.
—Ve tú, yo me que...
—¡Qué vayas te digo! —bramó él, espantándola. Ese hombre era el señor de la casa, estaba en la casa de un salvaje. La mujer acató la orden y salió corriendo del dormitorio, dejándola sola con un extraño.
No debería estar pensando en su honor, mucho menos en lo indecoroso de la situación, pero no tenía más qué hacer, era un hecho que ese hombre la dañaría y luego...
—Soy yo, Kenny... —escuchó que murmuraba y lo observó, él se acercaba con lentitud—. Nathaniel. —Negó consternada, no sabía quién era.
Nathaniel cantó victoria en sus adentros. Amnesia... seguro se golpeó la cabeza al caer. Grandioso, nada podía ser más perfecto.
—No te conozco —confesó con la voz quebrada, liberando más lágrimas. ¿Dónde la enviaron? Berliz nunca le dijo que la mandaría a un lugar tan extraño. Barrió el lugar con la mirada y jadeó horrorizada. ¿Qué demonios era esa cosa cuadrada que estaba pegada a la pared y por qué tenía personas encerradas?
«Oh por Dios, no iría a meterme allí, ¿verdad?»
—Tu prometido.

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Este siglo no es mío
Romantizm¿Qué sucede cuando un acto de rebeldía provoca un cambio de ciento ochenta grados en tu vida? Kenny Ginger sólo quería conocer la suerte de su desgraciado destino y Kenny Grace sólo quería escaparse de su fiesta de compromiso. Y por eso, ahora el Du...