Capítulo 36

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—Ya están tardando demasiado esos dos —dijo Irelia, con los brazos cruzados, inquieta en su asiento.

—Ni siquiera han pasado diez minutos para que te pongas así. —dijo Xin Zhao, mirándola con la misma expresión molesta de hace un rato.

Vladimir se levantó, y comenzó a caminar por el pasillo. Talon le preocupaba bastante, a pesar de que nunca habían cruzado más de cien palabras al hablar; ni siquiera en esas reuniones noxianas.

—Por vigésima vez, Viktor, este es un hospital, ¡no un taller mecánico! —exclamaba la enfermera Akali, detrás del escritorio de la recepción del hospital.

—¿Entonces para qué tengo seguro médico si no me van a ayudar? —repetía El heraldo mecánico, y al hablar en voz alta su acento era más notorio.

—Maldita sea, nosotros atendemos seres vivientes, no cosas como tú.

Con esa respuesta tan descortés, Viktor la hubiese calcinado con su Rayo de la muerte. Pero había un problema: El brazo que tenía el láser estaba roto, y lo único que unía las partes eran unos cables de la parte de adentro.

—¿Qué te sucedió? —preguntó El segador carmesí, palpando el hombro izquierdo de El heraldo mecánico, lo cual provocó un chispeo de los cables que sobresaltó a los tres.

—Esperé tanto para jugar, y lo primero que me ocurre es tener a Zed como rival —empezó a explicar Viktor, y se miró el brazo robótico roto—. Me lanzó una de sus cuchillas giratorios... ¡y le dio a mi brazo!

—Te daré esto, y paracetamol para el dolor (si es que aún lo sientes) —Akali deslizó sobre la mesa de mármol un rollo de cinta adhesiva ancha y una tableta de píldoras blancas.

Viktor no tenía más opción, agarró la cinta y el paracetamol; y se fue a sentarse cerca de donde se encontraban los que habían estado en la partida con Talon.

—Qué mala educación, ¿no? —opinó Vladimir, sentándose a su lado.

—Se comporta así sólo porque soy yo... —dijo Viktor, quitándose la parte de la armadura donde estaba el brazo roto— Oye, Vlad, ¿me harías un favor ahora?

—Dímelo.

—¿Podrías atajar mi brazo mientras lo reensamblo?

—Por supuesto —contestó El segador carmesí, agarró ambas piezas del brazo, y las juntó. Viktor sacó un pequeño soldador de debajo de su capa, y lo encendió. Contempló por unos segundos la pequeña llamarada del artilugio, antes de pasarla por la parte quebrada de su brazo. El artilugio de color anaranjado metálico se retorció un poco, y luego quedó tieso.

—Si quieres que las cosas salgan bien, hazlas por ti mismo. —murmuró Vladimir, mientras El heraldo mecánico se ponía el brazo robótico en la espalda. Lo movió un poco para chequear si su funcionamiento no quedó afectado.

—¡Aquí estabas! —exclamó Jayce, al apenas ver a Viktor sentado a unos metros de distancia— Me la pasé buscándote —miró a Vladimir—. Hola Vlad, ¡qué glorioso fue lo que le hiciste a Ahri! Creo que será la mejor cinemática que se haya creado hasta ahora...

—No es para tanto. —opinó El segador carmesí, y rio un poco.

—H-hola Jayce —la voz de El heraldo mecánico sonó temblorosa debido a la súbita presencia de El defensor del mañana, quien lo había besado hacía tan sólo un par de horas; tenerlo cerca lo hacía sentir como si estuviese a punto de tener un corto circuito cerebral—. Gracias por haberme ayudado, Vlad. —al decir eso, se levantó, para irse junto con su querido piltoviano.

Vladimir volvió su vista hacia donde se encontraban los que esperaban por más noticias de La sombra de la navaja. Pero faltaban Heimerdinger, Xin Zhao e Irelia.

—¡Maldita zorra! ¡¡Te mataré!! —oyó que una voz femenina gritó con todas sus fuerzas, desde la sala de cuidados intensivos. Sin pensarlo, se levantó de su silla.

—Ahri no está aquí. —corrigió Vladimir, desde el marco de la puerta. El yordle inventor le hizo un gesto para que se aproximara. Vio a Irelia, con las hojas de su arma más abiertas, en forma de X, apuntando a La daga siniestra.

"Los dejas un minuto y la sala ya se vuelve la segunda Grieta del Invocador", pensó Vladimir, al estar detrás de Heimerdinger.

—Prepárense para lo peor. —dijo Xin, y bajó su lanza por si era necesario agarrar a Irelia o a Katarina si se atrevían a luchar en plena sala de terapia intensiva.

La máquina de signos vitales mostró que el ritmo cardiaco de Talon iba en aumento, lo estaban asustando.

—¿Me has dicho zorra? —Katarina se incorporó, y sacó sus fieles dagas; sopló hacia arriba para volver a acomodar su mechón de cabello rojo— ¡Por tu culpa mi hermano casi muere de verdad! ¡A ver quién se sucumbe aquí primero!

—¡¡Basta!! —exclamó el Maestro Yi, tan fuerte que le dolió la garganta y los demás dieron un paso atrás. Nunca había gritado tan fuerte, debido a que era una persona más que tranquila y amante del silencio.

—Perdón. —Katarina bajó sus dagas, y suspiró.

—Irelia, ¿qué ha sucedido contigo? —comenzó a hablar el Maestro Yi— Tú no eras así...

—¿Qué hay de ti? ¡Estás con una noxiana! —se defendió ella, a punto de llorar de rabia— ¡Tú y yo somos de Jonia, defendimos a nuestra patria de estos idiotas que sólo quieren invadir y matar inocentes! —señaló a Katarina, Talon y Vladimir, ya que los tres provenían de Noxus.

—Yo sólo estuve en el sur de Jonia... —dijo Katarina, pero se calló al ver que el control de Irelia sobre sí misma se estaba volviendo cada vez más inestable.

—Todo eso ya quedó en el pasado, en el pasado que todos deseamos olvidar para un mejor futuro —continuó el Maestro Yi—. En mi futuro, veo a la hermosa asesina de cabello rojo, de quien estuve secretamente enamorado desde los tiempos en que íbamos a la Academia de la Guerra para aprender nuevos métodos de combate —hizo una pausa, y al mismo tiempo agregó—, reprimí por tanto tiempo estos sentimientos, que casi se fueron al completo olvido —miró a Katarina, la agarró de la mano—. A pesar de que lo nuestro fue brusco, y no ha pasado siquiera una semana, el deseo de conocerte y amarte aumenta cada día más, Kat.

—Dejar esa nota para encontrarnos en los arbustos, fue la mejor acción que he hecho en mi vida. —dijo Katarina, no pudo evitar sonreír de alegría pura.

—¡¿Katarina y Maestro Yi?! Eso explica tantas cosas... —murmuró Vladimir para sí, y se encontraba en un estado de alerta al igual que El senescal de Demacia.

—Lo que hacemos todos los días, cada vez que entramos a La Grieta, es ser un equipo unido para luchar y así evitar la perdición de toda Runaterra —dijo Heimerdinger, con tono serio.

—Irelia, yo te di mi confianza y amistad —concluyó La espada Wuju, mirando a La voluntad de las hojas—..., ahora ya no tienes ninguna de ellas.

Irelia miró el suelo, sin decir palabra alguna, ellos tenían razón en lo que acababan de decir.

"Hasta a mí me dolió, qué cruel", Vladimir continuó hablando consigo mismo, en silencio.

—Lo siento, lo siento mucho. —dijo ella finalmente, dio media vuelta, y salió de la sala de terapia intensiva, pasando al lado de El segador carmesí.

Vladimir fue tras ella, y trató de acercarse. Lo que le dijo La espada Wuju había sido demasiado para ella, a pesar de que (en parte) merecía sentirse así por su mal comportamiento.

—¡Aléjate, noxiano chupasangre! —le gritó La voluntad de las hojas, al apenas darse cuenta de que él la estaba siguiendo. La voz de ella sonaba anonadada, era obvio que quería llorar.

—Con esa actitud, nadie querrá ser tu amigo, y mucho menos tu pareja. —determinó El segador carmesí, antes de encaminarse en sentido opuesto para volver a la sala de cuidados intensivos.

Sangre por doquier [League of Legends]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora