Capítulo 30

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Y no conforme con eso, al mirar más allá de lo que alguna vez vi. Se encontraba otra chica, pero ella, ella miraba hacia el mar mientras estaba sentada en la blanca arena. Llevaba consigo un sombrero muy bonito para cubrirse de los rayos, shorts blancos y una blusa descubierta de los hombros color aqua con líneas blancas. De su lado no había oscuridad, más bien, era un desequilibrio de épocas del año. En el este había árboles de otoño, en el sur un prado de primavera y al oeste, nieve desparramada entre pinos y rocas. Sin embargo, el norte estaba fresco a causa de un mar en la lejanía.

Inseguro, decidí dar el primer paso hacia su lado, tragué saliva con dificultad a medida que avanzaba. El sol sí que cegaba mis ojos, era tan radiante que de igual manera cubría el cuerpo entero de aquella chica. Su cabello también se movía de un lado a otro, las gaviotas se paseaban de aquí para allá. Era tranquilizante, pero no quería confiarme... jamás había avanzado tanto en mi sueño. Ella lucia muy bonita. Llamé hacia ella, pero parecía muy distante, como si no quisiera apartar la mirada. Si no supiera que esto es un sueño, definitivamente creería sentir la brisa traspasarse en los poros de mi piel.

—¿Qué haces viendo el mar?

Pero ella no respondió, tampoco me atreví a sentarme a su lado. Solo estaba de pie, tras ella con la apariencia de un niño. Miré al prado de primavera, era hermoso... o al menos yo así lo creía.

—¿No te gusta el prado? La primavera es bonita

Pero ella siguió sin responder, no fue sino hasta que soltó un suspiro lleno de melancolía.

—La primavera, yo la amaba... pero ahora amo el mar

—¿Por qué?

Se encogió de hombros, no parecía tener una respuesta en concreto.

—¿Te parece bonito?

—Me trae calma

—¿Y por qué ya no te gusta la primavera?

Permaneció callada y se limitó a ponerse de pie. Caminando con lentitud por la arena de la playa.

—Porque... no era lo que esperaba, y el mar, el mar tiene misterios y quiero descubrirlos...

—Pero es muy hondo... te vas a ahogar

—Pero hallé más maravillas en él que en la primavera, si éste me lo permitiera... me encantaría conocerlo mucho más

Me quedé perplejo. Ella continuó su caminata y estaba por seguirla cuando mis pies se hundieron en la arena. Me removí sin piedad para zafarme, mierda, ¿Qué es esto? Grité por su ayuda, pero parecía encantada y entretenida con las olas del mar, de hecho, parecía que éstas le atravesaban los oídos con mucha fuerza como para no escucharme. Cuando giró solo un poco para ver la espuma y vi su perfil sentí un escalofrío.

Era Evangeline.

No te vayas... no te vayas tú también. Le tengo miedo, miedo a la soledad, pero no a la soledad intencional, sino esa de las que una vez que se van, te olvidan.

Imploré que se detuviera, pero de mi garganta no salía nada. Ahora estoy aterrado, esa parálisis en mi sueño estaba comenzando, no me apetece ni abrir los ojos porque sé que si lo hago no podré moverme, ni eso ni hablar.
Sentí mis ojos inundarse de lágrimas otra vez, me siento tan debilucho en este sitio.

—¡Lo odio! ¡LO ODIO!

Exclamo sin piedad a todo. A la soledad, la tristeza, la muerte, aunque todas ellas sean esenciales para saber lo que es la vida, las detesto.

—¿Por qué? —miro al cielo y grito con imprudencia—¡Te extraño!, vuelve, ¡Te lo suplico! No puedo...

Susurros se difuminaban en mis oídos, todo a mi alrededor comenzaba a desplomarse y el ligero sonido de teclas desgastadas al igual que cuerdas rotas de un violín viejo comenzaban a atormentarme.

Alexander, memorias de un violinista (#2 Saga Amor entre acordes) EDITANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora