Capítulo 46

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Evangeline saltó al asiento de atrás, acarició mis párpados a medida que limpiaba mis lágrimas y me propició besos castos en los pómulos. Me explicó que ella y mi padre hablaron el día de la conferencia después de nuestra discusión, que fue una plática bastante larga y profunda. Decidí entonces que de alguna u otra manera debía ver de nuevo a Leandro y arreglar las cosas de una vez por todas... no solo eso, sino también buscar ayuda en Mike para resolver el asunto de Dayana y Annie.

—Saquemos este coche de aquí o las personas pensarán que somos adolescentes con intenciones pecaminosas—me reí —ya sabes, todo lo que quieras menos en un auto ajeno

—Tonto—me brindó un golpecito en el hombro —Mike va a matarme...

—Pues, va a matarnos. A ti por quitarle el auto y a mí por no detenerte así que, somos cómplices ¿no?

Echó la cabeza para atrás mientras se reía a carcajadas. Rodeó mi cuello con sus brazos, me miró a los ojos con un brillo especial y sonrió como nunca antes lo había hecho.

—El maestro Baudelaire dice que, el amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice

Esa frase, ahora dicha por ella cobraba todos los sentidos existentes. Al fin comprendía lo que el maestro Baudelaire quería decir. Me detuve a ver sus castaños ojos.

Ella es como un verso, pero no cualquiera. Es un verso de poesía y música digna de escuchar, una hermosa nota musical en plena sinfonía o partitura, ya sea incluso una frase o un párrafo de una simpática historia de amor, ella es un verso que leería miles de veces, ella es una nota musical que degustaría por tocar y admirar. Es de esos versos que no solo atrapan al individuo y conquistan, no, es un verso de aquellos que cautivan el alma.

***

Al salir de la zona boscosa fuimos con Mike a regresarle su auto, estaba muy de malas con Evangeline pero finalmente se dio por vencido y no hizo más que regañarnos. Le pedí el enorme favor de llevarme al viejo vecindario en donde yo vivía. La fortuna es que no estábamos lejos de Kaluga y llegar en coche era más rápido que de costumbre. En todo el camino me la pasé cantando junto con Chris hasta que Mike se desesperó y apagó el estéreo de golpe. Debo admitirlo, las peleas de los hermanos Anderson son muy divertidas.

—Aquí—les interrumpo—es aquí

—¿Eh? —Mike gira lentamente el volante y se detiene bajo un árbol cerca de la calle

Bajé del auto, un sentimiento enorme de nostalgia abarcó mi pecho cuando reconocí la entrada del fraccionamiento, ahora estaba más desgastado y las calles agrietadas. Me acerqué a la ventana de Evangeline y me incliné un poco.

—No tardaré, te diría que me acompañaras, pero ya has hecho bastante—le sonreí al ver su semblante de preocupación

La realidad es que estaba temblando. Me alejé de ellos y, de manera decidida avancé. Me adentré mirando a mis alrededores, las sombras de mi infancia seguían aquí, cada una de ellas caminaban junto a mí e incluso corrían de un lado a otro sin perder la esencia de mi risa ya ausente. El eco de ésta contrastando en mi pecho y tímpanos. Me detuve solo un momento para mirar el parque en el que solía jugar con los demás.

Ahí, la esencia de mi pasado corría y subía en esos enormes toboganes ahora ya tan desgastados y olvidados incluso por el mismo viento. Las lágrimas que desbordé en aquel entonces, mis palabras contenidas en dolor murmuradas a Wendy, todo aquello... ahora había sido arrastrado por el tiempo oxidado.

Suspiré profundo dejando salir vaho. Continué mi caminata con las manos metidas en los bolsillos y encorvándome cada vez más, pues yo sé perfectamente que al final de ésta calle se encuentra lo que algún día yo llamé hogar.
Miré las casas, las siluetas mostrándome nuevas caras, la ausencia de algunos vehículos e incluso el desgaste en las pequeñas avenidas. Vaya, qué rápido pasa el tiempo.

Alexander, memorias de un violinista (#2 Saga Amor entre acordes) EDITANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora