Capítulo 3. Tratos con Frank

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La rabia surgía de nuevo cada vez que leía el mensaje. No lograba entender por qué Frank insistía en hacerme la vida imposible. Maldito el día en el que mis padres les ofrecieron nuestra casa.

Desde luego, Melina no estaba incluida en mi lista negra, era una persona amigable y solidaria, y tampoco sus dos hijos, a los que ni siquiera había tratado, y que tal vez no llegaría a conocer, pues estarían de campamento hasta que terminaran las vacaciones.

El problema aquí era Frank, que parecía disfrutar con cada detalle que me hacía enojar. Con un gruñido, eliminé el mensaje. El estómago se me revolvía al imaginarlo escribir el texto con una sonrisa de satisfacción.

¡Agh!

Tomé una respiración profunda en un intento de guardar la compostura pero la verdad es que no me ayudó de nada. Las ganas de golpear su sexy rostro cada vez me resultaban más tentadoras, pero eso conllevaría problemas con mis padres, castigos, discusiones, etc., así que descarté esa opción por el momento.

Sin perder más tiempo caminé hasta la puerta de su habitación, que como siempre permanecía cerrada. Pensé en llamar, pero al final consideré que no era merecedor de tal gentileza. Decidida, giré el pomo de la puerta y agradecí que no tuviera el pestillo puesto. No quería llamar a su puerta y esperar a que se dignara a abrirme, ya que seguramente me ignoraría al imaginar que iba dispuesta a discutir con él.

Al instante que abrí la puerta un aroma masculino se apoderó de mis fosas nasales. Era la primera vez que entraba en su habitación. Me había dicho a mí misma que no pondría un pie en ella, pero debido a las circunstancias no tenía otra opción. Ignorando mi sentimiento de culpa por irrumpir así en su cuarto, examiné discretamente el interior.

Sinceramente, había imaginado que todo estaría hecho un desastre o, por lo menos, que tendría un aspecto parecido al de un contenedor de basura, el tipo de habitación adecuada para chicos como él. Pero ¿quién iba a imaginar que el lugar estaría impecable? Por un momento pensé que no era su habitación, pero no tuve más remedio que aceptar la realidad.

Sabía que las paredes eran de un color oscuro, un color que hubiera podido darle un aspecto espeluznante y tenebroso al cuarto, pero que, en lugar de ello, hacía que resultara cálido e, incluso, acogedor. Las cortinas se hallaban delicadamente corridas, permitiendo la entrada de la luz natural y el pequeño tocador estaba, para mi sorpresa, ordenado. Todos los frascos de perfume y loción que alcanzaba a ver estaban perfectamente alineados.

Lo que me faltaba, además de idiota, era un obsesivo compulsivo del orden. Ni siquiera había ropa tirada por el suelo ni nada parecido. Esperaba ver el suelo lleno de manchas o con revistas esparcidas y ese tipo de cosas, pero estaba impoluto, y la cama perfectamente hecha con sábanas de poliéster azul marino.

Diablos, este chico tenía su cuarto más limpio y ordenado que el mío. No me juzguen, un poco de desorden no dañaba a nadie. Dicen que lo perfecto es aburrido, ¿no?

El intruso estaba sentado en el borde de la cama, con las manos descansando sobre sus rodillas, mientras sostenía el control de un videojuego y sus dedos se movían rápidamente sobre las teclas. Estaba tan concentrado que no notó mi presencia hasta pasados unos cuantos segundos. Cuando finalmente giró la cabeza hacia mi dirección, me miró de reojo y logré ver una sonrisa formándose en su rostro antes de devolver su atención al videojuego.

Arqueé las cejas ridículamente. ¿En serio? Yo había esperado que me abroncara por entrar sin permiso en su habitación.

—¿Y bien? —empecé a decir, ocultando la ira en mi voz.

Tenía que mostrarme amable y paciente.

—¿Y bien qué? —contestó, sin apartar la mirada de la pantalla.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora