Capítulo 40. Al descubierto

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Podía sentir el nerviosismo y el miedo correr por mis venas cada vez que daba un paso hacia la mesa. Me sentía en medio de una zona de guerra en donde te podías encontrar una bomba en medio del camino. No sabías si podrías evitarla o si simplemente explotaría.

En este caso, mi padre era la bomba.

Melina y mi madre miraron nuestras manos unidas por un momento. Estaba segura de que ellas también notaban que el ambiente de la cocina se estaba volviendo pesado y tenso.

Mi padre me daba la espalda. Podía aprovechar para soltar la mano de Frank y actuar como si no tuviera nada qué decirle. Pero no lo hice. Seguir ocultándole nuestro noviazgo podía complicar las cosas. Mi padre no entendería que dejara pasar mucho tiempo sin decirle nada.

Así que, pasara lo que pasara, se lo diría.

Cuando mi padre se percató de que Melina y mi madre miraban algo detrás de él, se giró hacia nosotros. Tuve que pasar saliva repetidamente para que mi garganta no estuviera seca al hablar.

Nos sonrió a ambos. Luego bajó la mirada a nuestras manos conectadas y su sonrisa fue desvaneciéndose hasta que su rostro palideció. Adoptó la misma expresión interrogante mi madre cuando nos encontró besándonos en la cocina.

Pero no por eso tenía que sentirme tranquila. El carácter de mi padre es muy diferente al de mi madre. Frunciendo el ceño, levantó la vista. Su mirada pasó de mí a Frank con confusión.

―¿Qué me estoy perdiendo? ―preguntó en tono molesto.

Mierda.

Le dio un sorbo a su café y se puso de pie, quedando frente a nosotros. Frank iba a comenzar a hablar, pero lo interrumpí. Habíamos quedado en que sería yo quien se lo contaría a mi padre.

―Estoy saliendo con Frank ―dije lentamente mientras observaba su reacción.

Su ceño se profundizó y volvió a mirar nuestras manos. Su mirada hizo que me empezara a sudar la palma de la mano. Intenté soltarme de Frank, pero él me sujetó con fuerza.

Mi padre respiró hondo y se volvió hacia mi madre.

―¿Ya lo sabías? ―le preguntó al ver que ella no decía nada.

Asintió.

―Me enteré ayer por la tarde. ―Hizo una pausa―. Melina lo sabe desde hace unos días.

Mi padre se volvió hacia mí. Estaba furioso. Se cruzó de brazos y me miró enfadado. Saber que salíamos desde hacía días le enfureció.

―¿Desde cuándo lo estás ocultando? ―me preguntó.

Pasé saliva una vez más, lista para contestar, pero Frank se anticipó.

―Señor Owens, su hija y yo comenzamos a salir...

―Tú no hables ―lo interrumpió haciendo una señal con la mano.

En ese momento, noté cómo la mano de Frank se tensaba bajo la mía. Discretamente, dibujé círculos en su palma con el pulgar para tranquilizarlo.

―¿Desde cuándo, Alexa? ―insistió mi padre, con una expresión de decepción e ira en su cara.

―Hace una semana ―contesté, desviando la vista.

Asintió no muy convencido. Obviamente, pensó que los días de su ausencia fue cuando comenzamos a salir. Y lo peor, es que era verdad.

Cuando mi padre estuvo de viaje, Frank y yo estuvimos más tiempo juntos: fuimos al parque de atracciones, después estuvo el día de la cita doble y el día que fuimos los dos solos a la playa... Pero tampoco pude decirle que éramos novios el mismo día en que volvió de viaje. Era demasiado pronto.

Ahora que tenía más claros mis sentimientos hacia Frank, podía estar segura de comenzar un noviazgo en serio con él.

Se quedó en silencio unos minutos. Estaba a unos centímetros de nosotros.

―Necesito hablar contigo ―dijo con voz autoritaria mientras nos esquivaba para posicionarse en la puerta de la cocina.

Asentí y me solté de Frank para acercarme a él, pero entonces aclaró:

―Con Frank. ―Y salió de la cocina.

Me volví hacia Frank. No se veía muy afectado, pero sabía que estaba nervioso. Cuando toqué su brazo, me miró. Sonrió intentando tranquilizarme, y luego me dio un beso en la mejilla antes de seguir a mi padre.

Me moría por escuchar su conversación. Comprendía que tuviera que hablar con Frank, pero esperaba que no lo intimidara con sus preguntas o con sus comentarios directos.

―No se lo ha tomado muy bien ―dijo mi madre.

Apartando la vista del umbral, me giré hacia ella.

―Estoy nerviosa ―dije, y comencé a caminar de un lado a otro.

―Tranquila, Alexa, todo saldrá bien ―comentó Melina con una suave sonrisa.

Sus palabras me tranquilizaron durante unos segundos, pero luego, al pensar en las diferentes maneras en las que mi padre podría estar atacando verbalmente a Frank, volví a sentirme presa de la ansiedad.

―Esperemos que no tome decisiones drásticas ―añadió mi madre.

Cuando Melina salió de la cocina, mamá la acompañó tras decirme que lavara los platos. Lo que me recordó que estaba castigada. Cuando acabé la tarea de enjabonar y secar platos, salí de la cocina con el mismo nerviosismo de antes.

En mi habitación, hice lo posible por mantenerme ocupada, pero ni mi libro favorito ni la música lograban calmarme. Me acerqué a la ventana y corrí las cortinas para relajarme viendo las nubes, pero mi vista se enfocó inmediatamente hacia abajo.

Frank estaba sentado en una silla del jardín, escuchando con atención las palabras de mi padre. No sabía qué le decía, pero estaba segura de que no era nada bueno. Frank, a cada minuto, fruncía el ceño y negaba con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo con mi padre.

Me pasé los siguientes minutos observando sus gestos y tratando de imaginar lo que mi padre le estaría diciendo.

Hubo una expresión en particular de Frank que me puso alerta. Mi padre se quedó callado y Frank seguía dudando si responder. Alcancé a notar que sus ojos estaban un poco vidriosos, pero luego asintió, como si lo estuvieran obligando. Se levantó y comenzó a caminar hasta desaparecer de mi campo de visión.

Me quedé observando a mi padre por un momento, pero dejé de hacerlo cuando vi que mi madre se acercaba a donde estaba. Él dijo algo que pareció molestarla. Las cosas no iban bien. Estaban discutiendo.

¿Qué decisión drástica habría tomado mi padre?

Escuché los pasos de Frank subiendo los escalones. Sin pensarlo, salí de la habitación. Cuando llegó al segundo piso, se detuvo y levantó la vista. Su mandíbula estaba contraída y sus manos permanecían cerradas en puños.

―¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho?

Me acerqué a él a paso lento.

Sus brazos me rodearon y me abrazó con fuerza. Cuando me miró, coloqué la palma de la mano en su mejilla.

¿Qué sucedía?

Cerrando los ojos, besó mi mano con ternura. Luego abrió sus parpados y vi su mirada triste.

―Me voy ―susurró.

En ese instante, un dolor inexplicable explotó en mi pecho. Todo a mi alrededor se desplomó.

No había salido como esperaba.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora