Capítulo 20. Cita doble, mala idea | Parte 3 |

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Tras una cena aparentemente normal, decidimos ir a un local donde había todo tipo de juegos y entretenimientos. Eran cerca de las once de la noche y, por muy extraño que pareciera, Frank no había hecho comentarios imprudentes o estúpidos.

Eso era un gran récord.

El lugar era ruidoso, con la música alta y repleto de chicos y chicas de nuestra edad hablando todos a la vez.

Nos deslizamos en una mesa cuadrangular y pedimos algo para beber. Frank y Daniela estaban sentados al otro lado de la mesa, de forma que él quedó frente a mí. Fernando tomó asiento a mi lado, colocándose tan cerca que su hombro chocaba con el mío.

Daniela intentó entablar conversación conmigo acerca de las diferentes tiendas extravagantes a las que solía ir, pero no estuve muy interesada en su propuesta de acompañarla un día de estos.

No solía ser muy simpática con chicas como ella. De hecho, me había caído mal desde el día que se me acercó en el súper. No me juzguen, así como existe el amor a primera vista, también existe el odio a primera vista.

—¿Quieres ir a jugar a algún videojuego? —propuso Fernando, después de tomarnos nuestras bebidas.

Asentí y me levanté. Era eso o tener que soportar ver a Daniela restregando su escote por la cara de Frank.

—Tranquilo, Frank —comentó Fernando cuando nos miró—. Vamos a alguna máquina de juegos.

Elegí la que tenías que atrapar unas estúpidas ardillas pegándoles con un martillo de plástico que venía integrado. Lo hice fatal, ya que fracasé tres veces seguidas.

—No es lo tuyo asesinar ardillas —se burló Fernando cuando el juego terminó.

—No nací para esto.

—Veamos sí eres buena en el golf —dijo, y me llevó más allá de las máquinas y la bolera.

Llegamos a la parte de atrás donde había un enorme jardín. Me sorprendió la cantidad de césped artificial que nos rodeaba.

—¿Has jugado alguna vez? —me preguntó Fernando, tomando un saco lleno de palos de acero.

—No —respondí, avergonzada.

—Déjame enseñarte.

«¿Enseñarme qué?», me pregunté. «¡Concéntrate, pervertida! ¡Que soo quiere enseñarte a jugar golf!».

—Ven —dijo, y echó a andar hasta al césped con la bolsa de cuero, que finalmente dejó en el suelo.

—Me imagino que el objetivo es meter la bolita en el hoyo, ¿no? —dije, intentando que las palabras no se malinterpretaran.

—Lo importante es la fuerza que pongas para que logré entrar —respondió, mostrando una sonrisa maliciosa—. Vamos, acércate —me dijo, sujetando el palo de acero en sus manos.

Miré alrededor. Estábamos solos. Vaya, tanta gente que había en ese sitio, y a nadie, aparte de a nosotros, se le ocurría jugar a golf en este momento.

Lo incómodo vino a continuación, como temía. Fernando se colocó detrás de mí y noté cómo apoyaba su torso en mi espalda mientras me rodeaba con los brazos y sujetaba el palo de acero que yo también sostenía.

—¿Ves dónde debe entrar la bola? —susurró, provocándome unas ligeras cosquillas en la oreja.

Concentrándome, alcé la vista al frente y, a unos metros de nosotros, vi un agujero en el césped.

—Sí.

El calor de su cuerpo invadió aún más mi espacio en el instante en que tensó los brazos.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora