Capítulo 11. Casi..., pero no

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Por la mañana, me levanté temprano y bajé a la sala. Mamá y yo acompañamos a papá al coche, y nos despedimos con abrazos, deseándole suerte en su reunión. Regresaría en una semana.

—Me llamas una vez que hayas aterrizado —dijo mamá, mostrando una breve sonrisa.

Mis padres se besaron tiernamente por unos segundos y me aclaré la garganta, para recordarles que estaba presente. Mamá soltó una risita nerviosa y entró en casa tras darle un último beso en la mejilla a mi padre.

—Alexa, no te metas en líos, ¿de acuerdo? —me advirtió en su habitual tono duro.

—Sí, papá, yo también te voy a echar de menos —dije sarcásticamente. Se rio y me abrazó con fuerza.

—Las echaré de menos a las dos, pero hablo en serio, no quiero una queja de ti cuando regrese, ¿queda claro?

—Clarísimo.

No pensaba buscarme problemas, y esperaba que Frank no los provocara. Se despidió dándome un beso en la frente y subió al coche.

Tras verlo irse, volví a casa. Subí las escaleras y, cuando llegué al pasillo, me encontré con Frank. Evité hacer contacto visual y lo esquivé, siguiendo mi camino.

—¿Sabías que te ves muy sexy dormida?

Me detuve justo antes de entrar a mi habitación y me giré hacia él.

—¿De qué hablas? —En ese instante recordé que había entrado a mi habitación ayer por la tarde, cuando estaba haciendo la siesta.

—Fue inevitable no observar tus piernas —continuó diciendo, mirándolas de reojo.

—¿Estuviste observándome? —pregunté, furiosa.

—Solo un momento, tenía que aprovechar que estabas dormida —admitió encogiéndose de hombros.

Noté cómo la ira corría por mis venas. Tal vez otras chicas se hubieran sentido halagadas con ese comentario, pero yo no. No me consideraba un objeto que podías «admirar». Me acerqué y, sin pensarlo dos veces, le di un sonoro bofetón, lo hice con tanta fuerza que giró el rostro hacia el lado contrario. Hice una mueca y sacudí la mano. Me ardía la palma.

—Buen golpe —sonrió, y me miró divertido mientras se masajeaba la mejilla.

¡¿Acaso era de hierro?! ¿Acababa de darle una brutal bofetada y lo único que hacía era sonreír como idiota?

—Vaya, no entiendo por qué enfureces tanto, yo no protesté anoche cuando tú estuviste mirándome.

—Era imposible no mirar tu abdomen —repliqué, sintiéndome de inmediato como una estúpida.

—Estás admitiendo que me deseas. —Arqueó las cejas y me sonrojé.

—He visto cuerpos mejores —dije, fingiendo indiferencia.

Frunció el ceño y se fue acercando mientras yo retrocedía hasta sentir la puerta de la habitación detrás de mí.

—¿Mejor que el de Fernando? —me retó, apoyando sus manos en la puerta, una a cada lado de mi cabeza. No sabía por qué metía a Fernando en esto.

—Sí —mentí. ¡Jamás había visto a Fernando con solo una toalla alrededor de la cintura!

El silencio se expandió y nos quedamos mirando esperando a que alguno hablara. Mi vista bajó hasta su boca, y, sin poder evitarlo, me humedecí los labios. De repente los notaba secos. Se inclinó lentamente sin dejar de mirarme y sentí su respiración mezclándose con la mía. Tragué y entreabrí los labios, dispuesta a probar la textura de su boca. Rodeé el pomo de la puerta con una mano, intentando estar cómoda, pero, desgraciadamente, hice que girara y la puerta se abrió de golpe.

Lo demás sucedió en cuestión de segundos. Solté un grito ahogado y caí al suelo, con Frank encima de mí. Nuestras frentes chocaron y ambos nos quejamos en el momento del impacto. Pero luego nos miramos y comenzamos a reír, mientras nos levantábamos.

Qué suerte la mía.

—Prácticamente acaba de empezar el día y ya he recibido dos golpes —dijo, sobándose la frente.

Puse los ojos en blanco y lo empujé fuera de mi habitación. Tenerlo tan cerca era demasiado tentador.

—Ya te puedes ir, adiós.

Iba a cerrar la puerta, pero él me lo impidió, poniendo un pie.

—Hey, no hemos terminado nuestra conversación.

—Creí que había terminado cuando estampé mi mano en tu mejilla. —Empujé la puerta, pero él siguió impidiéndomelo con sus brazos.

—Una última cosa.

—¿Qué? —suspiré, fastidiada.

—Admite que te pongo nerviosa cuando no tengo la camiseta puesta.

—Muérete.

Cerré la puerta bruscamente y me apoyé en ella, pensando en lo idiota, divertido, estúpido, bromista que podía llegar a ser y en que, por alguna razón, me agradaban todas sus facetas.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora