Capítulo 7. Retiro lo dicho

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Veinte minutos después, ya estaba duchada y me había cambiado de ropa. Elegí unos tejanos ajustados, una blusa color perla y unas zapatillas deportivas a juego. No tenía mucha imaginación a la hora de peinarme, así que opté por dejarme el pelo suelto. Tomé unas cuantas cosas, entre ellas mi móvil y las metí en el bolso.

Llegué a la sala y encontré a Frank sentado en el sofá, esperando impaciente. Llevaba unos tejanos azul claro, una camiseta de los Rolling Stones, unas botas negras y una gorra roja con la visera hacia atrás.

—Y luego dices que no me miras —dijo, levantando una ceja.

Diablos, se había dado cuenta de que me lo había quedado mirando más de la cuenta.

—Me gusta tu camiseta —dije, mostrándome indiferente y tratando de ignorar a mis hormonas, que no paraban de gritar: «¡Sexy, sexy, sexy!».

Durante el camino le conté lo molesta que podía llegar a ser la tía Helen y algunas anécdotas embarazosas, y sentí alambres en mi estómago cada vez que escuchaba el sonido profundo de su risa. Él, en cambio, me explicó lo mal que lo había pasado el verano anterior. Tuvo que hacerse cargo de los hijos de su madrina y no había sido una tarea fácil.

Me reí a carcajadas cuando me contó alguna de las travesuras que le hicieron. Una de ellas fue llenarle el pelo de pegamento. Frank tuvo que estar varias horas bajo el agua de la ducha para poder eliminar todo el pegamento.

—No es gracioso. —Frunció el ceño y me miró de reojo.

—Sí, lo es —dije, controlando las carcajadas.

Se dignó a acompañarme en las risas y una oleada de felicidad se apoderó de nosotros. ¿Por qué nos empeñábamos en llevarnos mal si podíamos disfrutar de momentos como este?

Una vez en el centro comercial, me ayudó a buscar todo lo necesario. Yo iba con la lista de la compra y él manejaba el carrito del súper. Varias chicas que pasaban por nuestro lado coquetearon con él, lanzándole miradas y emitiendo risitas irritables. Afortunadamente, él las ignoró y se concentró en elegir todo lo que necesitábamos. Frank se fue al pasillo de las sopas instantáneas y los aperitivos mientras yo me dirigí con el carrito del súper a la zona de frutas.

Las escogí libremente y a mí gusto: manzanas, plátanos, naranjas, fresas, mangos, etc. Estaba poniendo las bolsas de frutas en el carrito cuando una chica se acercó. Era una de las que había coqueteado con Frank antes.

—Hola, ¿podrías entregarle esto a tu amigo, por favor?

Asentí sin decir nada y tomé la nota.

—Gracias —se fue con una sonrisa a reunirse con su grupo de amigas.

Sintiendo curiosidad, desdoblé el papel y me encontré con lo típico: «¡Hola! Este es mi número por si te interesa (462 389 1244). Daniela».

Puse los ojos en blanco mientras lo doblaba de nuevo. Suspiré y me mordí la parte interior de la mejilla sin dejar de mirar la nota entre mis dedos. ¿Debía dársela? Era más que obvio que la llamaría. ¿Se la daba o no? No estaba segura de qué hacer.

«¿Qué diablos te ocurre, Alexa? Dásela, no es asunto tuyo si la llama o no», me dije.

Pero respiré hondo e, ignorando mi sentimiento de culpa, me guardé la nota y la lista de la compra en el bolso. No se la iba a dar. él me debía una por haberme traicionado. Además, la chica especificó que se la entregara a mi amigo, y, por lo que sabía, Frank no lo era. Así que, básicamente, no tenía que dársela a nadie.

Cuando lo vi caminando hacia mí, me apresuré a cerrar el bolso y me quedé observándolo, haciéndome la despistada. Su forma de andar era casi perfecta, como si estuviera caminando sobre una pasarela de moda masculina. Entendía perfectamente por qué las chicas se le quedaban mirando: ya desde lejos llamaba la atención. Su personalidad y su seguridad imponían.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora